1. K.
“No confundas la cibernética con la predicción de la fortuna”, le dice una funcionaria de un banco de datos a K, el protagonista de la película El Proceso, en la adaptación de la novela de Kafka que Orson Welles llevó al cine en 1962. La escena, suprimida de la película, no aparecía en la novela, era una analogía de lo que Kafka apenas avizoraba como un sistema inmenso de archivos, tinterillos y corredores pero que Welles actualizó y tradujo a una inmensa máquina kafkiana de computación.
El comienzo de El Proceso es sencillo, un hombre despierta víctima de una metamorfosis, no es que se convierta en insecto (al menos algunos bichos pueden volar), sucede algo peor: está arrestado. En su cuarto hay dos agentes sin identificación, luego entra un supervisor, y le dicen que está vinculado a un proceso por un crimen sin identificar, que está detenido pero que aun así puede irse a trabajar, pronto será llamado ante la ley.
En los diálogos de la escena suprimida de la película de Welles, K quiere que la poderosa computadora del banco donde trabaja le de algún indicio sobre su futuro judicial, la funcionaria que le ayuda es escéptica, no tiene suficientes datos y dar consejos jurídicos no es su terreno, pero afirma que aun así le tiene algo.
K, voluntarioso, hace una apología a la imparcialidad de la máquina, “Adivino que el computador es más como un juez… y ¿no sería eso un adelanto? No más estúpidos errores, todo limpio y preciso. En vez de ufanarse de su inteligencia, como los hombres engreídos, los abogados tendrían que ser precisos. Como los contadores o los científicos. De hecho, imagínese una corte de ley como un laboratorio… ¿Piensa usted que alguna vez será así?”
Cuando K pide la respuesta, la máquina vomita un papelito donde está escrito el crimen más probable que ha de cometer. “Esto parece una adivinanza”, dice K al ver en la cartulina unos puntitos. “Son factores, la matemática de la probabilidad”. Tal vez mi caso, infiere K, supera a la máquina pero la mujer le informa que “si se alimenta la máquina con tonterías ella solo responde con silencios… solo podemos resolver lo que puede ser formulado… lingüística… hasta que usted no pueda precisar con exactitud lo que quiere decir, no podrá saber lo que usted quiere saber… las preguntas sobre la ley o el crimen están enmarañadas sin remedio en los llamados valores morales… conciencia, inocencia, culpa, bueno, malo”, “¿Y todo eso son tonterías?”, pregunta K. “Es nada para nosotros”.
Al final, K dice que no entiende el código de la tarjeta, pide una traducción, un significado, la respuesta es que lo dicho por la máquina es lo “usual”. Y el crimen más probable que K ha de cometer es el “suicidio”.
2. Captura de caché
“Gran trabajo policial para capturar al hombre que amenazó de muerte al hijo del presidente” fue la manera como tituló la Policía Nacional en su página de Internet la detención de Nicolás Castro. La página, ahora que el caso se ha caído por el mediocre trabajo policial que propició la captura de un inocente que nunca amenazó de muerte al hijo del presidente, está caída, cambiada, su contenido borrado. Solo queda un fantasma en la red, el “caché” como lo llaman en informática, la “memoria de acceso rápido de un computador, que guarda temporalmente las últimas informaciones procesadas”. A la página fantasma que quedó se le voló la foto que traía de Nicolás Castro esposado el día de su arresto, acompañado por dos agentes sin identificación (sus rostros fueron pixelados aunque en otros medios circuló la misma foto sin esa alteración).
Por fortuna, en el caché, el contenido se conserva. Es una autosátira involuntaria y triunfalista de la vieja brutalidad policíaca traducida a lenguaje de computador: una serie de eufemismos chicaneros y cantinflescos de agentes que intentaron justificar este “ falso positivo judicial” ante sus superiores y éstos ante sus superiores y éstos ante sus superiores hasta llegar al Ministro de Defensa y al primer mandatario de la nación; una cadena de fidelidad que Álvaro Uribe seguramente tendrá en cuenta al momento de celebrar su orgía patriótica de primas, condecoraciones, ascensos y nombramientos, un ritual de autoperpetuación donde los «falsos positivos» son la sangre que mantiene erecto al espíritu de cuerpo.
