Sobre Joan Foncuberta a través del espejo

Cuando vi que el policía de tránsito me hacia señales para parar supe haber hecho el cruce prohibido no había sido tan buena idea. Después de cruzar el saludo lo inevitable no pudo esperar. Papeles del carro. Papeles de conductor. Un parte.  Quince salarios mínimos diarios eran necesarios para pagar la multa. Ante mi cara de dolor el policía me dijo que si en 5 días hábiles saldaba la deuda, y hacía un curso pedagógico,  sólo tendría que pagar el 50% del total. Luego me devolvió los papeles del carro y mis documentos, y no tuve ganas de volver  a girar en un cruce prohibido.

Al día siguiente fui al centro autorizado donde se podía hacer el curso pedagógico y pagar el parte. Luego de estar sentado en una sala de espera, junto con otros infractores, un funcionario nos permitió la entrada a una sala pequeña, atiborrada de sillas rimax.  Éramos más de 40 personas esperando pedagogía, dentro de los cuales sólo había cuatro mujeres (y se dice que las mujeres son las que manejan mal). El curso empezó. Se nos informó que ese ejercicio duraba aproximadamente 2 horas. Todos éramos parte de un complejo sistema de movilidad que habíamos trasgredido, y se nos recordó todos los componentes de dicho sistema. El desespero de los asistentes  no se hizo esperar. ¡Tengo que ir a trabajar! ¡Este curso es una pendejada! ¡Qué perdedera de tiempo! La persona encargada de dar la charla fue varias veces interrumpida por algún infractor, que narraba con detalle el por qué de su parte y el por qué de la injusticia. ¡Policías ratas! se oía con frecuencia. El encargado de dirigir la charla  tuvo que parar en varias ocasiones su clase para aclarar que él no era una autoridad de transito ni un legislador colombiano, aunque cuando confesó que le gustaría, y que las quejas no se debían expresar durante el curso porque retrasaba la dinámica pedagógica. Nos mostró algunos videos y fotos de accidentes y siniestros, y nos mostraba mapas conceptuales del sistema de transito. Tantas interrupciones por quejas y reclamos no dejaron que se nos mostrara todo el contenido del curso, por lo que el profesor pasaba rápidamente las diapositivas de PowerPoint para decir con ingenuidad: “después las repasan ustedes”. No éramos estudiantes modelos, nadie quería aprender, solo era un requisito para pagar menos.

A pesar de todas las quejas, reclamos e insultos a policías, hubo una historia que me llamó la atención. Un conductor de bus narró con resignación su caso, ante lo cual todos concordamos: “Que tipo tan de malas”.  Contó que estaba en un trancón. Que luego llegó un policía de tránsito y le dio la orden a un policía bachiller de dirigir con cautela el tráfico por un cruce prohibido, para aminorar la congestión vehicular. El conductor  hizo el cruce, con la cautela y autorización del bachiller, y siguió su camino. Sin embargo, un par de semanas después, como contó, le llego un parte a su casa, con una foto en donde se evidenciaba que estaba haciendo un cruce prohibido. Sin embargo, para su sorpresa, en la foto salió también el bachiller dándole paso.  Indignado y airoso fue a hacer el reclamo, y sospecho que la respuesta lo enfureció aún más. Según le informaron el único que tiene autoridad para dirigir el tráfico en esas condiciones es un policía de tránsito y nunca un bachiller o un “paletero” (los que dan paso en obras). Se le explicó que el bachiller no es una autoridad que puede permitir cruces prohibidos, y por más que el conductor explicara que la orden la había dado un oficial de tránsito (que no se encontraba en el encuadre) nada se podía hacer (una imagen vale más que mil palabras).  La fotografía capturó un instante, no una situación. El conductor del bus tuvo que hacer  el curso y pagar la multa. Todo por una foto. Esto hace parte de una campaña que se llamó “A los conductores Modelos no les toman la foto”, en donde ya no se necesita la presencia de un policía para poner un parte. Ahora hay cámaras que cazan a los infractores infraganti, en la escena del crimen. Luego el parte les llega a la comodidad del hogar.

La cámara como testigo de algún hecho incriminatorio ha sido una constante casi desde el mismo nacimiento del dispositivo fotográfico. Susan Sontag escribe en su ensayo “En la Caverna de Platón” lo siguiente: “Las fotografías procuran pruebas. Algo que sabemos de oídas pero de lo cual dudamos, parece demostrado cuando nos muestran una fotografía. En una versión de su utilidad, el registro de la cámara incrimina. A partir del uso que les dio la policía de París en la sanguinaria redada de los comunards en junio de 1871, los estados modernos emplearon las fotografías como un instrumento útil para la vigilancia y control de poblaciones cada vez más inquietas. En otra versión de su utilidad, el registro de la cámara justifica. Una fotografía pasa por prueba incontrovertible de que sucedió algo determinado. La imagen quizás distorsiona, pero siempre queda la suposición de que existe, o existió algo semejante a lo que está en la imagen”. Esto podría generar un debate en torno al uso de fotografías como pruebas, como en el caso del conductor de bus y el bachiller. En este caso la fotografía distorsionó un hecho, su significado cambió en la imagen, y el registro de la cámara sentenció algo que no había pasado. Sontag señala en el mismo texto: “Fotografiar es esencialmente un acto de no intervención (…) La persona que interfiere no puede registrar”. Esto se ajusta al caso que ejemplifico, aunque Sontag haga referencia al fotoperiodismo. El operario de la cámara, un policía que está sentado en alguna central, frente a un monitor en busca de infractores, no interviene. No llama a su colega de tránsito para entender la situación, o en ningún momento se detiene a interpretar el hecho. Simplemente toma la foto. Esta se imprime y se envía junto al comparendo. No  interviene. Sin embargo, la aproximación de Susan Sontag hacia la fotografía en el ensayo mencionado se complejiza cuando dice que: “La fotografía implica que sabemos algo del mundo si lo aceptamos como la cámara lo registra. Pero esto es lo opuesto a la comprensión, que empieza cuando no se acepta el mundo por su apariencia. Toda posibilidad de comprensión está arraigada en la capacidad de decir no. En rigor, nunca se comprende nada gracias a una fotografía.” En este caso, el conductor entendía lo que había sucedido pero su capacidad de decir no era anulada por una prueba, que para las autoridades es la comprensión del hecho. Es decir, una parte del hecho (el conductor) comprendía la situación y  no aceptaba la apariencia (la fotografía). La otra parte (la autoridad) se ceñía a la apariencia y comprendió lo sucedido a partir de esta.

