Ultimatum -16 Salón Regional de Artistas Zona Centro

Invariablemente el arte se estrella con el Poder. No basta para el arte y para el artista con resignificarse y proponerse como una nueva representación, otros dirán presentación. No basta con hablar de transformación. De voluntad de transformación de las prácticas artísticas. En ese juego se debate el destino de la verdad. En ese oscilar de la obediencia al amo, se caya siempre al inocente. Por consiguiente, el artista ha de saltar por sobre el poderoso y omitir la dádiva que intenta acapararlo. La condecoración y el diploma con que el poderoso busca amilanar esa fuerza. Que debiera ser siempre imprevista. Y a contracorriente.

Ultimatum -16 Salón Regional de Artistas Zona Centro, comarcas de Villa de Leyva y El Alto Ricaurte-

“Ultimatum a todos ellos, y a todos los otros que sean como todos ellos”

“¡Ahora la política es la degeneración grasienta de la organización de la incompetencia!”

Álvaro de Campos, Ultimatum, 1917

“Este existe indica una corresponsabilidad del arte, que produce verdades, y la filosofía, que, bajo condición de que existan, tiene como obligación y como tarea muy difícil, mostrarlas. Mostrarlas significa: distinguirlas de la opinión. De manera que la cuestión actualmente es sólo ésta: ¿hay otra cosa que la opinión, es decir-se perdonará (o no) la provocación-, hay otra cosa que nuestras democracias?

Alain Badiou, Pequeño manual de inestética, 1998

Invariablemente el arte se estrella con el Poder. No basta para el arte y para el artista con resignificarse y proponerse como una nueva representación, otros dirán presentación. No basta con hablar de transformación. De voluntad de transformación de las prácticas artísticas. En ese juego se debate el destino de la verdad. En ese oscilar de la obediencia al amo, se calla siempre al inocente. Por consiguiente, el artista ha de saltar por sobre el poderoso y omitir la dádiva que intenta acapararlo. La condecoración y el diploma con que el poderoso busca amilanar esa fuerza. Que debiera ser siempre imprevista. Y a contracorriente.

El salón de clase

Ese inconfundible olor del primer día  de clase se ha quedado adherido a los recuerdos  y a la piel. Invariablemente los cuerpos desprenden ese aroma a encierro  y a desazón. Aún después de los años, la piel sigue expeliéndolo aunque me empecine en lavarla contundentemente. Busco borrar esas indelebles bocanadas que a chorros inundan la sensación.  Habría que restregarse centímetro a centímetro para hacerlo retroceder. Pero obstinado, el olor ha conquistado un lugar prominente en el arsenal de recuerdos que súbitamente propugnan por emerger en este Teatro. Es inconfundible. Triste.  Mortecino. El olor se desliza entre las letras de mi libreta de apuntes. Inyecta la tinta negra y aún  los teclados y pantallas de otros asistentes, artilugios que parecerían inmunes a esa filtración. Es un desacierto pretender que el olor ha retrocedido en esta penumbra.  En este Teatro en que nos han convocado para escuchar a los artistas y a los críticos artistas. Vetusto Teatro Municipal  de esta comarca villaleyvana. De una belleza tal que no importan su deterioro y su  visible abandono.

El villorrio de casas blanqueadas y puertas y ventanas uniformadas con los colores verde militar y carmelita, ostenta un estilo que se ha querido preservar a toda costa y que viene siendo custodiado por la oficina de Planeación Nacional. Allí se revisan minuciosamente los planos de las viviendas que se van a construir. Hay toda una ordenanza sobre cómo deben construirse las nuevas casas, existe una cartilla precisa con unos lineamientos específicos que cada constructor y propietario debe seguir, en razón de conservar y preservar ese estilo villaleyvano. En toda la comarca se observa esa singular uniformidad de las paredes, tejados, ventanas y puertas. De las calles empedradas con piedras de río que algún político ordenó colocar para contribuir con ese ambiente de pueblo colonial que comenzaba a ostentar el caserío por los años cincuenta, cuando las calles eran polvorientas y en la enorme plaza central, crecían a su arbitrio los bugamviles. A primera vista la villa ofrece una gran simetría. Es desconcertante esa inmensidad de la plaza enmarcada por esas enormes montañas de las que emana brutalmente la huella de un pasado primigenio que no puede esconderse. Y que señala siempre en la dirección a ese reservorio natural de animales y naturaleza silvestre que todavía no se extingue y resiste el impacto de la creciente escalada urbanizadora y turística, que día a día crece exponencialmente, amenazando la riqueza de Igüaque. El parque natural.

