Contra la cultura. Una entrevista [en extenso] a Bernardo Salcedo

Visitamos en su estudio del Bosque Izquierdo de Bogotá al artista y escultor, Bernardo Salcedo, para preguntarle acerca de temas de la actualidad. Salcedo, bisnieto del ex presidente colombiano Eustorgio Salgar, y a quien su padre —un famoso médico bogotano— rapaba la cabeza cuando perdía una materia en el colegio, entendió que la única forma de exorcizar sus demonios y fantasmas infantiles era a través del arte, del humor sangriento y de la diatriba.

Una entrevista [en extenso] a Bernardo Salcedo

Visitamos en su estudio del Bosque Izquierdo de Bogotá al artista y escultor, Bernardo Salcedo, para preguntarle acerca de temas de la actualidad. Salcedo, bisnieto del ex presidente colombiano Eustorgio Salgar, y a quien su padre —un famoso médico bogotano— rapaba la cabeza cuando perdía una materia en el colegio, entendió que la única forma de exorcizar sus demonios y fantasmas infantiles era a través del arte, del humor sangriento y de la diatriba. Salcedo es una personalidad que reafirma cada vez esa reciente sentencia de un conocido político colombia­no según el cual es muy raro encontrar gente con carácter en nues­tro país. Porque precisamente Bernardo Salcedo es esa rara excepción, no solamente en el ejercicio de su lúcida obra plástica, sino también en sus juicios periódicos sobre la realidad de nuestra cultura.

Maestro Salcedo. ¿Qué es la cultura?

Eso sí se lo dejo a Gil Tovar o a Gabriel Muñoz López, que saben de eso.

¿Pero usted hace cultura?

No soy un hacedor de cultura. ¡Qué va! Ustedes tampoco, ahí está lo importante.

¿Qué es ser artista?

Eso no lo define nadie… Ser artista es no creer en la cultura, básicamente. El arte rechaza la cultura per se. “Artista” es un calificativo histórico para definir a aquellos que hacen cultura. Y cultura es una palabra inventada por la gente que no quiere ver sino entender. Y mejor que buscar una “fórmula” para definir arte o artista yo me centraría en el “proceso”. Soy un descubridor, un buscador de cosas, un detector de objetos que colecciono sin un tema determinado. Exploro el deterioro de los objetos y descubro en ellos nuevas cosas: antes pintaba el deterioro de blanco, ahora soy parte de ese deterioro. Pero hago mi exploración sin prejuicios, un artista no puede tenerlos, ni sociales ni sexuales, ni políticos, ni de ninguna especie.

¿Qué tiene contra de la cultura?

Aquí tenemos un exceso de gente culta pero de cultura muerta. Aquí tenemos un exceso de gente sensible pero sensible de la sensibilidad que otorga el culto de la historia y no la que da la realidad. El país esta gobernado por provincialistas culturales en todos los frentes. En especial los mandos altos, medios y bajos fondos de la educación nacional. Los ge­nerales de los cinco soles, los comodoros del Gloria, los computadores del DANE, las juntas directivas de La Previsora, los McAllister, los Pradilla, los políticos secuestrados y sin secuestrar; los delfines Lleristas, los equitadores septuagenarios de Chía y toda la memorabilia nacional: ellos son los aduladores de Isaacs y García Márquez, los devoradores de Vorágines, simples buceadores maniáticos del pasado nacional. Eso es puro provincialismo y del malo, el peligroso, cuya antítesis tampoco será el provincialismo siberiano; el de todos los mamertos y mamertas. «Los desadaptados del sistema».

¿Usted hace crítica institucional?

Si a los colombianos se les olvidara un poco la política colom­biana, esa pasión doméstica que los ocupa y disipa, podrían cono­cerse muchísimo más. Si pensaran que todo ese acontecer que se difunde y todos esos personajes de papel que influyen entre la in­formación diaria y se meten entre su sopa no tienen ninguna im­portancia —a ningún nivel— y son sólo transeúntes jornaleros de una penosa circunstancia histórica que nada o poco ha dejado a las lu­ces del entendimiento, podrán darse cuenta de su propia realidad y mirar a Colombia de otro modo. Como la miran las nuevas gene­raciones que nada esperan de los sistemas operantes y que exhi­ben hoy una vida ampliamente provechosa al darle la espalda al país político para construir un mundo nuevo.

