Catatonia Nacional
Que un salón tenga catálogo, eventos paralelos, jurados internacionales y el infaltable seminario, no es para nada una novedad. Que se haya podido realizar a pesar de las dificultades, tampoco es un logro (es un standard en cualquier evento). Que un par de meses antes de su inauguración llegue un nuevo funcionario y haga cambios en el modelo propuesto de salón, tampoco sorprende a nadie. Que la próxima semana, una vez se sepan los ganadores, comience el guayabo postsalón y todo el medio clame por una revisión a fondo del actual modelo, es algo completamente previsible. Que los actuales funcionarios recojan ese clamor y lancen en un año un replanteamiento general del salón, también es parte de la rutina. En fin, el tiempo de las instituciones del Estado es circular y recurrente, como lo son sus funcionarios y sus políticas. («Esos artistas hacen alharaca por todo. El salón quedó divino, va mucha gente y si alguien lo contradice es normal, pues la polémica es parte del asunto.»)
Si hay algo distinto es el énfasis en su difusión por los medios. Es decir, el departamento de comunicaciones es efectivo. Los salones pasados a duras penas lograban dos o tres notas en los diarios. En el actual han invitado a críticos, han entrevistado al público, y han logrado una presencia en los medios proporcional no ya a la importancia del evento, sino a la inversión y al desgaste que produce semejante mamotreto expositivo Sería muy interesante que si lo que se quiere es «agarrar pueblo» para que se asome al evento (y cumplirle a los funcionarios que dan plata según los indicadores de «impacto en la comunidad») se diseñara un mínimo apoyo didáctico que facilite la navegación al público que llega con la ilusión de acercarse un poco el ‘arte nacional’. («A la gente joven le encantó la obra de ese artista que se saca la sangre. También las que nos muestran como viven los pobres. Es que el arte de ahora es social!»)
En términos cuantitativos hay logros. Más público y más cubrimiento. En lo cualitativo, como dice Jose Ignacio Roca tiene «todos los defectos de los anteriores». Sería una magnifica gestión si se tratara de un festival de teatro, donde no hace falta recibir al público con apoyos didácticos y donde el indicador de que todo fue un éxito, es la taquilla y el cubrimiento mediático. En artes plásticas el objetivo debe ser generar sentido y no tanto diversión o entretenimiento. Ochenta propuestas que se disponen en el espacio simplemente para que se vea ‘bien montado’ ya no es suficiente. Por ello las obras que salen mejor libradas son aquellas que establecieron una relación con el lugar a partir de los criterios del artista, logrando que su sentido irradie al espacio físico y al espectador, y no al contrario, como sucede en el Mambo y el Planetario. («Bueno, ahora que pase el salón si le metemos toda, pero toda la energia a eso de la curadurías en la regiones, que antes estaba pesimamente planteado. La vaina es que el salón nos salió carísimo y no queda plata. Pero bueno, fué un éxito impresionante»)
Pasa igual con los eventos paralelos. Los más relevantes fueron aquellos que funcionaron a partir de iniciativas privadas y/o de otras instituciones, y que por razones del destino (y las ganas de apropiarselos por parte de mincultura) coincidieron con el evento: fotología y la visita de los curadores ingleses. Que bueno que los hayan apoyado economicamente, pero a que precio!! Fotología y Visiting Arts tendrán que pensar muy bien las cosas la próxima vez que le pidan un apoyo al Ministerio. («Esta vez si hubo trabajo a fondo para catapultar a nuestros artistas a eventos internacionales. Los ingleses se fueron completamente fascinados con el arte nacional. Será que el próximo Salón lo hacemos con el curador de la Tate?»)
¿Alguien recuerda que obras ganaron el último salón?
Catalina Vaughan
*la catatonia es un episodio psicotico en el que el paciente aparenta estar muerto.
De nuevo el salón
Nuevamente hay salón y con él la ilusión de que hay un debate. Sin embargo, es necesario seguir acotando las diferentes posturas, porque el tema lejos de reducirse sigue ampliándose; en apariencia la mayoría de las veces, pues muchas de las intervenciones no hacen sino reforzar la misma lógica vista desde uno u otro punto de vista: la de la exhibición de obras de arte. A unos les gusta el salón, a otros no, pero se sigue discutiendo como si el tema de fondo (las políticas culturales estatales) se redujera solamente a las posibilidades, las formas o las alternativas de exhibición para la producción de cierta clase de artistas.
