Quiero aclarar inicialmente que no estoy en contra de la opinión personal que pueda tener alguien de la colección Botero.
De lo que si estoy en contra es de hacer pasar por verdades, ideas que muchas veces son discutibles.
En ese sentido, a la manera de los estudios culturales, tal vez sea importante indicar el lugar desde donde uno está hablando.
Lugar que, en nuestro medio, se construye a partir de los intereses artísticos y de las experiencia personales que cada quien haya tenido.
En dicha perspectiva, en algún momento seguramente alguien deseará hacer alguna demostración racional sobre sus ideas, utilizando para ello el lenguaje.
En ese sentido es que abogo por la claridad en los planteamientos que se proponen. Si no se hiciera de esa forma, entonces quedamos en una situación en donde no importan las argumentos, sino lo que importan son los guiños, la adulación o la emisión de cortinas de humo sobre temas que ameritan hoy, para el arte colombiano, una reflexión profunda.
Además, ser sincero permite descubrir las fallas de una argumentación y alimentar así la reflexión en el otro. Para algo sirve el reflejo que implica la comunicación.
De otra parte, ante las dificultades evidentes que debe encarar todo artista colombiano joven, de clase media, que decide hacer estudios en el exterior, no he pensado, en ningún momento, en caer en actitudes snobs tan comunes en nuestro medio, como las que generalmente suele exhibir aquel que viene del exterior.
Es decir si algún aporte real puede hacerse, este no va a ser la contribución de aquel colegial que viene a descrestar a sus compañeros de barrio, anunciándoles los últimos diez discos de rock underground de la temporada europea, ni las últimas cinco bienales internacionales, tendencias “post-conceptuales” en el arte de Cancún y curadores en alza en las islas Canarias.
Sobre la pedagogía en el arte en Bogotá, caben aquí las siguientes palabras de Álvaro Barrios, quien en 1990 indicaba así:
(En Bogotá) “Jamás demoro más tiempo de lo que la diligencia que voy a hacer me requiera; siento que en Bogotá se fían más de la apariencia, del cómo se viste…del cómo se habla…” “lo digo más allá del comentario banal de mis fobias; es que creo que al artista joven, Bogotá le hace mucho daño, porque lo lleva a hacer un arte “internacional” porque sí, por ese complejo de ciudad cosmopolita.” “Entonces, ese artista joven, sin mucha personalidad ni humana ni estética, pierde las raíces de su terruño, su identidad, para hacer el arte que le exigen, y lo realiza sin ninguna investigación, sin ninguna profundidad, simplemente haciendo concesiones para lograr estar a la moda.”(1)
(1) Alvaro Barrios en Arte y Parte, cuatro décadas en el Arte colombiano, Litografía Arco, Bogotá, Colombia 1990.
Dimo García