Esfera crítica. Sobre la necesidad de pensar críticamente en Colombia, una respuesta a Sandro Romero Rey

Considero preocupante cómo una opinión descalificadora de la crítica se lanza a la ligera sin medir las consecuencias que este tipo de afirmaciones pueden traer a las mentes de lectores, alumnos y amigos de Sandro Romero Rey. 

Considero preocupante cómo una opinión descalificadora de la crítica se lanza a la ligera sin medir las consecuencias que este tipo de afirmaciones pueden traer a las mentes de lectores, alumnos y amigos de Sandro Romero Rey.  (Profesor del programa de artes escénicas de la Facultad de Artes escénicas de Bogotá, ASAB. Escritor. Crítico y columnista en reconocidas revistas del país)

Veo como este tipo de afirmaciones suscitan de inmediato las simpatías de muchos y ningún tipo de comentario que interponga una cierta duda ante semejante afirmación.

Es cierto el esfuerzo que un creador realiza en su obra. Los años de dedicación. La dificultad en un país como Colombia para cristalizar cualquier actividad creativa. Pero también es cierto que toda obra emite pensamientos. Que toda obra es un lanzarse de un pensamiento poético a la esfera pública.

Este lanzarse supone siempre un salto en el vacío. Un riesgo.

Un no poder controlar en adelante los alcances que pueda tener este pensamiento. Esta Política del autor.

Precisamente la obra es un diálogo que se abre y que no cesa. Esto significa que la obra está viva y suscita preguntas. Desencadena el pensamiento. Quizá también genere alguna confrontación. Alguna fractura. Alguna descalificación.

Un autor no puede, sin embargo, pretender detener, controlar o evitar el curso de ese pensamiento. Aunque creo que como van los tiempos, estamos ingresando en un momento en que mecanismos de control modelan mentes en que este tipo de preguntas son vistas como peligrosas suscitaciones a las que se les tilda como altamente destructivas, siempre con ese lema que es ya una letanía, ese de considerar a la crítica como teniendo únicamente una dirección y es la de la afirmación. Lema y política de una crítica que desvía toda comprensión del sentido de un pensamiento crítico. Y que se torna altamente nociva y cultivo de las peligrosas políticas fascistas que intentan modelar el pensamiento de las futuras generaciones.

Precisamente el Arte es nuestra esfera de libertad que nos llama a pensar y no solo a replicar la obra.

Un pensamiento no es un acto de repetición sino precisamente un acto de conciencia en que se pone a prueba esa capacidad de resistencia por no querer detener el curso de una libertad desplegada ante nuestras conciencias.

La crítica no es una construcción afirmativa o constructiva. No es una adherencia a nada.

Es la libre indagación de un pensamiento que ha sido tocado por la obra y por su poder de irradiación.

Habrá sí tipos de críticas y de críticos.

Unos serios y comprometidos. Unos estudiosos o ligeros. En fin perfiles que ningún pensamiento debiera poder pretender controlar, o lo que es peor, querer alienar y aconductar.

Serán los lectores y alumnos y mentes libres quienes sepan reconocer el talante de una crítica. Su acierto o desacierto. Su pertinencia. Seriedad. O ligereza. Su necesidad. O su prescindencia.

Precisamente ese lector pondrá a prueba a su vez su propia capacidad crítica para dirimir estos asuntos.

Considero que este tipo de afirmaciones, como las realizadas por un profesor, quien tiene a su cargo la conducción de metes y libertades en una escuela de formación, debiera considerar que sus palabras tienen un alto poder de irradiación, en este caso la de señalar la disuasión sobre la necesidad de la crítica, descalificando  así sin más el pensamiento crítico.

En un país como Colombia, donde se están  cerrando a pasos agigantados los caminos de la libertad de no consenso (cf. Pablo Batelli), del libre pensamiento crítico, este tipo de apreciaciones envía una señal tergiversada sobre lo que significa para un país forjar y cimentar un pensamiento crítico. A todas luces urgente. Para los tiempos que corren en la más devastadora inercia crítica.

Colombia y la escena del Arte colombiano necesitan contemplar la necesidad de un pensamiento crítico libre lanzado al terreno de una esfera pública en donde sea posible y necesario un diálogo aún en el disenso.

Claudia Díaz, octubre 17 del año 2019


CRÍTICA DE LA CRÍTICA CRÍTICA

Por: Sandro Romero Rey

Por estos días me han escrito algunos mensajes en los que me reclaman «la falta de crítica teatral» en nuestro medio. Pero leyendo a los pocos, a los poquísimos que la ejercen, me pregunto si es esa clase de escribidores que necesitamos.

El asunto es como sigue: un grupo de creadores se reúne durante varios meses, alquila hasta los riñones para poder sacar adelante su montaje. Lo estrenan contra viento y marea, desangrándose por expresar su sensibilidad.

Y aparece el crítico. Un señor que pone una estrellita descalificadora, que despacha el montaje con un chiste de cantina, un epistemólogo que anota cómo el montaje no se acomoda a su propio canon, o simplemente un arrogante que pudo asistir al pase de prensa y, para demostrar su privilegio, se adelanta a todo el mundo y desbarata el trabajo de un plumazo con una frase para divertir al gallinero.

El lector, que siempre es perezoso, se guía por la estrellita, por el chiste desobligante, por la consolación filosófica o por el comentador que publica en cualquier medio. El lector saca sus propias conclusiones, sin ir a ver el montaje: «la obra es mala», dirá sin argumentos, el que no se toma el trabajo de salir de casa sino que repite lo que dice el irresponsable. Hasta ahí llega el esfuerzo de los creadores. Sean buenos o malos. No importa (por lo demás: ¿quién o qué determina si una obra es «buena» o «mala» en estos tiempos tan poco maniqueos?)

Es cierto: el mundo del arte está expuesto a esta siniestra corrida de toros en la que los esfuerzos no justifican los resultados. Pero se necesita odiar un oficio para tratarlo de semejante manera, hasta el punto de acabar con todos aquellos que se pasan horas, días, meses, corriendo riesgos que luego los desbarata un escrito realizado a la carrera, mal redactado, con pésimas intenciones y con una aureola de superioridad que solo devela la triste frustración de aquel que nunca pudo aletear en los cielos de la creación.

No. En Colombia no se puede hacer una crítica de francotirador, disparando con tres aguardientes en la cabeza. El teatro es muy frágil, el público no existe y quienes comentan deben saber estimular y no darle argumentos a los enemigos fáciles de un oficio para que terminen de pisotear lo que se construye con las manos, con el alma, con la vida misma.

¿No te gustó el espectáculo? Cállate, crítico presuntuoso. O monta tu propia obra. En lo que a mí respecta, solo comento lo que parte mi vida en dos, lo que me desbarata las tripas, lo que me hace salir cantando bajo la lluvia. Si no, lo ignoro. De lo contrario, me estaría prestando al peligroso juego de la censura camuflándome en una sapiencia de sepulturero.

Bienvenidos todos: los del teatro de barrio y los del Teatro Colón. Los del Centro Comercial Los Ángeles y los del Julio Mario Santo Domingo. Los del Jorge Eliécer Gaitán y los del TEC de Cali. Los del Matacandelas y los del Teatro Villa Mayor. Todos cabemos. En un país de asesinos acabar con las manifestaciones artísticas desde la comodidad de un escritorio es un deporte muy peligroso. Como disparar contra las aves en vías de extinción.

Sandro Romero Rey. Comentario en su muro de Facebook. Jueves 17 de octubre, 2019