Pero esa uniformidad es aparente cuando nos percatamos que aquí también como en toda Colombia,  existen dos mitades que cada vez parecen más irreconciliables. Basta con detener esa euforia que a primera vista genera el estilo meticuloso, para darse cuenta que hay un sector rezagado en el caserío y que ya conforma una segunda población sumada al sector del centro, al que llaman el sector histórico. Este segundo sector se organiza alrededor del terminal de transportes. Súbitamente el orden colonial se ve asaltado por un descomunal abigarramiento, de personas, carros, y movimiento. De gente tomando cerveza, de casas a medio construir, de inquilinatos. De gente desplazada del país vecino que ha llegado a la villa buscando otra oportunidad. De ventas ambulantes. De locales de comida y ventas de materiales de construcción. Siempre hay mucha gente y mucho bullicio. Pero desplazándose un poco en dirección al centro, se cruza un pequeño puente y la villa se transforma en otra cosa.

Una ciudad ruidosa. Un movimiento frenético. Un incesante bullir de establecimientos de construcción. Un no glamoroso movimiento.  Y luego el silencio marcial de la plaza central. Tan decididamente contrario a este sur.

Topología del poder en el Alto Ricaurte

El poder es ante todo la ordenación del territorio. No sólo el ordenamiento físico de ese territorio sino además, la disposición del significado que ese territorio pueda tener, sus alcances y las ideas que pueda emanar esa ordenación, de tal manera que se constituye en un modelo de pensamiento. El poder ordena  los modos de pensar en ese territorio, los alcances simbólicos que ese territorio puede tener en sus habitantes y en las personas que lo recorren.

Un arte en oposición al poder, un enunciado que cobre existencia y no permanezca preso de la enunciación política con la que el funcionario pretende ilustrar su política cultural.  Así el arte cobrará existencia y se transformará en pensamiento. Algo germinal en la dirección de comenzar a recuperar su territorio. Este de blancas paredes del que ha sido desposeído. Este pensamiento que el político no puede aprehender en tanto su singularidad y excepcionalidad no pueden ser sintetizados en las arengas que el poderoso quisiera poder enunciar en su discurso. Este arte en cambio escapa a esa posibilidad. Apenas si el político puede señalarlo con su dedo, y ni eso, porque no sabría en qué sentido tendría que apuntar. Tanta es su incompetencia para rastrear esa existencia que le habla de un modo para el que su discurso se encuentra cerrado y  sin recursos para atraer a los artistas a su senda programática. Porque lo que sofoca al político es precisamente ese pensamiento excepcional que no puede parametrizar en su discurso de enumeración, en ese parte de acciones que cada tanto suelta a la comunidad. Enarboladas con la cinta inaugural y ese encuadre en que las jerarquías del poder se entregan a la sonrisa, equilibrios de una colocación previamente prevista,  en que cada estamento de poder ocupa su posición y al que la comunidad aplaude cada vez con menos convencimiento.

«Confesionario», Carlos Castro. Propuesta para el Claustro de San Francisco. No obtuvo permiso y luego se dispuso en la Plaza de Ricaurte por unos días.