Los avances técnicos de la fotografía han incentivado su  proliferación, hoy existe un  gran número de dispositivos regados en muchas partes, desde cámaras en postes, para controlar e incriminar, hasta en celulares, que también se han venido usando para probar algo. Se encuentran desde un espacio público como la calle, y son tan pequeñas que se pueden llevar hasta espacios privados como el baño.  Desde el 5 de mayo hasta el 27 de junio se expuso en la Casa de la Moneda del Banco de la República  “Joan Foncuberta. A Través del Espejo”. En ésta se proyectaban, desde varios videobeams que se encontraban amarrados a una viga, imágenes de personas que se toman fotografías frente a un espejo, en donde aparecen posando de forma sugestiva (con y sin ropa) y la cámara es visible.

En el espacio donde se llevan a cabo actividades privadas se tomaron imágenes y se hicieron públicas. Sin embargo, es todo un simulacro. Hay una pose, hay un objetivo de cómo quiere el sujeto ser visto. Seguramente, el resultado visual no salió de la primera toma, sino de un ejercicio constante en donde el modelo/fotógrafo buscó una pose y un gesto que le satisfacía, en donde creía que salía bien, y que evidenciaba cómo quería ser visto. En las fotos hay poco de espontáneo. Estas fotografías son denominadas  reflectogramas, como se menciona en la guía de estudio de la exposición; la cual es un fragmento del ensayo “La Danza de los espejos. Identidad y flujos fotográficos en Internet”. http://www.banrepcultural.org/joan-fontcuberta/guia-de-estudio

En la portada de la guía de estudio se encuentran algunas fotografías que hacen parte de la exposición y la siguiente frase: “Usted apriete el botón. Pero ¿quién hace –hoy- el resto? Esto hace referencia a la publicidad empleada por George Eastman para vender la cámara Kodak en 1888, cuyo eslogan era: “Usted apriete el botón, nosotros haremos el resto”.

La fotografía digital ha hecho que el resultado de una toma sea instantáneo, por lo que no es necesario un laboratorio. Ahora se presiona el obturador y la cámara hace el resto. Foncuberta escribe en su texto: “El fotógrafo moderno ya no tiene que preocuparse de los enojosos requerimientos técnicos, y puede concentrarse en lo que verdaderamente le interesa: aquello que se quiere fotografías. Por tanto, todo el mundo hoy, incluso aquellos que se encuentran en la categoría de los más ineptos, pueden tomar fotos decentes: la imagen ha dejado de ser una potestad minoritaria”. El autor continúa profundizando en el acceso a la fotografía cuando escribe: “hoy día, la empresa líder, que sitúa en el mercado el mayor número de cámaras, no es ninguna de las tradicionales firmas japonesas como Canon, Nikon u Olympus, sino Nokia. La industria de la telefonía marca el rumbo de la fotografía: lo primordial ya no es imprimir la imagen, sino enviarla”. Sin embargo, hay un punto que Foncuberta no especifica. En  todos estos casos no es el fotógrafo quien toma la foto, es la cámara misma la que hace la imagen.  Una vez oí a un profesor decir: “Quien compra una Nikon no se vuele fotógrafo, simplemente se hace dueño de una Nikon”. Las cámaras han llegado a tal nivel de automatización, que quien toma la fotografía no tiene que tomar muchas decisiones, pues la cámara viene con varias configuraciones que garantizan un “toma optima”.  Por ejemplo, el último iphone 4 viene con una configuración para hacer tomas HDR (rango dinámico alto), en donde el mismo dispositivo hace diferentes tomas, en bajas y altas luces, y las mezcla en una sola imagen para garantizar que no se pierda información.  Con esto, el fotógrafo no se tendría que preocupar en hacer distintas mediciones de luz para buscar un punto medio, o en hacer distintas tomas para luego mezclarlas en post-producción.

Foncuberta escribe: “Con ello la fotografía se desritualiza, ya no se reserva los momentos solemnes. Al contrario: la disponibilidad, la facilidad y la oportunidad de fotografiarlo todo empuja a la foto digital a infiltrarse en el tiempo y en el acontecimiento de lo cotidiano. Hoy todos somos autores de nuestras propias imágenes, nos hemos convertido a la vez en homo fotograficus y homo spectator”. En este tipo de fotografía, de lo cotidiano y de la propia imagen, hay una intervención en la pose y en la situación pero no en el dispositivo. A lo sumo, el dueño de la cámara cambia de un modo automático preestablecido a otro, pero el manejo de la cámara ya pasa a otro plano. Quien hace esas tomas no se preocupa por la luz o por el diafragma, solo en su imagen, y que la cámara resuelva el resto. Sólo importa que la cámara haga un foto y, como dice Foncuberta, en enviarla y compartirla en redes sociales. Y por supuesto, esto será en lo que se enfocaran las compañías fotográficas en el futuro cercano.

 

Andrés Pardo