Durante la inauguración del Encuentro de Proyectos de Grado de la Facultad de Artes-ASAB de la Universidad Distrital, Pedro Pablo Gómez y quien esto escribe escuchábamos la interpretación de la Muerte de Stephen Albert del maestro Rodolfo Acosta, cuando una joven entusiasta se nos acercó y con inquietud nos preguntó: ¿por favor díganme qué es contemporáneo? Pedro Pablo y yo nos miramos con sorpresa y un poco de angustia, luego quedamos en silencio y con gesto de incertidumbre. La joven se percató de la complejidad de la pregunta con que retaba nuestra imaginación pero nos la reiteró, aunque esta vez atenuada: solo requería «una palabra sencilla» que guiara su comprensión para dirimir una disputa en torno a la semántica de este término de moda en los ámbitos artísticos de Bogotá. Con impotencia, más que como un acto de prudencia, finalmente declinamos con escepticismo la invitación.
Podemos mostrar lo contemporáneo en el arte pero no podemos decir «qué» es lo contemporáneo; teorizar sobre lo contemporáneo implica tomar distancia, alejarse del evento, por lo tanto perderlo para siempre. Lo contemporáneo se experiencia en la acción de los cuerpos que deambulan lugares afectados por la eclosión de todo tipo de signos que no alcanzan a comprender. Son cuerpos que experiencian la alegría de aprender una lengua diferente para escapar del sin sentido de lo cotidiano. No se preocupan por indagar o anticipar idealidades, saben que la existencia recomienza con su balbucear, les importa poco las certezas que las finalidades triviales garantizan en abstracto.
Nos hubiera bastado invitar a la joven inquieta por lo contemporáneo en las artes, a relacionar la interpretación musical que llenaba todos los espacios con aquello que proponen los artistas graduandos, cuyas ideas en ese momento estaban siendo atravesadas y reconfiguradas, y, en algunos casos, despedazadas por el ímpetu de la música. Hubiera sido suficiente mostrar los espasmos entre los cuerpos que se indagaban si la interpretación –dirigida por Guillermo Bocanegra– de la obra de Acosta hacía parte de algún proyecto en particular, o si no violentaba el espacio individual que por “derecho” le correspondía habitar a cada artista. «Estoy indignada» dijo una de las jóvenes graduandas: «yo no hubiera permitido a ningún músico en mi espacio». Se refería a la propuesta de María Fernanda Junco, la más “afectada” por el boquete abierto con la interpretación mencionada. La pureza, la estética –la limpieza, el maquillaje–, habían sido violentadas con pleno consentimiento.
Lo contemporáneo no se dice o se vive, como podría decir algún vitalista. El espíritu de lo contemporáneo en las artes es acción, consiste en actúar diversamente en lugares que enfatizan la importancia de lo colectivo-individual –lo público–, que con decisión reformulan la egolatría y culto del “mi” en términos de lo “nuestro”. “Mi” espacio es un lugar que siempre está habitado por una colectividad que le da sentido.
Este “mi” resquebrajado lo podemos apreciar en la idea de Jaime Irequi para El Pabellón del Bicentenario. El artista comenzó a propiciar una colectividad de individuos que quieren escapar del control institucional, que desean conformar un nosotros que intervenga con su cuerpo algunos lugares de importancia histórica para la celebración del segundo centenario de nuestra independencia. Les propone a los amantes de las diferencias, que de cuando en cuando se fugan a actuar en libertad lugares cuyo sentido ha sido sepultado por los hábitos mecanizados, poner a prueba otro juego en el que se escenifique el sentido petrificado en lo cotidiano. Han sido invitados todos aquellos y aquellas que quieran poner en escena algunos datos e ideas que nos ayuden a comprender para qué celebramos el bicentenario, o qué es lo que celebraremos en estas fechas, con seguridad derrochando los recursos que no tenemos, pues, así se realizaron las festividades del primer centenario. Poco ha cambiado en cien años, así tengamos certeza de la idea contraria: estas son las señales inequívocas del progreso en nuestro medio: dar la apariencia de movimiento conservando viejos atavismos.
Pabellón del Bicentenario es un contraproyecto. Contraproyecto porque no sabe para donde va –no le interesa saberlo de antemano así la intuición intente inducir alguna idea al respecto–; porque sólo quiere recorrer con unos pocos cómplices de carne y hueso algunos lugares en los cuales la palabra fue detenida y enjaulada; porque quiere propiciar en el Parque de la Independencia una escena en que las ideas devengan otra cosa al entrar en contacto con los cuerpos que son desviados hasta allí de sus retículas habituales, para que choquen aleatoriamente y generen todo tipo de discursos. La intuición en esta idea estética es modelar una realidad paralela a la institucional que pronto entrará en acción y se hará sentir en los medios masivos que garantizan la incomunicación.
La idea de Iregui constituye un contraproyecto porque prescinde de la negatividad propia de la crítica superficial –la apasionada o la objetivista– y nos motiva a conformar afirmativamente un colectivo que se aparte de las grandilocuencias institucionales previsibles a corto plazo. Consiste en un contraproyecto porque es crítica institucional sin tener tal pretensión, porque es político, sin ser la política de tres centavos que padecemos. Jaime Iregui se ha adelantado a las instituciones que todavía están anestesiadas por las fiestas de fin de año y continúan haciendo los balances de 2009. Convocó a Jimena Montaña para que hablara a campo abierto de las acciones que propiciaron los Pabellones efímeros que se erigieron para celebrar la adhesión autónoma de los centenaristas a la cultura cortesana francesa detrás de los idearios de libertad, igualdad y fraternidad. El único pabellón que logró sobrevivir a la histeria de las cortinas de humo en las celebraciones fue aquel inspirado en el Petit Trianon encargado para Madame de Pompadour.
Jimena Montaña realizó la charla en el lugar donde se celebró el primer centenario: el Parque de la Independencia. Su exposición fue intervenida en varias oportunidades por el público, lo cual ayudó a dinamizar el diálogo. Al final de la tarde narraba a cincuenta personas los pormenores de la configuración del antiguo parque epicentro de las celebraciones de este acontecimiento en 1910. 328 abonados en Facebook habían confirmado la asistencia en el grupo creado para este propósito. Para comenzar, cincuenta personas es un número elevado de cuerpos que quieren comprender el pasado para participar activamente en los lugares públicos que mencionarán ad nauseam la dependencia de la independencia y dejarán en el olvido la libertad y la solidaridad activa entre los cuerpos. Este es el espíritu de lo contemporáneo en las artes: por medio de la acción, salirse del circuito burocrático –privado o público– que sabe compensar con creces a sus incondicionales, a todos aquellos y aquellas que no tienen nada que decir para que sigan diciendo nada.
Jaime Iregui tiene previstas otras acciones que ojalá mantengan la acogida lograda en la escenificación de su primer Encuentro. La narración de Jimena Montaña fue amena y tuvo la virtud de sembrar inquietudes en todos aquellos y aquellas que nos animamos a realizar algo diferente un sábado por la tarde.
http://museofueradelugar.org/pabellonbicentenario/?p=17
Jorge Peñuela