En el Claustro de San Agustín se extienden  en un mismo plano los pensamientos, pero a la hora del concierto se hace inminente diferenciar la distancia, el punto de vista, la perspectiva desde nos habla la autoridad, de tal manera que miramos hacia arriba esa figura inconmensurable sin poder pensar siquiera en que podríamos borrar esa distancia. Él quiere no ser solamente la autoridad, sino hacer las veces de la distancia, de ese maestro que separado de su alumno, lo mira haciéndole guiños indicativos, a fin de que el alumno público o artista, vaya recibiendo esa cartilla de responsabilidad. Cartilla que guarda bajo el brazo y de la que jamás se desprende porque ni siquiera puede ocurrírsele que pudiera separarse de esa guía que lo ata a la autoridad. Así sus pensamientos son cometas, frágiles papeles atados a una cuerda a la que no se suelta aún si en los aires se le da ilusión de vuelo y expansión. El público peligrosamente, pudiera llegar a pensar que esas palabras del político son originales y han podido encontrar una fuente divergente a la cháchara que ocasionalmente recibe como instrucción.

Cabizbajo y siguiendo juiciosamente la instrucción el alumno pierde de vista el claustro, allí donde pensó tantas cosas, se sube en su tarima y diligentemente sigue las instrucciones del maestro. Ahora que todo ha sido arrinconado en este claustro, la política cree haber retomado su dirigencia, así lo demuestra esta demostración de júbilo de tantas personas aplaudiendo el espectáculo. Pero la escena esta fisurada, hay un agujero por donde algunos alcanzan a divisar el malestar. Algunos espectadores lo notan y sin que el maestro de ceremonias se percate, comienzan a abrir con sus bastones ese tenue agujero por donde entra aire y con el aire empieza la distorsión. El público siente la ráfaga de aire puro que cubre su cuerpo, y cómo el aire comienza a envolverlos, conmocionando la seguridad de ese momento de comodidad.

Algunos observan cómo dentro de poco el agujero será evidente para todos y cómo el aire se filtrará y hasta logre irrumpir el programa. Hasta logre desacomodar ese silencio marcial de la Cultura. Esa certeza en que el programa cultural traza esa senda a los juiciosos espectadores que ya pronto aplaudirán conmocionados,  los ¡viva! y las ovaciones con que se sella el asentimiento de todos, y que es la señal de cómo el  orden del día es satisfactorio. Aplausos, conmoción. Un momento de éxtasis para guardar en el bolsillo al lado de llaves y monedas y de alguna baratija, el programa cultural de esta tarde. Hay que salir por la puerta principal, hay que sortear ese viento que desacomoda a los instruidos espectadores. Y que por un momento causa un traspié al maestro de ceremonias.

De noche, ya de regreso. Recordarán el bolsillo y el papel arrugado que certifica la participación en el espectáculo del día. Habrán de dejarlo desprevenidamente, mientras cuelgan en la puntilla de la pared,  el sentimiento de gratificación,  y sienten la fatiga feliz de la culturización de esa plácida tarde.

El político ha hecho su labor desterrando toda sospecha, toda acción que llame a la verdad y fisure esa comodidad de los espectáculos que cada tanto dopan la sed de saber de los ciudadanos. El show seguirá sin dificultad y lo mismo la justicia, la manera en que el político ha organizado esa justicia.

Los gestores culturales contribuyen a crear la distorsión y refuerzan la sospecha sobre ese artista que se empecinó en horadar el claustro trayendo un poco de aire al lúgubre recinto. No habrá ninguna fisura en esa posibilidad, hay un discurso que ordenado con efectividad, calma el desorden causado. Un discurso que sin ambigüedad reconduce a los ciudadanos por las sendas previstas. Sin desorden y sin disturbios, las plazas y parques quedan aliviados de arengas y sucesos altisonantes, vuelve la paz, y el orden regresa, el estatuto de verdad sustentado en el procedimiento cultural.

Radio Conversa, Oscar Moreno Escárraga. La propuesta no se pudo culminar por mandato del alcalde de Villa de Leyva.

