Al parecer Carlos Jimenez ha leído mi texto con tan poca atención como yo el suyo. Si el párrafo que sigue no es una manera de identificar vicariamente a través de Jauss, el nacimiento la «modernidad» con la ecumenización de la religión cristiana y por deducción con la religión misma entonces no se qué será
1.- «Hans Robert Jauss en su ‘Literatura como provocación’ – hacia el siglo V de nuestra era y en el Imperio Romano, cuando la oposición entre novedad y antigüedad fue utilizada extensamente como sinónimo de la oposición entre los gentiles y los cristianos. Los cristianos, en cuanto portadores de la ¨buena nueva¨ – la palabra de Cristo – eran los modernos, los que actuaban al ¨modo de hoy¨ – que es la traducción de ‘modernus’ – por contraposición a los gentiles o paganos que seguían actuando fieles a sus dioses, sus ritos y sus mitos, que los cristianos consideraban completamente pasados y superados.»
Jiménez borra partes de la historia con el fin de situar el nacimiento de la modernidad (que asimila mágicamente al uso de la palabra «moderno») en Francia con El discurso de Perrault de 1688-92, escrito mucho después del Leviatán de Hobbes, considerada como la primera obra sobre el estado moderno (1651) y de incluso la aparición de el primer periódico moderno, la London Gazette (1667), todo para llevarnos al orígen «moderno» del museo como depósito de antiguallas que culmina no en Greemberg…perdón, sino en Alfred Barr, sepultando la modernidad por los siglos a venir.
2.- «La revolución inglesa, renunciando expresamente a la tradición clásica y reivindicando La Biblia. Y la revolución francesa, renunciando a la Biblia e intentado reivindicar en exclusiva la tradición clásica. Dos posiciones contrastadas que tuvieron consecuencias en el campo de las artes que valdría mencionar: los puritanos ingleses releen la Biblia en clave judía y recuperan del judaísmo su aversión a las imágenes religiosas, entonces las únicas posibles, o sea su iconoclastia: No puede haber una representación de lo sagrado. La revolución francesa reivindica, por lo contrario, la tradición figurativa acuñada por la Antigüedad cristiana y, liberándola de su servidumbres eclesiásticas, intenta utilizarla a fondo en su tentativa de reemplazar la Biblia por leyendas clásicas como fuente privilegiada de las imágenes públicas y a la vez hegemónicas a las que el museo de bellas artes – generado por esa misma revolución – investía de autoridad y de nobleza.
Da la impresión en el texto de Jiménez que la Revolución inglesa nunca terminó o triunfó hasta hoy con todos sus valores bíblicos.Pero cabe recordarle que la Revolucion inglesa solo dura 7 años, de 1642 a 1649, y realmente tiene mucha menos o ninguna influencia en las artes que la reacción contra ella: la Restauración laica de Carlos II que, mucho antes (1660) que la Revolución Francesa, de la cual es la fuente directa de inspiración, ataca la Biblia, reivindica la tradición clásica pagana y libera la cultura de la servidumbre eclesiástica para dar nacimiento a la modernidad tal y como la conocemos hoy en día.
Es en la Restauración inglesa anti-bíblica y neo pagana que nace el periodismo, la novela profesional y la críitica literaria. Los escritores puritanos como Milton se ven obligados a exiliarse de la vida pública y las sectas que habían participado en el primer regicidio de la era moderna, el de Carlos I, como los cuáqueros y los anabaptistas, fueron silenciados, detenidos y censurados ( y se fueron a América, su práctica puritana sobrevivió y determina actualmente la cultura neoliberal incluída la «crítica» corporativa y el «Arte comprometido» y donde cada artista es un nuevo Sir Hudibras presbiteriano). Los escritores como Pope, Swift y Dryden, no solo simpatizan con la Roma pagana sino que se vuelve una especie de competencia el traducir las Sátiras de Horacio y Juvenal tratando de borrar la histeria puritana de la Revolución en pos de la Ilustración y buscando un nuevo tono.
Cuando se lee un texto tan fervoroso, tan denso, tan salmantino y erudito como el de Jiménez, con traducciones del alemán y con una sensación de habilidad lingüística tal pero a la vez tan poco claro, es inevitable remontarse a las sátiras que sobre el lenguaje oscuro, el lenguaje anti-moderno por excelencia, se hayan escrito. Aunque el autor no mencione en él a Derrida, Baudrillard o el posmodernismo. No hace falta. Ni eso ni sobreactuarse más de lo obligado con Descartes o Kant.
Finalmente, el problema aquí no se reduce a una discusión erudita sobre arte o historia sino a un momento, el actual, en el que la política avanza a pasos agigantados hacia su teologización gracias entre otros al arte social «contemporáneo» y la filosofía de Levinas. Un momento que nos recuerda mucho aquel punto histórico en el que el puritanismo quiso apoderarse del estado laico en Inglaterra, lo que afortunadamente y gracias a la reivindicación de la razón política moderna por Hobbes, Locke, Hume y la Restauración no logró ya nunca más. Hasta ahora… Es por eso que apreciar lo hecho entonces por la modernidad temprana en contra de la teologización del estado, la política y la cultura es mucho más que una curiosidad histórica: es como adoran decir los artistas «políticos» en su jerga neo-puritana, ineludible, urgente.
Carlos Salazar