Simulación de David Ter-Oganian en la sala de lectura del New Museum. Hace parte de una exposición que está abierta hasta el 25 de septiembre.
Es bonito –por facilón-, ese paralelismo que algunas curadurías establecen entre la producción de artistas nacidos en un territorio durante una misma época. Para nadie es un secreto que una exposición colectiva, por ejemplo un Salón Regional de Artistas, que reúna la iconografía producida en torno a los símbolos patrios colombianos o que gire alrededor de un político amado por todos los ciudadanos inteligentes de este país será un éxito.
Obvio, pero extraño. Sobre todo porque el ingrediente principal de esta sopa tiene que ver con un cruce generalmente mal resuelto por artistas contemporáne@s generalmente novat@s en las lides de las ciencias sociales, que intentan responderse lo más sinceramente posible preguntas como ¿de qué manera ensancho mi audiencia más allá de mis profesores de arte, mis enemigos y mis colegas artistas? ó ¿cómo le hago entender “al grueso del público” que tengo algo que decirle, que es superimportante para que comprenda la época que vive?, combinando a las patadas lo que entienden por política con lo que entienden por arte.
Ahora, el problema es que se conformen con poseer un criterio, artístico y político, limitado a la lectura superficial de dos o tres titulares de prensa oficial, es decir X ó Y, uno que otro blog de gente que se da la razón entre sí, y a revisar la historia del arte contemporáneo para ver qué toman del proyecto de quién para parecer actualizados.
Eso es aburrido. Pero también es una vía de trabajo, que lleva a algún destino. ¿Qué sucedería si el artista no se neurotiza por encontrar “la mejor manera” de ampliar la audiencia de sus proyectos, y se dedica a trabajar? En primer lugar, quienes hablamos de lo que hace ese gremio nos veríamos en dificultades: de pronto empezaríamos a hablar mejor de esas personas –respeto o lambonería-, de pronto seríamos reemplazados. (Pero el asunto aquí no es el del futuro de la crítica, que nadie lee y no sirve; sino la mirada a una modalidad curatorial, que a muchos sirve y genera valor).
Como se venía diciendo, si el sector artístico se preocupa por hacer, quizá llegue alguien que reúna un grupo de objetos producidos por esa gente laboriosa, diga “hay aquí una tendencia” y la incluya en una sección de su historia del arte personal. Ahora, si ese alguien es curador y viaja con su selección, la muestra una o dos veces y otros curadores perezosos –aunque pendientes de marcar tendencia o no estar tan a la saga de lo que hacen los demás-, se dedican a repetir el jueguito, entonces la historia del arte personal pasa a ser Historia del arte. Para el caso de nuestra hermosa Colombia, si –por decir algo- un grupo de artistas se crió en medio de un régimen de seguridá democrática y tocó el tema de la decadencia de ese régimen y alguien los muestra no sólo en su país, sino en museos extranjeros de variada calaña, entonces lo que eran expresiones individuales, solitarias, pasaron a convertirse en manifestaciones grupales, o peor, nacionales. “¡Hay aquí una franquicia!”, diría alguien que no fuera curador.
Eso mismo fue lo que le pasó a la gente que muestra en esta exposición, porque la culpa es sólo de los curadores… que son unos aprovechados.
Guillermo Vanegas