La noción de Palimpsesto o la prohibición del territorio

Todo comienza por la incomodidad. Incomodidad y deseo de control. Supervisión a toda costa del espacio público. Conservación del espacio público significa control y restricción. Normas que el poder impone a la circulación, a la forma en que habremos de habitar o desalojar ese espacio común.

Pasamos invariablemente por estos parques apenas sin detenernos y casi si apenas los rozamos con nuestras pisadas. Nos hemos acostumbrado a andar de puntillas. En silencio, sin generar ninguna conmoción.  Recorremos cabizbajos la ruta obediente que ha sido trazada por la política. ¡No podía ser mejor! Una ruta que equivale a contribuir con la salud del buen emprendimiento turístico. Muchos recorridos y un bullir incesante por estos parques, atestigua que se está adelantando satisfactoriamente la gestión. Nuestros pasos están siendo registrados. No hay inocencia en esa contabilidad. Así que no es la libertad de movimiento lo que anima esta invitación a deambular. Poco a poco la política acapara cuanta actividad humana y animal contribuya a registrar la administración pública. Porque a esa noción de exitosa gobernabilidad, también cuentan los pájaros que cantan y los perritos rescatados a los que la administración permite dando su parte de humanidad. El deambular por estos parques públicos hace parte del registro. Nuestro sentarnos en las gradas a contemplar. Nada escapa a esa administración que busca ejemplos de uso de lo público para mostrar la cara amable de quien  gobierna  el bienestar.

Así que todos los viandantes están bajo sospecha cuando omiten lo previsto. Omitir lo previsto significa invalidar toda esa ordenanza que se ha ido superponiendo al territorio. Así que el deambular significa deambular la ordenanza del espacio público. No es un deambular que convoque a la expansión y a la libertad. Los recorridos son tan previsibles que el ciudadano apenas si piensa. El libre movimiento de esas facultades suyas que lo llevarían a las viejas nociones de libertad, aquí se encuentran contra el obstáculo de las ordenanzas. Los monumentos así lo atestiguan. Las piedras. Las sillas de los parques. El césped. Los letreros de la administración. Nada podría hacerse por fuera de esa legislación. Además porque los paseantes hacen las veces de policías del territorio. Cualquier movimiento es observado. Hasta quitarse los zapatos y tenderse al sol podría generar alguna suspicacia.

Mural de Jose Ismael Manco, propuesto inicialmente para la fachada de la iglesia de Villa de Leyva, luego para la iglesia de Sáchica y finalmente realizada en la Casa de Cultura de Sáchica.

Hay que desalojar la labranza

José Ismael Manco es un artista agricultor. Alguien que quiere recuperar la labranza, la acción sobre la tierra. La acción del arte sobre esta tierra infértil.  El símbolo de abundancia de la tierra. Una forma de cuidado, de sembrar y de recoger. Quiere recordar el nombre de una provincia de la libertad, en el oriente de Boyacá, en los límites con Yopal, que se llama también Labranza.

José Ismael quiso extender la labranza a los muros blanqueados de Villa de Leyva. Quiso hacer que esos muros siempre intactos, entrarán en tensión. Sembrando en ellos un dibujo al carbón que no sólo rememorara la labranza sino que en la acción de ese dibujo, el dibujo al carbón trasformara por un tiempo esa limpieza, y narrara algo al paseante. Significaba que un agricultor podía regresar a esa tierra para recordar la labranza, la riqueza de esas tierras, y también recordar el desalojo. A José Ismael Manco le interesaba poder dibujar en esos muros blancos. Poder hacer descansar esa obra íntima que por unos días estaría a la vista de todos, contando la labranza, haciendo eco del artista de la labranza. Dejando algo para pensar. Algo que comenzaba en esa acción de empezar a dibujar, negro carbón sobre ese blanco siempre implacable. Jamás intervenido, salvo en las ocasiones en que la villa se transforma en un set de grabación y alquila sus locaciones que pasan a simular las antiguas comarcas coloniales, ataviadas de un esplendor que quizá sea irreal, pero que contribuye a dibujar esa historia colonial de esplendor de la comarca, de relevancia patriota, que hace de estas tierras un lugar patrimonial.