¿Entonces niega la cultura en nuestro país?

De eso hemos estado hablando: claro que hay que negarla porque tal como existe es un velo a la comunicación directa y cada vez está confundiendo más a la gente. Inclusive dentro del llamado “Mundo cultural” (que de por sí ya está aislado). Antes se reunían “interdisciplinariamente” políticos, músicos, arquitectos y demás en las “grutas simbólicas” y en los “automáticos” de Bogotá, para cambiar ideas y ahora ni siquiera pueden reunirse ni  los que pertenecen al mismo gremio, como los pintores o los de teatro, porque se reúnen solamente los de una galería o los de un grupo de teatro, sin contacto con los otros compañeros de oficio. Y dentro de estos, los de la misma afinidad. En conclusión, no pueden hacer nada. O sea que la incomunicación es total. La cultura es la comunicación total y aquí sirve para la incomunicación, o sea que no hay cultura. La sola confrontación de valores abstractos contra concretos, o figurativos, o de artistas contra curadores, o de artistas desadaptados, conlleva de por sí un irreversible tinte de especula­ción. Y dentro de ese esquema —que viene siendo puro analfabe­tismo funcional—, no se trata de una especulación de tipo comercial solamente. Es especulativa la emisión de juicios de valor universal sobre una cultura de bolsillo, que día a día se consolida como un fenómeno plenamente local. Esa costumbre de consagrar la insularidad y alabar los sui generis de una patología social tomada como arte, es simplemente falta de información. Por eso Colom­bia tiene la colección de primitivos más grande de América Latina. Primitivos artistas —sin información—, estimulados por una profesio­nalidad que no los universaliza.

¿Qué piensa de la polémica que se ha armado por los desfalcos de fondos que ha detectado una auditoria fiscal al Museo de Arte Moderno de Bogotá?

Aquí no les interesa edu­car a la gente para que entienda las cosas, sino polarizar todo. Todo quieren volverlo bipartidista; decirle a la gente: usted, está en con­tra de Coca Cola o en pro de Pepsi. No tiene sentido. Por eso en el caso de Gloria Zea yo detesto las gaseosas. En Venezuela no hay una Gloria Zea sino seis o siete y coexisten todas sin que la estabilidad democrática sufra mengua. Aquí las peleas son de barrio. Los de la cien contra los de la veintiséis, son la gallada de Gloria contra el clan de los Iregui. Nada se ha sofisticado. Somos un país pobre. No me interesan ni la sociedad actual ni la pasada. Vivo contento, me parece que todo lo que estoy viviendo está bien. Co­lombia no puede ser distinta ni el mundo puede ser distinto de lo que es. Simplemente, uno debe vivir y trabajar, no pretendo cam­biar nada. Mi arte es para recrearme, no estoy enviando mensajes. Hay gente que puede leer en mi obra crítica, ensoñación, eso es válido, pero ninguna de esas interpretaciones me impulsan a ha­cer mis cosas.

¿Entonces usted como artista al plantear algo, solamente está tomando una posición, digamos, abstracta?

¡Es que el artista no contemporiza! En eso se diferencia el arte de la política. El arte, para mí, es un juego mítico hecho por seres con razo­nes emotivas, profundamente emocionales y seguramente ya vivi­das en el mundo de imposible memoria.

¿Cree, acaso, estar por encima de su tiempo?

El arte no tiene misión social alguna. Nadie espera redimirse gracias al arte. Socialmente, el arte es de una gran utilidad. Mire, uno es contemporáneo en la medida en la que es capaz de crear una propia cronología, su propio reloj, su propio almana­que. Y se es extemporáneo en la medida en que uno se deja obse­sionar por los procesos externos, como el polvo, las distancias y sobre todo los inventos, como la cultura. O sea que dentro de un tiempo interior nada se agota, pero todo tiende a revisarse dentro de las dimensiones cultistas. La cultura impide abordar la contem­poraneidad y causa angustias y afanes innecesarios.

¿Pero el arte es tiene una misión política?