Me pregunto yo si no hay otros temas -por ejemplo el de la seguridad social de los artistas-; pero hecha la salvedad, me referiré a algunas preguntas que suscita la exhibición (que alguna importancia debe tener, dados el número y el prestigio de los participantes). En los últimos tiempos he tenido algunas intervenciones en medios de comunicación y siempre quedo con la impresión de que lo esencial no se llega a plantear; posiblemente este medio sea un espacio más adecuado para proponer algunas reflexiones generales.
Mis observaciones provienen de tres experiencias: la primera, la relacionada con el campo de la educación; la segunda, la de haber sido jurado en uno de los salones regionales (centro oriente) y la tercera, la de espectador del salón en su forma final, que no compromete, obviamente, la mirada de un espectador común y corriente, sino la de un artista que hace varios años renunció a participar en el evento sin necesariamente marginalizarse de él, pues reconoce su importancia política.
En aras de la sensatez (sin renunciar a la complejidad y extensión que el debate merece), reduzco mis observaciones al planteamiento de tres problemas, un pequeño diagnóstico personal y la definición de una tarea.
Primer problema: El imperativo de ser contemporáneos.
Si hay un elemento que caracterice la historia del salón es el esfuerzo permanente para demostrar que somos contemporáneos, lo que por un lado se traduce en la tensión de estar al día (cueste lo que cueste y signifique lo que signifique eso, desde ‘estar actualizados’ hasta ‘estar a la moda’- la acepción más común) y, por otro, en el temor de ser anacrónicos, como si ser contemporáneos (o, más bien, demostrarlo) fuese un deber moral.
Segundo problema: La necesidad de la investigación.
Una de las manifestaciones más claras de las estrechas y complejas relaciones que se tejen entre prácticas artísticas y ámbito académico en las últimas décadas, es el cada vez más obvio recurso a la justificación de las obras desde la investigación. Hoy toda obra medianamente consciente de sí misma se siente obligada a plantearse como investigación; aquí también un rango de opciones se abre desde ver este hecho como un signo de que las prácticas artísticas expresan su voluntad de tener una responsabilidad académica, hasta -en el otro extremo- que la investigación sea un tópico más y se le llame investigar a cualquier cosa (así como ‘proceso’ y otros términos acabaron nombrando cualquier cosa).
Tercer problema: El reto de la comunidad.
En las décadas que llevo activo en el campo del arte, nunca había sentido tan fuertemente cómo las propias prácticas cuestionan radicalmente la noción de obra de arte como hoy. En este estado de movilidad, todo el mundo busca los principios a los cuales aferrarse y que le ofrezcan una guía en ese panorama fluctuante y una de las preguntas más fuertes en este panorama es acerca de las nociones de comunidad y, derivada de ella, qué clase de relaciones entreteje (o debería entretejer) la práctica artística con la vida de las comunidades. En este punto, se abre un abanico de posibilidades que abarca desde la reactualización de la vieja pregunta moderna acerca de la reconexión entre el arte y la vida, con las consecuencias metodológicas y políticas que ello implique y, en otro extremo, la posibilidad de caer en el reformismo y el oportunismo; es decir, la pura y simple demagogia.
Un diagnóstico personal.
Creo que la situación actual ya no aguanta más; me refiero a que la ecuación que reduce el mundo del arte al mundo de las obras de arte (con su fórmula implícita «arte es lo que hacen los artistas» y con su conclusión de que la historia del arte es la historia de la inclusión de éstos últimos en los llamados ‘circuitos’). Un salón nacional es, evidentemente un elemento de juicio, pero no el único; puede tener una cierta importancia, pero no puede ser el sólo evento que defina la política estatal sobre las artes plásticas y -sobre todo- un salón no puede reducirse a su componente de exhibición convencional. La experiencia como jurado no hace sino confirmar la sospecha de que hay muchas cosas significativas que simplemente no caben en ese formato de exhibición -demasiado determinado por las lógicas del espectáculo- por amplio y sensible que se haga aquel. Se dirá que en este caso se han programado un foro académico y actividades paralelas (¿no tenía el inconcluso Proyecto Pentágono las mismas o similares intenciones académicas, democratizadoras, y políticas?), pero todo sigue girando alrededor del centro de gravedad de las obras de arte (quiénes las producen, cómo las producen, cómo se reformulan en los últimos tiempos, cómo deberían pensarse en el contexto de la globalización, etc., etc.), lo que, por un lado, no nos permite hacer un estado de cuentas del campo del arte en el país y, por otro, las actividades de apoyo se disuelven con el fin del evento y realmente queda muy poco de fundamento.