Al artista campesino sólo le queda esta oportunidad siempre tan fugaz de hablar en público, y que hoy,  -dice,  hace su aparición en este Teatro Municipal. Sus palabras pretenden ser el testimonio de esa fallida proeza del carboncillo hiriendo suavemente ese blanco de los muros aledaños a la iglesia, en la plaza principal.  Somos apenas unos cuantos a escucharlo. Pero oímos atentamente su reflexión. Su historia de la labranza fallida sobre estos muros impasibles.

Pensar mientras se camina. Por un arte peripatético

Sin diálogo no hay territorio. Quedan sólo en cambio las restricciones al espacio público. Los permisos desautorizados. La gestión fallida. La imposibilidad de mediar con el poder. La prohibición implacable sobre el uso del espacio público.

El 16 Salón regional de artistas realizado en estas comarcas boyacenses me lleva inequívocamente al malestar. Me lleva a la pregunta que siempre flota en el inconmensurable paréntesis de la relación. La inmencionable cuestión del arte. La necesidad de esa cuestión. Pero también del diálogo. De otra manera, el territorio es sólo un impreso que anuncia un evento X a realizarse, o la huella que busca dejar la instantánea que alguien logra encuadrar del evento. O las notas que llevo tomando desde hace unas semanas.

La política busca calcular el efecto del arte que sería lo contrario al advenimiento del pensamiento de la verdad que activa el arte. Busca en cambio,  cultivar una cultura que entretenga y que informe, que entregue datos memorables, no una que revitalice el pensamiento, y menos que fomente la capacidad de poder pensar la verdad. Clausurando lo singular del arte, el de ser un pensamiento irreductible a nada que no sea él mismo.

El salón es problemático, nuevamente no hay separación entre lo político y el suceder del salón. Es problemático porque obliga a pensar en problemas evidentes. Como el no lugar del arte y la cultura viva en Villa de Leyva. O el tema de los derechos, como el uso y disfrute pleno de los espacios públicos y culturales, museos, parques, centros deportivos. Si todos deben pasar por un estamento de control, significa que el poder está regulando para sus propios fines políticos el uso y sentido de ese espacio, tergiversando el verdadero sentido de espacio público, para transformarlo en un espacio de gestión pública, mediado por los intereses y políticas de la alcaldía.

En la medida en que ese espacio público se desdibuja para transformarse en un enorme set de gestión turística lucrativa, se desdibuja a su vez la noción de ciudadanía y Democracia. La Democracia pierde ese libre juego del ciudadano en el espacio público, para pasar a una relación en que la vida es una gestión más, administrada por el poder local que ha cooptado los bienes públicos para usarlos en razón a una conveniencia política. Los ciudadanos pasan a ser clientes de esa gestión, perdiendo el sentido y la noción de espacio público, y de los derechos que como ciudadanos disfrutan, perdiendo por consiguiente también, la noción de que ese alcalde está al servicio de la ciudadanía,  cumpliendo la función para la que fue elegido por esa ciudadanía,  función que consiste en administrar debida y democráticamente esos bienes públicos,  para extender en el territorio ese disfrute de la ciudadanía  en que consiste la Democracia.

Tenemos en cambio el cada vez mayor achatamiento de los Derechos del hombre. De los Derechos del ciudadano. De sus conquistas. En tanto toda la fuerza pública se detiene en preservar la inviolabilidad de esos estamentos que son controlados y administrados por el poder local. Ese poder utiliza esos bienes en provecho de una imagen y de una gestión de lucro de los bienes que debieran ser de uso común de una comunidad. La comunidad pierde ese sentido de lo público y en cambio consolida un frente policial de vigilancia de esos bienes públicos y de esos derechos, contribuyendo sin percatarse, al achatamiento y desdibujamiento de sus derechos.

