En varias ocasiones se ha dicho: “lo has visto todo, no hay nada más que ver”. Esto parece ser cierto: ya todo ha sido visto, revisitado, redeglutido, redigerido y revuelto mil y una vez. Nada más darse una vuelta por los pasillos de aquellas naves de Arco, para mirar de nuevo todas las imágenes del pasado y las que en el futuro aún quedan por ver.
Sin embargo, la verdad es que ahí: no hay nada que ver, sino todo que comprar. Y quizás por la crisis que amenaza desde todos los frentes resulta un momento extraño para esas transacciones disparadas de compra-venta, pero la primavera se acerca y el entusiasmo que se respira en los pasillos nos hace olvidar aquellos otros efluvios de unos indignados a punto de convertirse en piezas de museo… o de ser vendidos a un coleccionista.
Porque he ahí otra de las lógicas aberrrantes del arte: ¡convertir todo lo que toca en oro! He ahí el rey Midas contemporáneo en su más alto esplendor ferial transformando todo aquello que fue carencia, que fue merma o que no alcanzó a tener una vida cumplida, o que fue tragedia en glamour…
De ahí que las promesas de “El Nuevo Dorado” regresen como metáfora de otro proyecto fracasado (en el que quizás se cifra la profecía maya): el de la deforestación amazónica que realizan los buscadores de “oro” y la tierra sin ley del narcotráfico. Porque ahí tenemos, once again, aquel continente que guarda escondidas enormes riquezas, tal como sugiere la pieza del artista colombiano Miguel Ángel Rojas en Sicardi Gallery, en la que el Dorado regresa bajo la forma de una bella pieza de arte aquello que debió ser apocalipsis.
Obra de Miguel Angel Rojas en el stand de Galería Sicardi. Foto: Ximena Gama
En ella, vemos el fino trazado del recorrido del río Amazonas en oro y coca: un hermoso objeto que revela la belleza de lo terrible. Quizás ese cuadro formalmente impecable sea también el trazado expandido en el que confluyen las lógicas del dinero en el arte y muchos de sus intereses… Curiosamente tema y anatema de varios artistas españoles y latinoamericanos en esta feria.
Porque si no cómo explicar la cantidad de piezas en las que el dinero, su rechazo (siempre aparente), su aceptación (siempre enmascarada) o su multiplicación (tan milagrosa como los panes del desierto) trazan un mapa del antiguo y redescubierto dorado sobre el que también se están construyendo no sólo las relaciones entre los distintos agentes del arte como el coleccionismo y el museísmo (PensarLatinoamérica, Principio Potosí, América Fría sólo por citar algunas de las exposiciones que se han montado recientemente), sino entre España y esas antiguas colonias que siguen estando presentes, ahora en las fantasías de un país en busca de salvación y que ahora mira de nuevo hacia aquella antigua promesa de riqueza que se presenta como la tierra de la violencia y del dinero sin ley.
He aquí otras tres piezas que dan fe de ello. La primera sería la de Santiago Sierra (en Helga de Alvear) a quien le gusta insistir y repetirse: no como acto de oposición y rebeldía sino como gesto de autoafirmación. Ya se ha aludido antes sobre el efecto matemático de la doble negatividad y el resultado «negativo» de un rotundo “Sí”; por lo que no vamos a insistir en ello con la pieza repetida del “No”. Sin embargo, no pasaremos por alto que aquella “Carta a la ministra de Cultura” en la que rechazaba el premio y a la que también hicimos una lectura en su momento [1], regresa -prematuramente como un prenda “vintage”- convertida en una obra cuyo valor es el mismo que el premio rechazado: otro camino no muy proustiano para recuperar el dinero perdido…
Más divertida y mucho más humorística (y quizás por eso más lograda en su fracaso) resulta la pieza del vasco Karmelo Bermejo en la galería Maisterravalbuena: “Devolución de una subvención del Ministerio de Cultura por no haber realizado ninguna de las obras de arte para las que fue otorgada”. Aquí se hacen evidentes cosas muy interesantes: por un lado, la irresponsabilidad de los funcionarios de la cultura (nos acordamos de la ministra fashionista con vocación de paladina de los derechos de autor, más bien corporativo) a la hora de otorgar becas y subvenciones así como de ese barroquismo mal entendido y lógica aberrante de la burocracia.
La tercera pieza, la de las multiplicaciones, podría ser la del cubano Wilfredo Prieto en Nogueras Blanchard: “One million dollar”. Entre otras cosas, allí quizás hay una alusión a los milagros que se hacen en la isla para sobrevivir, así como a otras visiones pesadillescas y de proyección del deseo: la del espejo que desdobla la imagen al infinito y la arbitrariedad del valor del dinero; así como a los mecanismos para protegerlo: parte de la obra es el guardia de seguridad que custodia ese pobre “one” dólar sobrevalorado. El coleccionista que se sienta tentado a adquirirla deberá preguntar si ese fornido vigilante viene incluido con la pieza y quién deberá asumir su manutención: el artista con el millón ganado, la galería o él mismo.
A pesar de que cada año se critique a la feria por cualquier motivo merecido o no (incluso este año hubo quien se quejó de no poder hacer una crítica por no haber recibido un pase «vip») en todas sus versiones la feria de arte Arco siempre es maravillosa –pienso; cuando contentos, todos sonreímos porque se ha salvado la crisis (llegó el carnaval y la profecía maya ha quedado incumplida), pues como en ese sofisticado mapa de oro y coca, los caminos del dinero y del arte trazan el recorrido cumplido y feliz de “un dorado”, que por mucha repetición y escasa novedad todos queremos alcanzar.
Maria Virginia Jaua
publicado por SalonKritik
[1] Véase «El –No– de Santiago Sierra: un pequeño ejercicio para el análisis del discurso».
* Imagen cortesía de Sicardi Gallery.