desacuerdos

Mi desacuerdo con esta crítica a mi artículo empieza por señalar que yo ni siquiera menciono a Greenberg y menos le achaco que él haya sido el asesino de la modernidad. Ni podría haberlo hecho, entre otras razones, porque él es, junto con Harold Rosenberg, el principal crítico de esa modernidad de museo, que ahora es la única realmente existente, porque las formas y los contenidos efectivavimente criticos y explosivos movilizados por las vanguardias artísticas del primer tramo del siglo XX – e inclusive de las que vinieron después de la guerra mundial -han quedado debidamente empaquetados, esterilizados, fosilizados y sobre todo expuestos en el museo de arte moderno. Y en su doble, la historia del arte.

Mi otro desacuerdo de este mismo tipo está con la dichosa posmodernidad, que menciono de paso, sólo para subrayar que el museo contemporaneo se la librado alegremente de la aporia implícita en su propio término, dedicandose a la promoción empresarial de lo nuevo, con un entusiasmo que queda muy bien captado en la cita que hago de Groys. Y en cuanto al horror que le inspira a mi critico mi apelación a la teologia -que es pequeña y fea y debe mantenerse fuera de la vista – no debería impedirle ver lo que yo he visto: que la reconstrución que Beurgel hace la primera edición de la documenta incluye una potente reivindicación de un tipo de experiencia estética que a mi se me parece- como una gota de agua a otra – a la clase de experiencia propuesta por místicos como San Juan. Pero, como podrá comprobar cualquier lector de mi texto, el hecho de que yo descubra misticismo en el pensamiento estético de Beurgel no supone que yo me identifique con el mismo. De hecho el último tramo de mi artículo está dedicado a exponer mi duda razonada de que pueda llegar a ser siquiera operativo en una época en la que tanto la propia empresa museística, como la práctica artística contemporánea, asi como la misma situación existencial de los ciudadanos de este mundo en guerra hacen imposible – o por lo menos muy dífícil – que dicha teología pueda cumplir su aspiración de convertirse en canon Del arte y/o de la vida.

Dos anotaciones últimas. La primera: no me ocupo ni de Baudrillard ni de Derrida porque a mi juicio no vienen a cuento. La segunda: echo de menos que en el vertiginoso esbozo histórico de lo moderno que intenta mi critico en su crítica falten Descartes y Kant. ¿Acaso piensa que ellos no fueron pensadores críticos? ¿O modernos?

Carlos Jiménez