Paulatinamente la región vive un desarreglo general en su geografía y en sus recursos, un malestar que se traduce en el uso milimétrico de las tierras para inversiones de diversa índole, inversiones que se imponen adentrándose brutalmente, modificando el paisaje y la sostenibilidad, trayendo formas de entretención ajenas a lo que ese paisaje dicta. La norma que se impone es una rentabilidad de todo el territorio, a costa de la destrucción del ambiente y de la modificación total del territorio y del sistema de vida reinante. Los campesinos cada vez más se quedan sin sus tierras, los campos dejan de ser cultivados. Se construyen grandes hoteles aún en espacios que anteriormente se dedicaron al silencio y la contemplación, como el monasterio del Ecce Homo en donde actualmente la orden contemplativa construye un gigantesco complejo hotelero. El monasterio, así como las calles de Villa de Leyva, y en breve las de los pueblos vecinos,  se han transformado y se transformarán en sets de importantes grabaciones para la industria del cine y para eventos culturales y sociales lucrativos en dónde el pedido es la rentabilidad del espacio.  La noción de museo ha contribuido también a trastocar el carácter de los recintos de retiro espiritual, y de los espacios culturales, ya que esta noción trae consigo el de ser un lugar en que cada visita se contabiliza en la balanza general de la rentabilidad cultural, obviando toda idea de construcción cultural, toda idea de espacios de expansión de esa ciudadanía que podría ampliar sus horizontes de verdad y de educación a través de estos centros de cultura.

La expulsión del arte se hace necesaria para esa escalada de la cultura culta, entendida como cultura de lo promocional del territorio, de los valores de conservación de lo culto de ese territorio, de la gestión política encaminada a promocionar esa idea de cultura culta exitosa, del consumo de bienes culturales, como bienes a través de los que se consiguen dividendos. En suma todo lo que se relaciona con la gratuidad es sustraído de las nociones de arte y cultura.

Arte es en cambio lo no controlable y parametrizable por la política cultural. Lo que no puede sujetarse por la ley y que se sustrae de la política, precisamente. Ese sustraerse es su fuerza y la fuente que hace de ese arte un arte  inasible y problemático para la política y la gestión cultural, ya que estas se encaminan en cambio, a sumar a la idea de arte, lo no sumable, lo que hace del arte un vehículo de esa cultura culta que representa ese arte domeñado por la política.

Esto hace del Salón de artistas algo problemático porque es una abierta contra concepción a estas políticas de gestión cultural del territorio. Como sustracción, el Salón  se transforma en lo abiertamente provocador y que hace tambalear estas nociones de gestión, sustentadas en la sujeción del arte a lo político.  No es por tanto de extrañar la prohibición de uso del espacio público al Salón,  al ser la única medida que puede acallar esa fuerza.

Quedó  entonces el recurso del destierro autoimpuesto. Y del silenciamiento. Los artistas del 16 Salón se desterraron  con sus obras de Villa de Leyva a Sáchica. Y a otros territorios que sí los acogieron.  A otros en cambio, les quedó sólo el recurso del silencio ante la prohibición de poder disponer del espacio público para exhibir y realizar sus obras.  Quedó demostrada así  la arbitrariedad del poder al hacer del espacio público un espacio antidemocrático en que se ejerce un poder que diluye lo público. Ya que la prohibición silencia el  pensamiento de manera radical al evitar a toda costa su difusión y expansión.

Rodez, Intervención en el Estadio de Sáchica.

La soledad del 16 Salón de artistas del Alto Ricaurte

El traje nuevo del libertador con kikuyos sobre una puerta azul,  de ese azul permitido sólo a los museos y que se prohíbe en las puertas y ventanas de los lugareños.  El fique tejido en crochet. (Recordé una exposición aquí en el Humboldt en que lo importante era contabilizar el número de visitantes, así que una encargada entregaba una boleta que el visitante debía depositar en una urna, cada boleta tenía un número correspondiente al orden de visita, in crescendo.)

El nombre de Salón borra todos los demás nombres. Al final sólo prevalece la política.