Ahora que a la Policía poco le interesa que esta información sea leída resulta más importante leerla. El satirizado se condena por sus propias palabras, y eso es lo que ha sucedido luego de que todas las pruebas de la policía y de la Fiscalía se derrumbaron una tras otra. Y las evidencias no solo cayeron por la forma como muchos de estos datos fueron conseguidos sino por la manera en que el material fue tratado. La “prueba reina”, una sesión de “ chat” de tres horas que Castro tuvo con su novia, fue editada para que se convirtiera en una autoinculpación acomodada al guión preestablecido. Donde Castro decía, entre jocoso y asustado, que a ese paso le iba a tocar cambiar de identidad e irse a esconder con ella a Medellín, la Fiscalía eliminó el contexto de la frase y la insertó en la novela de un criminal capaz de borrar su rastro y producir terror desde cualquier computador.
Vale la pena leer este infomercial punitivo disfrazado de operativo contraterrorista que hizo la Policía. Ahora, que se quiere ocultar el documento, hay más razones para mostrarlo y atesorarlo.
3. Ante la ley
“¡Ah! Siga, usted es el padre de la víctima”, le dijo al padre de Nicolás Castro el policía que regulaba la entrada a la última audiencia, ante el Juez 48 Penal Municipal de Garantías de Bogotá, Javier García Prieto, en la que finalmente se juzgó darle al detenido la casa por cárcel. El agente estaba en lo cierto, no todos los policías son insensibles al dolor o se equivocan, “víctima” era la palabra. Este policía entendió lo que muchos otros no comprendieron desde el comienzo porque solo saben cumplir ordenes o porque solo son formados por la información de la gran prensa. Pero entre los opinadores que dicen tener criterio y dicen poder separar la presentación de los hechos de la representación de la noticia también hubo muchos que fallaron: desde malpensantes hasta profesores que pidieron para Castro penas legales y “castigos académicos”. Tal vez uno de los casos más notorios de despiste fue el de un político más oportunista que oportuno, la candidata a la presidencia Noemí Sanín, que pidió, justo al inicio del proceso, en una entrevista radial, que Castro fuera condenado. Aun después de la última audiencia el caso continúa siendo tergiversado con simpleza: “Otorgan casa por cárcel a joven que creo grupo en Facebook contra Jerónimo Uribe” decía un titular.
Impresiona la imprecisión: quedó claro, por las pruebas presentadas en esta y en la anterior audiencia ante un juez especializado, que Castro no creó el grupo, solo opinó y lo hizo bajo su nombre, no asumió una falsa identidad, y sobre el hijo del presidente escribió lo siguiente en el muro de Facebook: “Este tipo con sus artesanías de Colombia no hace más que explotar indígenas y gente de bajos recursos, además está acusado de plagio en la universidad de los Andes, y es bien conocido por acallar ese y otros tipos de problemas que ha tenido al interior de esa universidad, amenazando con matar a quien se le enfrente…hp”. Es decir, si decir la verdad es “incitación a delinquir” y un madrazo es un acto de “terrorismo”, las cárceles no darían abasto.
Al respecto, el juez García Prieto, que no es un funcionario de la repetición, como el primer juez que tuvo Castro, sino que es un interprete cuidadoso de la ley, hace un tiempo dijo en una entrevista: “Los jueces no podemos hacer lo que hizo el Presidente de la República en Buenaventura cuando ordenó la captura de un funcionario supuestamente comprometido en un delito. Nosotros no podemos actuar por impulsos y el Presidente no puede hacer ese tipo de cosas”. Y sobre la labor fiscal dijo: “Hoy el fiscal es quien acusa, éste es quien debe llegar al juicio con una teoría del caso para demostrarla, si no lo hace el único camino es absolver. Si falla la presentación de pruebas, se debe absolver y liberar”. Y esto fue lo que pasó en la última audiencia del caso de Nicolás Castro: actuó la ley, no el impulso, se valoró la prueba, no el espíritu de cuerpo. Tanto es así que aunque el juez García Prieto se mostró favorable de poner en libertad a Castro negó la revocatoria de la medida de aseguramiento que pedía el abogado defensor pues todavía no existía una constancia legal válida del dictamen favorable que se dio en la audiencia anterior.