Aunque he tratado de mantener un tono general en esta presentación, voy a avanzar una pequeña mirada más crítica: la mayoría de las obras, a pesar de lo que nos digan los textos que las acompañan, no hablan ni de la contemporaneidad, ni del país, ni de la miseria, ni del erotismo, ni de la violencia: hablan, simplemente, de sus autores; las hay, es obvio, buenas, regulares y malas, incluso alguna extraordinaria y -en este caso- eso está muy bien, pues trasciende completamente a su autor para dejar ver algo que está más allá; pero en la mayoría de los casos las obras solamente se quedan en un esbozo de algo que pudo haber sido, en un rasgo de ingenio que , a lo mejor, algún día se desarrollen, si sus autores dejaran de buscar su propio reflejo en ellas.
Una tarea
La gran pregunta hoy es acerca de la continuidad del programa. Se dijo que existía un programa (documento Conpes incluido) del cual el salón era solamente un ingrediente, ¿podemos pensar en que una vez anunciados los premios y una vez pasada la euforia del foro sucederán más cosas que, esta vez sí, puedan darnos cuenta de las tensiones regionales y nacionales?
Cuando me invitaron a ser jurado del regional, pregunté por qué se llamaba a un contradictor del salón y se me respondió que esta vez había una renovación drástica en la que, entre otras cosas, se esperaba una participación académica mucho más fuerte que antes, proceso al cual me pareció importante aportar. La comprensión de la naturaleza de las prácticas artísticas actuales pasa necesariamente por la reflexión acerca de la academia; unas y otra no pueden ser pensadas aisladamente y asumir esta reflexión permitiría un descentramiento: dejaríamos de preguntarnos obsesivamente cuál es la obra que debemos producir para ser contemporáneos y, más bien, nos pondría a preguntarnos que hemos sido tradicionalmente en el pasado para encontrarnos en el punto en que nos encontramos hoy.
Miguel Huertas
Una experiencia como jurado
Como jurado de esta versión de los Salones Regionales de arte he podido acompañar un importante proceso de redefinición de la estructura oficial del arte colombiano orientado por el Ministerio de la Cultura, en orden a establecer mecanismos más acordes y empáticos con la realidad artística contemporánea. La discusión sobre la viabilidad de los Salones y su permanencia como evento central y prácticamente único del arte nacional ha sido larga y difícil y las opiniones encontradas respecto a su destino final. La coherencia en la orientación de las nuevas políticas y la estructura de descentralización y apertura para transformar el Salón en una acción cultural más amplia y enriquecedora me impulso a aceptar este reto que me ha dado hoy una nueva mirada a la realidad de la problemática artística nacional.
Son evidentes las fallas, las carencias y precariedades en medio de las cuales se desenvuelven nuestros artistas y muchas las voces que reclaman una mayor participación del estado y un cambio radical en el modelo prevalente. Sin embargo se detecta claramente que este cambio no puede significar la abolición de los Salones Regionales, por lo menos a corto plazo, dada la fragilidad de muchas instancias locales que aun no están preparadas para soportar un nuevo esquema, máxime cuando los actuales salones son en muchas regiones el único espacio artístico.
Mi experiencia como jurado apunta a la comprensión de que este tipo de eventos deben despojarse del viejo esquema paternalista y que la capacidad de producción de pensamiento creativo debe ser fomentada más no dirigida o encasillada. En un plano profesional como artista plástico formado en los parámetros de la dialéctica contemporánea del arte, mi visión de la función de un jurado se vio fuertemente cuestionada en el transcurso de la tarea. La aplicación de criterios estéticos contemporáneos a la valoración de un cúmulo de producciones disímiles y heterogéneas ¿Debe ser una tarea de convalidación, inclusión – exclusión? ¿Deben estas producciones necesariamente obedecer a los códigos de lectura afincados en las nuevas miradas derivadas del pensamiento postmoderno, postcolonial y a la praxis de los estudios culturales? ¿Deben estas obras obedecer a los requerimientos curatoriales del mainstream? No a mi juicio, la experiencia práctica frente a la interesante producción local me dice que a pesar de las carencias el estado del arte nacional es vital y el poder individual de las producciones se alza con vos propia y mal pudiéramos caer en esquematizaciones y encasillamientos. La labor de la organización de un evento de esta naturaleza incluidos los jurados es más la de acompañar, aprender y comprender.