El Humboldt. La puerta golpeándose rítmicamente al viento. El murmullo del video en la pared del fondo atestiguando la obra de una de las únicas artistas villaleyvanas que se animó a participar en el Salón. Las cajas que otrora contenían las colecciones de los viajeros ahora con las obras de estos nuevos artistas viajeros. El carro de policía custodiando la puerta de exhibición sin que pueda abrir sus propias puertas al público. El indio amazónico con sandalias de romano bajo el nicho de algún santo del antiguo claustro que funcionó aquí.

Fotografías de los expedicionarios

Textos. Palabras iteradas recientemente. Exposición. Territorio. Recorrido. Resistencia. Libertad. Avistamiento. Renacimiento. Antropocentrismo. Palimpsesto. Teocentrismo. Lugares comunes del texto cultural.

El leit motiv de la interpretación diabólica de los pictograma, etc., etc.

Niños pintando con sus guías, artistas de la región. Flautas, ocarinas, color. Registro en la pared. El arte es un registro. Un salón vacío poblado de objetos inertes.

Mural en proceso en una escuela del territorio. Artistas como maestros, niños dibujando y aplaudiendo. Encuadre de todo esto. Proyección en la pared del Humboldt. Antiguo altar del antiguo claustro con proyección. Púlpito con indio amazónico. Visión de objetos en cajas desde el altar. Paredes rojas, sombras, luces. Cajas de colección.

Mujer vigía al lado de la puerta. Somnolienta. A su lado, costal con latas de cerveza recicladas que fotografío, mientras ella me sonríe asintiendo.

Restos de objetos usados en el montaje, apilados en desorden bajo una mesa. Una escoba, trozos de vidrios, una botella de plástico desocupada, cuerdas, cartones, papeles arrugados.

Aves encima del altar, sobrevolando el vacío. Las ponen allí para mejorar la acústica de los Festivales de Música Antigua que tienen lugar en este recinto.

Este gran silencio de aquí me lleva a pensar en lo que no ha sido. Y sin embargo qué gran pensamiento deja esta prohibición.

Y las venideras imágenes de estas plazas, con sus próceres, la banda marcial, la ofrenda floral, la culta cultura que cada tanto oficia.

Pequeño Museo del Aerolito, María Elvira Escallón. Casa de Cultura, Sáchica.

Preguntas finales

-¿Qué tareas le asigna el arte al pensamiento, en el caso del 16 Salón de artistas realizado en Villa de Leyva y el Alto Ricaurte?

-Si el Salón Nacional de artistas desde su creación no es una nominación que surgió de la necesidad de hacer creíble para Colombia la posibilidad de un  Arte Nacional y la existencia de unos artistas nacionales. De sostener en esa nominación, Salón Nacional de artistas, la credibilidad en la apertura de espacios para el artista nacional que hicieran creíble la Democracia colombiana, en tanto participativa, e hicieran pensar en que se abrían espacios que alentaban el pensamiento, la verdad y la libertad, es decir, espacios que reafirmaban la salud de esa Democracia. ¿No es esta entonces la necesidad de hacer prevalecer el Salón año tras año,  aún a pesar de su caducidad y desgaste, en tanto esa perpetuación garantiza poder pensar en un espacio que la Democracia colombiana abriría al artista nacional? Cabe también  la hipótesis de un salón que ficcionalmente gestiona esa posibilidad de  abrir espacios al artista, confirmando una actitud democrática ficcional.

-¿Es el  artista esa hipótesis que hace circular la idea de participación? Idea central en una Democracia. Idea que alienta y sostiene la representación democrática. En este caso, la apertura de ese ese espacio público ficcional para el arte, se topa con la torpeza política del alcalde  local que todavía no aprehende ni comprende el sentido simbólico que puede tener el arte en su localidad. Precisamente para alentar y animar ese juego de la  Democracia.

-¿Cómo puede la prohibición del uso del espacio público, salvar el acontecimiento que habría tenido lugar y que paradójicamente habría jugado el juego de la Democracia, como espacio que permite circular la idea de libertad?

