¿Puede el arte hacer mella en las políticas de Estado?

No, estimado Roca, no me había demorado, estaba aburrido con el tema. No crea, andar chapoteando entre barros mentales cansa.

Puntualicemos: yo no descontextualizo, cito: «¿Puede el arte hacer mella en las políticas de Estado? A veces sí, como en el caso del expresionismo en la época nazi: el cierre de la Bauhaus en el 33 y la exposición ‘Arte Degenerado’ en el 37 son claros ejemplos de políticas de Estado que responden a un movimiento artístico». Pues bien, escogió usted, no yo, el peor ejemplo posible. ¿Víctima de una traición del inconsciente ahora que anda con los ojos puestos en Alemania? Lo cierto –y no le debería doler aceptarlo– es que el lirismo cáustico, angustiado y tenaz de Grosz, Dix, Beckmann y Kirchner y los demás expresionistas tenía tanto poder de hacer mella en los nazis como el que tiene un cisne a la hora de amellar una podadora. Más aún, cabría la hipótesis de que los nazis mataron el expresionismo, pues después de la guerra este movimiento nunca tuvo la fuerza de antes. La exposición de «Arte degenerado» que menciona y que cuando se pudo repetir maravilló por su brillantez fue uno de los miles de actos de desprecio con que los nazis adornaron su prontuario, y tuvo para ellos la importancia de un chubasco veraniego. Querían enviar un mensaje, no muy distinto de los cientos que enviaban a diario, y lo enviaron. La Bauhaus también la cerraron sin pensarlo dos minutos. No son opiniones malpendantes, estimado Roca, los nazis eran así.

Entre otras cosas, los ejemplos que usted pide se repiten, pues la dura verdad es que el arte plástico no tiene casi ningún poder sobre el devenir de la política. El «Guernica» de Picasso no afectó la Guerra Civil Española, los cuadros de Delacroix no hicieron avanzar el movimiento democrático en la Francia del XIX y las boutades de Andrés Serrano no desvelaron ni un sólo día a Ronald Reagan. Es así de simple, y se necesita mucho lodo mental para hacerle creer a la gente que es al contrario. La lucha política, para quien se interese en ella, tiene sus maneras de ser, y es un iluso, o un farsante, quien las desconoce. Otro cantar es que un artista, del modo que le parezca y sin condicionamientos ni recomendaciones curialescas o curatoriales (vaya parecido), decida incluir temas políticos en su obra, aunque por obvias razones es mejor que no piense que va torcerle el rumbo a la historia.

Volviendo al presente, yo sigo pensando que existe el abominable síndrome de Kassel. Entendámonos, Kassel es la Meca a la que se va de peregrinación cada cinco años, pero la gente reza en muchas partes. Y en Colombia también, cómo no, muy a menudo, en las catedrales que el generoso Estado capitalista provee para que los curadores se diviertan. Aunque mis pedantes labores me impiden planillarme para visitar la Documenta del año entrante –salvo asalto de locura de última hora–, no tendría problema en responder a las preguntas que menciona. ¿Cuáles son?

Andrés Hoyos

PS: El mundo de la plástica, debido a su vocación burocrática, se ha llenado de almas cándidas, bienpensantes y solemnes. Según ellos, en las polémicas ahora ya no se puede recurrir a la ironía o al sarcasmo, como se acostumbra desde los tiempos en que Aristófanes se querellaba contra Sócrates. Tal parece que todo lo que no sea solemnidad es ataque personal. Yo discrepo: no tengo nada personal contra José Ignacio Roca, simplemente no estoy de acuerdo con él.