El arte actual colombiano a través de los Salones regionales
Luego de evaluar cerca de 1000 obras de artistas de 7 regionales que abarcan todo el diverso territorio colombiano quedan algunas impresiones puntuales sobre la circunstancia particulares del acontecer plástico colombiano.
El primer aspecto a destacar es el perfil de la comunidad artística que participa en los Salones Regionales. En un amplísimo porcentaje las obras presentadas corresponden a jóvenes artistas, menores de 30 años, con contadas participaciones de artistas de trayectoria. Esta circunstancia nos lleva a hacernos varios cuestionamientos: ¿fue verdaderamente eficaz la convocatoria de los Salones Regionales? ¿Se leen los Salones Regionales como salones de arte joven? ¿Sienten los artistas mayores que el salón debiera invitarlos directamente sin someterse a un proceso de evaluación? ¿Hay un descreimiento generalizado entre los artistas profesionales frente a la pertinencia del salón? Todos estos son puntos a analizar en aras de perfeccionar una estrategia futura para un Salón verdaderamente representativo del arte nacional o acaso ¿debemos aceptar que los Salones Regionales se definan de una vez por todas como salones de arte joven y se busquen otros esquemas de participación para los artistas de trayectoria?
Un segundo aspecto tiene que ver con los Salones como cuerpo de obras legibles, como manifestación estética y conceptual de un momento particular. Dos elementos fundamentales se detectan en la nueva producción, el sentido o el simulacro de contemporaneidad y el sentido o simulacro de pertinencia histórica.
Para muchos artistas la urgencia de sintonía con el acontecer artístico contemporáneo se convierte en el motivo principal de su reflexión, notándose una fragilidad muy grande en el proceso de creación y sus resultados. Muchas obras parecen ser hechas ex profeso con el propósito de parecer pertinentes a un mandato de corrección estilística, lo que les hace compulsivamente miméticas y abiertamente esteticistas, fallando en la sinceridad y coherencia de su articulación expresiva
El arte de un país como Colombia en el que la carga del devenir histórico tiene un peso tan importante, es un arte marcado, podríamos decir que coartado por la exigencia de un discurso político, en esta medida muchas obras apuntan de manera oportunista a la apelación de los signos de conflicto social. Son reiterativas las imágenes de banderas y mapas de Colombia, cilindros bomba, camuflados y armas, relatos de secuestrados y testimonios del conflicto plasmados de diversas maneras. No todas estas invocaciones resultan eficaces pues no basta su enunciación para configurar una obra de arte coherente. Como expresa James Gartner en su libro Cultura o basura: «Muchas buenas obras de arte tratan de lo político, pero no todas las obras que tratan de lo político son buenas obras de arte»
Por encima de estas circunstancias de fragilidad e inconsistencia estética, se destaca un buen número de obras, entre las que se cuentan las seleccionadas y premiadas, que logran resultados estéticos verdaderamente notables y pertinentes dentro de un sentido contemporáneo, con una carga discursiva sincera y elaborada que aporta al panorama del arte nacional nuevas miradas e interesantes reflexiones. Se destacan sutiles creaciones en todos los medios expresivos desde la pintura hasta la multimedia. Obras que hablan de la cultura, de la política, de la condición de marginalidad, del universo de lo femenino, de los relatos personales, del dolor, la muerte y aun de la belleza y la poética como reductos del arte como expresión de un sentido profundamente humano y sensible en medio de las circunstancias ciertamente complejas y dolorosas de un país convulsionado pero intensamente vital.