-Si el haber tenido lugar el Salón constata la posibilidad de apertura de ese espacio para el arte. Igualmente falsario, sin embargo, en tanto juega a contribuir en esa acreditación de ese espacio que toda Democracia abriría al pensamiento y al arte. Y que permitiría la supuesta apertura de la verdad.

-Si el Salón de artistas contribuye a entrever esos elementos necesarios para la duda; el poder dudar, el tener que dudar de esa Democracia que supuestamente abre espacios al arte.

-Si puede realmente el arte intervenir el espacio público. Si realmente sucede esa intervención del espacio. Si el arte toca el espacio infranqueable de lo público, sujeto a la política. Si libera lo público. Si lo hace finalmente accesible. Si reconquista el territorio, o es apenas una promesa efímera de una apertura a lo público que jamás sucede.

-Si el Salón de artistas de Colombia es un rubro necesario para contribuir en esa ilusión democrática.

-Si son simulacros de uso del espacio público las fiestas y celebraciones, la participación en elecciones, bazares y festivales. El uso de calles y parques en que los viandantes son requisados y a los que la policía mira sospechosamente arrinconándolos y señalándoles su autoridad.

16 Salón regional de artistas zona centro, Villa de Leyva y El Alto Ricaurte. Curaduría, El Validadero Artístico, Federico Daza Marín.

José Alejandro Restrepo, Colectivo Zunga, María Elvira Escallón, Oscar Moreno, Colectivo Interferencia, Carlos Castro, Rodez, Decxy Andrade, Carlos Bonil, Edgar Guzmán Ruiz, Luis Roldán, Eduardo Moreno, Andrea Marín, Andrés García La Rota, José Ismael Manco, Tatiana Bernal, Jeisson castillo, María Camila Patiño, César Casas, Alberto Baraya.

Nadina Marquisio, Paulina Escobar, David Guarnizo, Natalia Mejía, Alexa Guerrero, Lina Bravo, Carlos Rodríguez, Andrés Forero, Paula Niño, César Casas, Samir Elneser, Jhon Nomesqui, José Luis Cote, Andrés Vergara, Luisa Fernanda Giraldo, Camilo Sabogal, Nicolás Baresh, Henry Güiza, Darío Fernando Ramírez, David Torres, Andrés Felipe Uribe, Ingrid Cuestas, José Ismael Manco, Camila Echavarría, William Andrés Narváez, Manuel Barón, Diana Pedraza, Camilo Andrés Parra, Carlos Gómes, José Angel Villabona, Camila Ospina, Ernesto Restrepo, Nicolás Wills, Siu Vasquez, Nicolás Mendoza, Sandra Rengifo, Marcelo Verástegui, Francisco Mojica.

Helena Pradilla, Lucas Ospina, Ana María Lozano, Diego Martínez Celis.

Bandas de conciertos y guachafita.

 

Claudia Díaz, 1 de septiembre del año 2018

1 comentario

Se habla mas del otro, del poder, de villa de Leyva, que del arte.

Acaso las obras que participan no pueden señalar, impactar e indicar el propósito del salón?

El salón solo es visible por el impasse de unas obras, quizá por falta de dialogo, gestión, pedagogía y acercamiento con la comunidad de la región?

El validadero tenia que validar el salon convocando artistas de trayectoria?
Con obras algunas ya realizadas para otros eventos?

Este regional no se sostiene con la participación y reflexión de los artistas quienes transitaron y reflexionaron el territorio?

Porqué se minimizó la participación de los expedicionarios a obras de pequeño formato?

Miremonos a nosotros mismos.

Con La escasa participación del público y el impacto del salón, a quien culpamos?

Cuantas personas de este o del otro lado: validadero, Ministerio de Cultura, Arteria y un sin fín de curadores, escritores, artistas, profesores, un ejercito melancólico, todavía moderno, incapaz de saltar al vacio.