4.- Cuando soy mala soy mejor
La crítica comparte sin distinción su nombre con dos actividades bastante diferentes. Por un lado criticar es también un ejercicio puramente negativo semejante a denigrar. El carácter negativo es aquí lo que la crítica comparte con el cotilleo sentimental, los comentarios envidiosos o el resentimiento. Buena parte de la crítica desciende hasta este nivel de la cháchara, pues su alimento son propiamente los dimes y los diretes. Curiosamente su prestigio depende sin embargo también de esta actividad. Lo que tiene la crítica de comentario baladí es también lo que ella tiene de publicidad. El viejo principio según el cual es preferible que hablen de uno, aunque sea mal, es lo que garantiza la supervivencia de la crítica. Aunque no sea más que mera cháchara, genera una tensión significante sobre una mercancía. Genera entonces un deseo o, lo que a veces es más interesante, su forclusión. Pero la cháchara que además se somete voluntaria a la difusión mercantil de obras de arte se convierte en trompetera de un sistema al que gustosamente debe su supervivencia. La crítica entonces deviene comentario, loa o alabanza, lisonja o elogio y obtiene su rentabilidad de su propia logorrea.
Ataque, censura y murmuración son los otros sentidos que María Moliner recoge bajo el vocablo crítica. Todas son actividades que la crítica profesional (la crítica artística o literaria) en general comparte. Por eso nos resistimos a contemplar como verdaderas críticas las glosas o comentarios que se publican en la prensa (habitualmente meras reseñas de un determinado evento social) o las que se editan en los catálogos. Al carecer del elemento de la murmuración, del ataque o de la censura, la reseña periodística carece de interés pues pierde su mordiente. Paradójicamente, las buenas críticas son las malas críticas.
5.- A sueldo
Siendo la crítica como es una obra de arte, sin embargo para ella no rigen tanto los valores estéticos cuanto los valores morales. Es cierto que también la obra de arte es sometida a nuestra moralidad y a nuestros juicios políticos, pero a pesar de ello algunas obras de arte se redimen por su belleza. La Olimpia de Manet atestigua una triple sumisión (la de la mujer, la de la esclava y la de la prostituta), pero con su descaro pervierte todas las valoraciones. ¿Se trata de una denuncia, de una ironía o de una apología de la prostitución? Toda gran obra de arte trastoca los prejuicios habituales. Lo mismo nos sucede con las latas de sopa Campbell de Andy Warhol. ¿No son una celebración impúdica del valor mercantil de la obra de arte?
«Los cuadros recibieron fuertes ataques en la prensa cuando se expusieron en California», recordaba Ivan Karp. «Hicieron bromas muy desagradables.» Pero John Coplans que dirigía una revista nueva e inteligente sobre el arte de la Costa Oeste, llamada Artforum, asistió a la exposición y le impresionó, y al correr la voz la gente adoptó posiciones enconadas, a favor o en contra.
«Yo admiraba mucho a Andy, porque todo el mundo se reía de sus latas de sopa Campbell, y yo creía que eran lo que se merecían los Estados Unidos», dijo la estrella del cine underground Taylor Mead. «Lo consideraba el Voltaire de los Estados Unidos. Me parecía que era un verdadero golpe de Estado»[1].
De algún modo la obra de arte se redime en la polisemia de sus significantes. «Polisemia de los significantes», no de otro modo caracteriza Diderot la belleza en el artículo «Bello» de La Enciclopedia, cuando la define como «un plus grand nombre de rapports». Dicho en otras palabras: bella es una cosa que nos da que pensar. La tarea de la crítica consiste en decir y escribir ese pensar.
Para la crítica sin embargo el eximente de la belleza parece que no funciona. Sus perversiones son lo primero que la delatan y por lo primero que ella es vituperada. Amiguismo o animadversión, partidismo o servidumbre voluntaria son los dicterios que contra ella más resuenan. Ahora se habla mucho de la crítica mercenaria, como si el gran problema de la crítica fuese precisamente el de estar a sueldo. A sueldo o al servicio de su amo está también el arte y eso no lo impugna ni lo invalida. ¿Por qué esto habría de ser un desdoro para la crítica? Sin duda porque con ello pone en cuestión el mito fundacional de su independencia. Hay crítica, se supone, porque hay independencia de criterio. Si la crítica mostrase sus dependencias o sus servidumbres dejaría de ser crítica.
Es difícil establecer una distancia efectiva entre la crítica y el sistema mercantil que la sustenta. Sólo bajo la forma de un cinismo pervertido, mordiendo la mano que le da de comer, intenta la crítica rebelarse vanamente contra el sistema de distribución desigual de la riqueza que la hace posible. La ironía se vuelve más amarga cuando la crítica constata además que «rebelarse vende». El destino de la crítica se encuentra así ligado, como por un pacto de sangre, al destino de la institución arte de la que pretende distanciarse. Si mercantilización y espectacularización son los males que afectan a ésta, y si la crítica misma no encuentra redención fuera de ellas, su destino es el mismo que condena.
Miguel Cereceda
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