Nadín Ospina Febrero de 2004
Acta del Salón de Autistas
Hola. Soy Paquita, pido disculpas a mis fans por haberme ausentado tanto tiempo de la esfera pública, pero he vuelto sólo para hacer una pequeña colaboración como correctora de estilo del acta de premiación del salón nacional. Es que había problemitas semánticos y de sintaxis que hacían poco clara la lectura del texto «oficial». Creo que, como sigue, está más pispo y fiel a la verdad. Besos a todos y todas:
Acta definitiva y verídica sobre el fallo del salón nacional de autistas >
Agosto 28 de 2004 Reunidos en Bogotá, el día viernes 28 de agosto de 2004, el jurado conformado por Víctor Zamudio Taylor, Adriano Pedrosa y Nadín Ospina, llegó a las siguientes conclusiones: El género expositivo del Salón, que tiene sus orígenes en el siglo XIX, sigue siendo un mercado vigente que articula tendencias rentables dentro de las búsquedas del arte contemporáneo, en un contexto de arribismo cultural. El Salón Nacional de artistas tiene una función clave en Colombia hoy en día, como en sus ediciones anteriores, por aglutinar las tendencias formales e inquietudes temáticas hegemónicas dentro del arte contemporáneo, derivadas de la homogeneidad expositiva que caracteriza al país. El jurado ha sido testigo de un espectáculo morboso y un parloteo descontextualizado sobre el arte contemporáneo que ha generado esta plataforma que convoca a un círculo cerrado e incestuoso.
El jurado encontró gran precariedad en las propuestas actuales que, si bien son de creadores de distintas generaciones, así como de regiones que tienen acceso desigual a la información, educación y foros discursivos sobre la producción artística, son de una calidad custionable en cuanto al uso de lenguajes formales internacionales para articular preocupaciones locales. No obstante, nos asalta un interrogante y planteamos la siguiente pregunta, ¿debe ser el Salón Nacional un salón de arte contemporáneo?
Y nos respondemos enseguida: no. El salón debe exhibir propuestas más decorativas y acordes con las necesidades de coleccionistas interesados en crear ambientes domésticos acogedores para quienes puedan pagar por las obras. Qué desilusión se deben haber llevado nuestros curadores ingleses ante tal carencia de distinción y glamour (salvo Jaime Ávila, quien siempre es muy glamoroso). Más allá de este interrogante central, el jurado ha detectado varios núcleos temáticos que sobresalen y que atraviesan generaciones, regiones y resoluciones formales. Estas sugieren una relación consensuada que apunta hacia las especificidades de los prejuicios y representaciones que se viven en Colombia. Nos referimos a inquietudes en torno a lo urbano y sus cotidianidades (pornomiseria, arribismo arquitectónico, exotización de las herramientas de trabajo de la gente en la calle), también a asuntos de género (qué buen porno, aunque faltaron planos más cerrados de las mamadas y demás prácticas que tanto gustan a los hombres y asquean a seudocríticas seudofeministas, así como màs definición en la imagen de los protagonistas, hay tanto por aprender de la industria norteamericana) y a temas de cará cter antropológico (es decir relativos a la conducta misma y la interacción social en cocteles y cenas de los artistas participantes).
El jurado, unánimemente, otorga menciones honoríficas a las obras, procedentes de la convocatoria de Salones Regionales, de tres artistas destacados por su depuración formal y, por consiguiente, facilidad de comercialización:
A «Plano Transitorio», de Milena Bonilla, en tanto que su obra registra intervenciones en un micromundo, de uso cotidiano citadino. Ella restaura, con materiales y técnicas de labor femenina y del entorno doméstico, y con mucha humildad, eso sí, el papel que le debería corresponder a la mujer en la sociedad.
A la obra «Sin título», de Eduardo Consuegra, por el uso de la fotografía urbana -de tradición internacional- con el fin de representar la melancolía de un joven pequeñoburgués por su entorno socioarquitectónico perdido.
A «Matrimonio y Mortaja», de Adolfo Cifuentes, por su instalación monocromática, la cual representa un retorno a los linderos más aburridos y rentables del arte de los ochenta.
El jurado, unánimemente, otorga el premio, procedente de la convocatoria de los Salones Regionales, a la obra ¨La fá brica de oro y piedras preciosas», de Adriana Arenas. Dicho trabajo refuerza, a través de una conjugación de nuevos medios, los clichés étnicos más aburridos de la retórica colonial, a la vez que presenta una exotización del otro mediada y digerida por el lenguaje de la reseña turística.
El jurado otorga, a la Convocatoria de Artistas con trayectoria de varios años, menciones honoríficas a tres artistas por su aparente complejidad, su manido rigor y su experimentación estandarizada:
A «El tiempo se mueve despacio», de María Teresa Hincapié, por la tenacidad (pues es tenaz sin duda hacer durante más de 20 años la misma obra con distintos nombres) y profundidad (nos referimos a la noción «sueño profundo») de la obra, la cual aborda la noción de aburrimiento de manera somnífera para subrayar lugares comunes de gran actualidad en los campos de la subjetividad mediada, el cuerpo comercializado y la política del no tener nada por decir.