En la audiencia la defensa presentó todo tipo de testimonios de amigos y profesores favorables a Castro, señalaban como había tenido una posición de mediador en los conflictos del programa de Bellas Artes de la universidad —su texto » Donde no hay ni villano ni héroes» es prueba de ello— hasta como «Nicolás es vegetariano». El juez García Prieto afirmó que tal vez estas declaraciones estaban mediadas por la compinchería y la amistad, prefirió centrar la decisión de darle la casa por cárcel basado en una serie de datos institucionales y numéricos que antecedían a su detención: las notas de los promedios semestrales de la universidad. “4.1, 4.3, 4.2, 4.2” leyó, y concluyó “estas no parecen ser las notas de un terrorista”.
El abogado que representa a Jerónimo Uribe, el hijo del presidente que por cierto, hablando de rendimiento académico, tuvo una matrícula condicional por plagio en la Universidad de los Andes y que al ser acusado de copia por un profesor no pudo —por un mero error de procedimiento— ser procesado, ya manifestó que a sus clientes —como en el caso del plagio académico— no les interesa continuar con el proceso. Aunque la Fiscalía, por oficio, o por inoficiosa, insista en mantener el caso abierto, ya no hay pruebas y lo que sí debería estar haciendo es concentrar sus energías en donde hay indicios de criminalidad latente, de lo contrario seguirán ocurriendo hechos como el de Ana María Chávez, que fue contactada —a través de sus contactos de Facebook— por un par de criminales que la asesinaron, y que si no es por la labor investigativa de su hermano jamás se habría hecho justicia; tan seguro estaba uno de los asesinos de la inoperancia y analfabetismo informático de la Fiscalía que al momento de ser detenido le dijo a las autoridades: “Pensé que nunca me iban a encontrar”.
4. Fin…
En una entrevista hecha en la cárcel La Picota le preguntaron a Nicolás Castro que estaba leyendo: “Vigilar y castigar del filósofo Michael Foucault. El libro habla de todo este asunto de las cárceles, del impartir justicia y de cómo se vigila a las personas. También estoy leyendo El Proceso, de Kafka. Leo mucho sobre todo este asunto del aparato de impartir justicia.”
Seguramente habrá señalado la página de la escena inicial de la novela cuando K es arrestado:
“K incurrió sin quererlo en un intercambio de miradas con Franz, pero agitó sus papeles y dijo, “Aquí están mis documentos de identidad.” “¿Y qué nos importan a nosotros?”, replicó gritando el abultado agente. “La manera en que usted se está portando es peor que la de un niño. ¿Qué quiere usted? ¿Acaso pretende que al hablar con nosotros sobre documentos de identidad y sobre órdenes de detención su maldito proceso acabe pronto? Nosotros solo somos empleados subalternos. Oficiales menores que apenas podemos distinguir una tarjeta de identidad de otra, lo único que tenemos que hacer con usted es vigilarle diez horas diarias, para eso nos pagan. Eso es todo lo que somos. No obstante, podemos informar a las instancias superiores sobre el tipo de persona a la que van a arrestar y porque debe ser arrestada antes de que emitan la orden de detención. Ahí no hay error alguno. Nuestras autoridades, hasta donde sé, solo conozco las instancias inferiores, no se dedican a buscar la culpa entre la población; es la culpa lo que hace que salgan a buscar, como lo dice en la ley, y entonces ellos nos envían a nosotros afuera. Eso es la ley. ¿Dónde puede haber un error ahí?”, “No conozco esa ley,” dijo K. “Entonces mucho peor para usted”, dijo el agente. “Es probable que sólo exista en sus cabezas”, dijo K, queriendo, de alguna manera, influir en los pensamientos de los agentes, reformar esos pensamientos a su favor o ir ganando terreno. Pero el agente, displicente, solo dijo, “Usted ya sabrá cuando lo afecte.” Franz se unió y dijo, “Mira esto, Willem, él admite que no conoce la ley y al mismo tiempo afirma que es inocente” “Estas muy en lo cierto, no podemos hacer que entienda cosa alguna”, dijo el otro.”
Castro ya terminó El Proceso, una novela que Kafka dejo sin terminar pero a la que alcanzó a escribirle un capítulo de cierre en el que K, a diferencia de la mayoría de lectores de esta historia, no puede hacerle el quite a un trágico final.
Lucas Ospina
publicado en la Silla Vacía