No sé hasta que punto pueda resultar «verdadero» o argumentable que en un contexto como el artístico la única posibilidad de comunicarse es haciendo uso de «demostraciones racionales», como lo señala Dimo García en su envío de hoy.
Entiendo perfectamente que al hacer uso del lenguaje escrito ha de existir un nivel de claridad y, en lo posible, claridad también desde el lugar desde el que se habla. Sin embargo, y ponerlo en el lenguaje de Dimo, este argumentar como «demostración racional» es «discutible». Y lo es porque no queda para nada claro si se ha excluir el humor, la espontaneidad, lo coloquial y otros tantos «tonos» con que se comunica la gente en el contexto artístico y extra-artístico.
De pronto si uno está en el salón de clase y está claro y entendido que uno es el «profesor de arte», éste está en todo su derecho de proponer que evaluará las «participaciones» de sus alumnos por su nivel de racionalidad. En ese caso -y en este punto- estoy de acuerdo con Jorge Peñuela que esa amada «claridad» del lenguaje no puede estar exenta de poesía y, porque no, de gracia, humor, malicia, irreverencia y en algunos casos, hasta delirio. Y sí, hay participaciones muy argumentadas, muy «claras y distintas» que pueden llegar a ser delirantes, y eso es precisamente lo que las hace «verdaderas». Pero, aclaro, no estoy proponiendo que TODAS las «demostraciones» deben tener dosis de irracionalidad o ser delirantes. Aunque esta posibilidad pueda ser interesante y hasta comprensible, me parece de lo más pedante señalar cómo se deben expresar los demás. Y más aún en el tono en que se dice.
Y sí, tiene toda la razón Dimo cuando nos recuerda la clásica actitud snobista del recién llegado del exterior que viene a imponer una moda, un tipo de arte o lo último en «dance». Pero así como esto puede ser muy snob, puede serlo mucho más llegar con una manual de cómo hacer «demostraciones racionales». Le agradezco este detalle a Dimo, así como su preocupación en torno al uso del lenguaje. Pero por ahora, archivo ese regalito.
En cuanto a la reflexión que hace Jorge Peñuela de cómo el texto estructura el contexto, también le digo que tiene toda la razón. Sólo que ese «contexto» no hay que volverlo necesariamente objeto de reflexión metafísica. Simplemente extraño en algunos textos de Jorge Peñuela esa relación que establece al inicio de sus reflexiones -y problematiza en un tono claro y muy didáctico- con discusiones que se dan en el contexto local. Y aclaro que es simplemente un comentario de alguien que lee sus textos tratando de guardar reciprocidad con el gran cuidado con que están pensados y construidos.
Sobre la pedagogía del arte, caben aqui las palabras de Irit Rogoff(*), de cuyo artículo «La academía como potencialidad» tomo unos apartes:
«De vez en cuando, me encuentro en el aula diciendo “no tengo ni idea” a mis estudiantes un tanto incrédulos. Esta no es una falsa declaración de ignorancia ni una modestia impropia, sino una expresión genuina del hecho de que no sé, en términos de conocimiento estructurado, cómo llegar al lugar en el que necesito estar. Me parece que los cuerpos de conocimiento y las cuestiones urgentes que tengo a mi disposición no concuerdan y producen una vía en la que temas, argumentos y modos de funcionamiento se fusionan a la perfección. Y de este modo, parecería que la labor de la “academia”, de la enseñanza, no consiste en afectar a esa fusión sin costuras, sino en comprender esta desunión productiva y sus posibilidades de creación. Los temas y los conocimientos no viven en un estado sencillo de armonía productiva: ésta es la dimensión tácita del debate contemporáneo sobre la enseñanza, tácita debido a que responde a los objetivos de instrumentalizar de forma uniforme la educación hacia un conjunto de resultados predeterminados. Como habitantes de estos espacios y atmósferas de “academia”, estamos atrapados de forma permanente en una tensión (esperemos que productiva) entre el conocimiento del lugar al que podríamos querer ir y el poder provocado por la sensación de que disfrutamos de todos los derechos para embarcarnos en este viaje, siendo conscientes al mismo tiempo de que podríamos carecer de las herramientas que necesitamos o de la fortaleza de espíritu exigida por cualquier viaje a territorio desconocido. Este dilema “puedo / no puedo” constituye el núcleo de mi noción de “La academia como potencialidad” que espero desarrollar aquí.
Es posible que, en aras de la claridad, deba manifestar que en este texto he acabado con nociones de espacios de aprendizaje y espacios de exposición. Aunque pueden pertenecer a diferentes órdenes institucionales que disponen de fuentes de financiación distintas, que contratan a profesionales con formación diferente y que esperan resultados diversos, etc., el proyecto actual -“academia”- está intentando refractarlos entre sí.
(…)
Por tanto, pensar en la “academia” como en “potencialidad” es pensar en las posibilidades de no hacer, de no realizar, de no dar lugar a estar en el mismo centro de los actos de pensamiento, acción y realización. Implica rechazar gran parte de la instrumentalización que parece ir pareja con la enseñanza, gran parte del administrativismo que está asociado con una noción de “formación” para esta o aquella profesión o mercado. Despojándose de gran parte de las nociones de “academia” como terreno dedicado a la formación cuyos únicos resultados permitidos son un conjunto de prácticas u objetos concretos. Permite las inclusiones de la noción tanto de falibilidad como de realización en una práctica de enseñanza y aprendizaje, lo que me parece un punto de introducción muy interesante a la creatividad del pensamiento en relación con los diferentes momentos del llegar a ser.
Fuente:
http://arteleku.net/4.1/zehar/6061/Rogoff_es.pdf
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(*) Irit Rogoff es profesora de Culturas visuales en el Goldsmiths College, London University. Es autora de Terra Infirma-Geography’s Visual Culture y recientemente ha sido comisaria de la exposición De-Regulation with the Work of Kutlug Ataman que ha viajado a Amberes, Herzylia y Berlin, y de la exposición Academy-Teaching and Learning, en el Eindhoven Van Abbemuseum.