A «Corte en el ojo», de Miguel Ángel Rojas, por su rigurosa, precisa, y compleja articulación, tan rigurosa, precisa y compleja como tooodo lo demás que hemos mencionado hasta el momento, es decir todo.
A «La limpieza de los establos de Augías», del Colectivo Mapa Teatro, pues cómo podríamos dejar a Rolf por fuera del pastel, si además se esforzó por mostrarse tan políticamente correcto como siempre.
El jurado, de manera unánime, otorga a la convocatoria de artistas con trayectoria de más de diez años, el premio a » Re-trato», de Oscar Muñoz. Esta propuesta alcanza un gran valor poético al fusionar el uso económico y riguroso de un género tan tradicional como el retrato, con el dibujo como modo de pensamiento, para elaborar una obra sobre lo efímero y la memoria. Lástima eso sí el video, los dibujitos sueltos se habrían vendido mejor…
Firmado, Paquita
Agradecimientos a: Víctor Zamudio Taylor Adriano Pedrosa Nadín Ospina
Salón curatorial
En los últimos días han llegado varias participaciones breves que en resumen proponen lo siguiente:
Para evitar que el próximo salón nacional sea -en términos curatoriales- la suma de una serie de ideas de asesores, curadores artistas y funcionarios, el ministerio podría diseñar una convocatoria para que curadores y gestores propongan un modelo curatorial para el próximo salón nacional.
Un jurado podría seleccionar la que consideren debe dar forma a este evento (criterios curatoriales, obras seleccionadas, textos para catalogo y apoyos didacticos, tipo de montaje, etc) y de esta manera establecer un compromiso contractual que otorga a la propuesta seleccionada una autonomía a nivel de investigación y conceptualización, así como un tiempo para llevarla a cabo.
Algo similar ocurre con Bienales como las de Sao Paulo y Venecia: hay una persona o equipo curatorial responsable designado con la antelación suficiente. El Ministerio se ocuparía de los aspectos de financiación, logística y producción del evento.
Jaime Iregui
Salón Nacional de Artistas, sólo se sufre cada dos años
Un día después del 11 de septiembre se clausura la versión 39 del Salón Nacional de Artistas, evento que para esta ocasión contó con la presencia de obras de 89 participantes, un foro académico, conciertos musicales, el lanzamiento de una serie de televisón dedicada al tema del arte contemporáneo colombiano y la visita de 13 curadores británicos, dedicados a proveer, según reza el folleto que acompañó la invitación al certámen, «asesorías, información, entrenamiento, consultorías» a los profesionales del arte del país.
Para comprender mejor lo sucedido en medio de tan amplio número de ofertas culturales reunidas en una sola iniciativa institucional, vale la pena detenerse en dos circunstancias particulares a este evento: la alta densidad de obras provenientes de lugares distintos al centro del país (un 71% del total), así como la mínima resonancia obtenida por parte de los medios de comunincación y el escaso impacto del Salón en el contexto mismo de la realidad social colombiana.
En primer lugar, podría aducirse que el alto índice de participación de artistas que no viven ni trabajan en Bogotá hace parte de los resultados que ha arrojado una política de apertura regional impulsada desde el Ministerio de Cultura . Entonces, gracias a la inauguración de varios salones de arte en diferentes regiones y a la visita de un jurado de selección para cada evento, se pudo apreciar y evaluar la producción artística de un mayor grupo de sectores artísticos en Colombia. Se puede sonreir -si se quiere- del hecho que la balanza se incline cuantitativamente del lado de los artistas no concentrados en la capital, lo cual nos daría razones para aplaudir la gestión llevada a cabo por el Ministerio de Cultura. Sin embrago, este fenómeno obedece también a la necesidad, expresada por los miembros del jurado de premiación, de poner a circular las propuestas de múltiples lugares del territorio nacional en un evento centralizado, con lo que el interés inicial de promover participación y visibilización se convirtió en una metodología de asimilación cultural, acorde con las políticas de inclusión territorial avaladas por el actual goberino. De ahí a la normalización resta un paso, y mejor sería no darlo.
