Raquel Schefer. Abuela (Muidumbe), 2009
Brooklyn, 2007. Seis invidentes escenifican para la cámara del venezolano Javier Téllez una parábola hindú sobre la construcción de la realidad, que cuenta el encuentro entre seis ciegos y un elefante. Como en el relato, también en la realidad es la primera vez que todos ellos tienen contacto con un paquidermo y, como sucede en el relato, cada uno lo describe de una forma distinta dependiendo de su experiencia: como un tronco, una pared o una soga, según haya tocado la pata, el lomo o la cola. La obra, Letter on the blind for the use of those who see, que plasma la paradoja del querer hablar de la ceguera a través de un medio visual, da inicio al recorrido de Historias fugaces, tercera entrega de Universo Vídeo, un programa creado por LABoral Centro de Arte y Creación Industrial de Gijón con el apoyo de Fundación Telefónica para dar a conocer la producción audiovisual internacional desde la década de 1970.
Más que una exposición Historias fugaces se puede considerar un viaje por América Latina a través de 11 vídeos muy acertadamente escogidos por la comisaria ecuatoriana María del Carmen Carrión, con el objetivo de ilustrar la forma característica y muy peculiar de contar historias que une los diversos países del continente. Es una narrativa que no puede mantenerse ajena a los eventos políticos y los traumas sociales que han marcado (y siguen marcando) la historia de esos países, pero que los reelabora desde una perspectiva individual, a menudo íntima y siempre comprometida. A partir de estas premisas, la multiplicidad de enfoques de las 11 obras conforma una suerte de ética de la memoria, en la que los artistas juegan con los límites de la representación, la tensión entre ocultamiento y visibilidad y la sinergia entre poética y política.
A pesar de que las muestras de vídeo plantean siempre un reto al visitante, que demasiadas veces los contempla como si se tratara de pinturas, el grado de inmersión que se alcanza en un espacio expositivo idóneo es mucho mayor del que se logra en casa frente al ordenador. En este caso, además de la claridad del discurso curatorial, la abordable duración de las piezas y las agradables cuevitas con asientos, que jalonan de forma permanente la gran sala de LABoral, la convierten en una muestra con diversos niveles de lectura, que puede ser disfrutada no sólo por los iniciados.
La lentitud de las imágenes, que de entrada podría resultar chocante por la costumbre al bombardeo audiovisual, se convierte rápidamente en un momento de asueto sensorial, pero también de espera, interés y curiosidad. Es el caso de Rhizome 0778 del brasileño Marcellus L., que inicia con la imagen de unas personas sumergiéndose en una especie de laguna. Sus gestos son tan tranquilos e ineluctables que al principio el espectador no se percata de que van vestidos. Sólo cuando la cámara se aleja, incluyendo más espacio en el enfoque, se da cuenta de que está viendo una carretera inundada y aquellos que inevitablemente la deben cruzar, sin quejas ni aspavientos, sólo con un profundo sentido de lo inevitable. La lucha de nunca acabar del pueblo latinoamericano se plasma también en el autorretrato que el colombiano Óscar Muñoz pinta con agua sobre una piedra, una y otra vez como un Sísifo contemporáneo. Su esfuerzo demuestra que recordar es un ejercicio político, que hay que activar constantemente la memoria para impedir que la multiplicidad de la realidad histórica se convierta en un relato único.
América Latina está llena de memoriales, monumentos que han perdido fuerza y significado y deben ser sustituidos por la práctica activa del recordar, que parte de las memorias personales, las microhistorias cotidianas y los instantes efímeros para reconstruir un relato colectivo ajeno al manido discurso hegemónico. Así el mexicano Edgardo Aragón plasma la evolución del narcotráfico en Matamoros, una road movieque sigue las huellas del célebre traficante de los años ochenta Pedro Vázquez, desde Oaxaca hasta Tamaulipas, a través del relato del padre del artista, que también hizo aquel viaje y también fue encarcelado. El hermoso paisaje mexicano subraya el desarrollo de una historia individual, que se convierte en universal a medida que pasan los kilómetros. En Baño en el cañito, el colombiano Wilson Díaz pone cara a otro conflicto muy doloroso y altamente mediatizado, el de Colombia, grabando los momentos más cotidianos e íntimos (el aseo personal) de un grupo de jovencísimos miembros de las FARC en la hoy disuelta zona de distensión, un territorio grande como Suiza que el presidente Pastrana entregó a los guerrilleros como símbolo de su voluntad de conciliación.
Es la Historia con mayúsculas recuperada para el imaginario local, que aparece también en los vídeos de la boliviana Claudia Joskowicz. Su trilogía, que inició con el descuartizamiento del líder indígena Túpac Katari en el siglo XVIII y continuó con la documentación del cadáver del Che, termina ahora con el relato de los ocho minutos antes del tiroteo que acabó con la vida de dos célebres forajidos: Butch Cassidy y Sundance Kid. A pesar de que nunca hubo certeza histórica, Hollywood convirtió la leyenda en parte del mito americano, mientras que Joskowicz la recupera para la memoria colectiva boliviana, transformándola en un tableau vivant a cámara lenta, que permite apreciar el entorno y resalta la relación entre memoria y lugar.
Historias fugaces. LABoral Centro de Arte y Creación Industrial. Los Prados, 121. Gijón. Hasta el 31 de octubre. www.laboralcentrodearte.org.