Entender el “Estado” como elemento configurador esencial de la realidad política internacional puede parecer algo indiscutible. Sin embargo, es necesario comprender que la vigencia o perdurabilidad de algunas estructuras recibidas no es eterna.
La sociedad post-industrial es la de las grandes financieras, empresas transnacionales, organizaciones no gubernamentales, alianzas internacionales “para la seguridad y la paz” –léase OTAN-. Éstas y otras instituciones han alcanzado una presencia y posición evidente, y cuestionan insistentemente la soberanía fáctica del que fuera el detentor único del poder desde Westfalia (1648).
Además, una bien llamada “ciudadanía” ha desarrollado nuevas formas de relacionarse socialmente, que vienen configurándose en red, ajenas a los poderes del estado. La virtualidad y la información superan las fronteras físicas y confieren al carácter cosmopolita más fundamento que nunca. Nuevos niveles de organización apuntan avances tecno-políticos de los que solo hemos visto los primeros indicios, y éstos no parecen atender al concepto de “nación”; más bien apuntan a una cosmovisión basada en la ciudadanía como conglomerado de individuos.
Por otro lado, si asociamos la palabra “nación” a la de “estado”, el resultado es notoriamente ambiguo. La excepción parece cumplirse mucho más que la norma en lo que se refiere al concepto resultante (Estado-Nación): la cantidad de naciones desterritorializadas, naciones sin Estado, naciones dispersadas en varios Estados, Estados pluri-nacionales (y sus inevitables debates), etc., van de la mano de sus consecuentes “nacionalismos” y sus respectivos discursos legitimadores, los cuales, cabe decir, han demostrado desde su aparición una gran capacidad de adaptación y resistencia.
Así las cosas, puede parecer anacrónico poner el acento (la iluminación) en los Estados(-Nación) en un tiempo en el que se debate si éste tiene futuro en un mundo globalizado. Los tiempos presentes destilan una constante tensión entre lo dado y lo deseado, lo heredado y lo presente. ¿Debe la Biennale ser partícipe de estas dinámicas de transformación institucional?