Reconsiderado

Barón y Ordoñez evitan dos riesgos frecuentes en nuestra historiografía: asimilar la muleta teórica de dos o tres autores extranjeros para manosear un grupo de obras como pretexto, o esconderse detrás de cartas, fotos y deleznables –o inútiles o intrusivas- revisiones de archivo, sin decir qué se piensa de una trayectoria.

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Wilson Díaz, Sobre la superficie, performance, 1994. Fotografía, Revista (cerrada durante el primer régimen de Álvaro Uribe) Cambio, 67, nov. 1994, pg. 8.

Este libro no es una historia crítica de la obra de Wilson Díaz. Más que identificar hitos o cosas de las que “no se pude hablar” (por decir algo, dividendos obtenidos por fabricar objetos de duelo caros), inventaría y analiza un importante acervo de obras, procedimientos e iniciativas realizadas en una carrera extensa. Funciona mejor como biografía intelectual: busca entender las lógicas de producción de un artista y sus efectos en el perfil de este sector antes de la era de los diplomáticos culturales de hipótesis curatoriales nulas y/o infladas –cuando las tienen- que sólo visitan talleres de artistas firmados por una sola galería.

Con Wilson, abre rutas de investigación y se basa sobre todo en la dedicación. Hay aquí una enorme cantidad de horas invertidas tanto en reunir obras, documentos y entrevistas, como en redactar un texto que se separe del otro modelo editorial que suele primar en este tipo de publicaciones en el país. Es una apuesta de dos investigadores que redactan al alimón y lanzan varias hipótesis generales. Muchas de ellas resultan interesantes y son convincentes, otras, como en todo ejercicio interpretativo, resultan cuestionables o abiertas a debate. ¿Cuáles? Ve y lee, persona inquieta.

Aquí, Barón y Ordoñez evitan dos riesgos frecuentes en nuestra historiografía: asimilar la muleta teórica de dos o tres autores extranjeros para manosear un grupo de obras como pretexto, o esconderse detrás de cartas, fotos y deleznables –o inútiles o intrusivas- revisiones de archivo, sin decir qué se piensa de una trayectoria. Así, este equipo examina un  amplio trayecto, encuentra relaciones entre biografía y producción y comprende etapas o períodos. Y para hacerlo partieron de la idea de examinar la carrera de un artista prolífico por medio de la noción de “economía visual ampliada”, aliviándolo de la simple comparación con movimientos internacionales (otra tara de curadores, historiadores y expertos).

De esta manera, presentan a un artista que manejó de manera reiterada una serie de fuentes teóricas e iconográficas a mano, más que un émulo de X artista(s) . De ahí que se decidan por la esquematización de esta trayectoria por etapas y definan su obra como resultado de la asimilación de aportes tomados del kitsch (entendido como imágenes producidas en serie), suspicacia hacia los ritos, personajes e instituciones del campo artístico local, atención hacia todo tipo de estrategia propagandística política y la progresiva circulación de su trabajo en circuitos internacionales. Tampoco olvidan que se trata de un autor autodidacta, al que evitan entender como renegado de un sistema universitario, y más como productor visual no completamente deformado por taras teórico-académicas o, peor, incapacitado para la dialéctica. O ambas.

El error metodológico se da precisamente en que a pesar de adoptar un enfoque poco tradicional en nuestro contexto y de contar con la posibilidad de dialogar consigo mismos a lo largo de muchas páginas, Barón y Ordóñez parecen esforzarse por trazar una lectura oficial de la obra de Díaz. Una que no observa posibles reiteraciones, contradicciones, o la asimilación acrítica de conceptos por parte del artista y sus efectos en la producción. Ya se dijo desde el principio, esta no es una historia crítica, y ello, a largo plazo, afecta la comprensión del autor reseñado. Ambos investigadores tienen una parte de razón y otra de enorme responsabilidad. Son los primeros en indagar a fondo en este trabajo y por eso su enfoque será supremamente apreciado. Pero, por la flagrante carencia de autocrítica típica de nuestro campo artístico, al no establecer matices en el acervo que examinaron, podrán terminar por canonizarlo.

Sin embargo, el tiempo juega a favor del artista. La generación actual cuenta con mayores, mejores y más sofisticadas herramientas historiográficas y muchos entenderán que no sólo así se puede estudiar su obra. Lo lamento por Wilson Díaz: le será difícil quitarse de encima los fans que aparezcan después de leer este libro (aunque, bueno, quizá también lo lean quienes compran –sobre todo entidades grandes públicas de agenda privada-, a ver si se antojan con criterio).

 

María Sol Barón, Camilo Ordóñez

Con Wilson… anotaciones, artistadas e incidentes.

Colección Artistas Colombianos Tomo 3.

Ministerio de Cultura

Bogotá

2013

 

 

–Guillermo Vanegas