Por otra parte, la ausencia del Salón de los titulares de los medios de comunicación podría relativizarse en un principio, si pensamos en el cubrimiento informativo que se hizo de la inauguración en la sede del Museo de Arte Moderno de Bogotá. No obstante, este hecho se limitó a una sola fecha, quedando relegada la presentación de las obras participantes a un segundo plano, o mejor, a ningún plano.
Este fenòmeno de desaparición progresiva en el entorno social del país resulta de más fácil comprensión si revisamos la historia que ha tenido el Salón durante 64 años. En un principio, este evento tomó como modelo de exhibición las exposiciones de arte y de productos artesanales e industriales surgidas a finales del siglo XIX. En 1940, gracias a los esfuerzos del entonces ministro de educación, Jorge Eliécer Gaitán, el certámen obtuvo su reconocimiento como un concurso periódico financiado por iniciativa gubernamental. Durante ésa década el Salón se realizó en el edificio sede de la Biblioteca Nacional, aprovechando las favorables condiciones que ofrecía para la exhbición de las más recientes propuestas artísticas de la época. Uno de los indicadores de la atención que en ese momento despertaba el Salón, consistió en la censura de que fue objeto la obra de la artista antioqueña Débora Arango, quien, según se cuenta en la dudosa cronología del salón que aparece en la página oficial del Ministerio de Cultura, fue reprimida por cuestionar la forma de gobierno predominante en ese momento. Este hecho fue efectivamente destacado en los medios de comunicación, así como una década más tarde, la consolidación de la generación de artistas masculinos avalados por la crítica de arte argentina Marta Traba. Botero, Negret, Ramírez Villamizar (qepd), Grau (qepd), Obregón (qepd), se alzaron como figuras preponderantes en la construcción del campo artístico colombiano de mediados del siglo XX. Su aporte permitió la irrupción con treinta años de retraso de las corrientes artísticas de las vanguardias europeas modernistas de principios de siglo, al igual que las más contemporáneas propuestas de la escuela de Nueva York, posteriores a la segunda posguerra. A consecuencia de ello se dio paso a la adopción de rígidos estándares de valoración sobre las investigaciones artísticas desarrolladas durante ése momento.
A partir de los años 70, el Salón se convirtió en un espacio de promoción de los artistas más jóvenes, actitud que ha mantenido hasta ahora. Puede decirse que fue a partir de ahí que comenzó el declive del Salón Nacional como evento represetantivo del movimiento artístico local, ya que el formato de exhibición se amarró de forma evidente con otros salones de arte, especializando el lenguaje del público interesado en esas muestras. Sin embargo, ésta es una hipótesis que merece ser trabajada con mayor atención.
Continuando con nuestra revisión, el Salón continuó funcionando hasta 1980, cuando sufrió una interrupción de 5 años, para reiniciarse luego y pasar a funcionar, durante los años noventa en el recinto de Corferias. Este proceso marcó el comienzo de una nueva crisis, marcada por la ausencia de una administración clara y una generalizada tendencia a la insostenibilidad financiera.
Ante el cambio de milenio, la macrocefalia del Salón dio lugar a una profunda evaluación del mismo, cuestión que en la actual versión pasó por dos etapas. La primera, denominada «Proyecto Salón Nacional de Artistas» estaba encaminada a la constitución de un plan de ejecución a 10 años, concertado entre el gobierno y el gremio artístico, enfocado en atender los fenómenos que rodean la producción de las artes visuales en el país. Esta etapa se desvaneció repentinamente a consecuencia de cambios en la administración del área de artes plásticas del Ministerio de Cultura, con lo que se postuló una apresurada nueva iniciativa. Esta segunda etapa es la que finaliza el 12 de septiembre de 2004, donde los estímulos se orientaron a premiar obras de artistas con una trayectoria de más de 10 años en el medio y una única obra seleccionada como la mejor de entre las provenientes de los Salones Regionales realizados previamente al Salón Nacional. El primer premio se entregó a «Re-trato» de Oscar Muñoz, mientras que el segundo correspondió a «Fábrica de oro y piedras preciosas» de Adriana Arenas. Seguramente estos galardones darán lugar a agudas detracciones, sin embargo, lo más importante es decir que como vá, el Salón Nacional se ha convertido en un zombie que anuncia su muerte y resurrección cada dos años, existiendo en medio de la confusión y la inercia institucional. De ahí a su desaparición definitiva resta un paso y, para algunos, parece que es mejor no darlo sino planificarlo.
Guillermo Vanegas