El arte no informa ni ins­truye. El arte no es didácti­co. Nadie aprende a leer con la Novena Sinfonía de Bee­thoven, ni nadie aprende a escribir mirando un dibujo de Miguel Ángel. Eso es carreta pseudomarxistoide, muy de moda entre los pro­fesores universitarios y los críticos de pacotilla para crearse un auditorio joven y confundir con sus falsedades a la gente, en vez de tratar a fondo el problema y recitar en sus clases versos de Rimbaud, o dulces historias y cuentos de Tagore. Es un problema de racionaliza­ción. Cuando no hay sensibi­lidad la gente se pone a pensar y acaba destruyendo hasta la mesa que tenga enfrente. Eso pasa mucho. Por eso creo que sí es dañina esa crítica nacida del análisis  y el oportunismo. Importante es la tarea que deben cumplir los medios de co­municación masiva en Colombia, porque hasta hoy son ellos los culpables de la tara colombiana. Esa politización parroquial y ese sentido mediocre de las proporciones del fenómeno político, en nuestra tierra, han sido dictados y recalcados por una serie de medios de comunicación —sobre todo la radio y la televisión— que, utilizados por los interesados, venden hábilmente al público la necesidad de ele­gir y la importancia del poder. Voces analfabetas, gargantas noticio­sas que cubren a toda Colombia con el grito de una falsa polémica que rebota en las paredes y hiere hondamente el silencio inocente de un pueblo que, en el campo o en las ciudades, está ansioso de una intensidad distinta, de otra onda.

¿Qué opina de la crítica de arte en la actualidad?

No hay una crítica clara. Por ejemplo existió un señor que se llamaba Eduardo Serrano, que a la vez que era curador del Museo de Arte Moderno y que tuvo sus momentos brillantes, pero la libertad crítica que tenía para poder expresar lo que quería y lo que pensaba se fue desdibujando. Le faltó contundencia. El resultado de todos esos ejemplos de falta de actitud es la provincialidad del arte. Antes se hablaba de arte, ahora se habla de arte de Cali, de Medellín, de la Costa, haciendo eco así al clientelismo cultural del Ministerio de Cultura. Ese fenómeno regional hay que desconocerlo totalmente.

¿Pero cree que existe la crítica de arte?

Yo creo en la existen­cia de escritores como Bau­delaire, Breton, Lautrea­mont, Huidobro, Eliot, Stevens y muchos más, Ellos pueden hablar de la belleza y del arte porque son artistas; estoy hablando occidental­mente, porque en Oriente todos son artistas. El arte no es objeto de juicio, sino de valorar —el arte es un simple concepto de valor.

¿Entonces, la crítica de arte es un género especializado?

Te refieres a los másteres de la crítica ¿o a los que resolvieron volverse críticos? Pues debes saber que son simplemente oportunistas que se adhieren al arte para tratar de figurar sin sensibilidad de escritores. A esos hay que terminarlos, provengan de disciplinas tan  serias, como la política, la sociología, o la química; porque con el arte no están haciendo ni lo uno ni lo otro. Solamente son parásitos del sistema. La crítica es un género. El arte no es el medio. Nada se valida criticando. Cuando se quiere ilustrar a la gente sobre los proble­mas, hay medios para hacerla, medios directos, por ejemplo la caricatura, la literatura, el periodismo, etcétera. El pop art fue eso. Una crítica. Warhol se agotó repitiendo la misma crítica a la impersonalidad gringa y nada ha cambiado, la gente se sigue desintegrando igual, por cansancio. Más universal y más creativo, menos provinciano e inteligente fue Chaplin… porque sencillamen­te a él nunca se le ocurrió la brillantez de sentirse él mismo un medio de comunicación, sino simplemente un señor de prepotencias que cocinaba muy bien.

¿Cocinaba?

Todo lo que hace la gente es concep­tual, ya sea arte o cocina. Pero mi obra además de conceptual tiene su dosis de expresión plástica. No se queda en el solo enunciado. Mis cosas las llaman escul­tura, porque aquí llaman escultura a todo lo que no se puede enrollar. Y digo que mis obras no tienen argumento porque no cuentan aventuras, anécdotas ni acontecimientos. Es contemplativa, pero la gente busca desesperadamente en ella el qué significa, porque no quiere ver sino entender. Yo me dirijo a los que quieren ver.    ­

¿Algo así como una visión del mundo que de ninguna manera es prometida sino que se expresa en la obra?

Sí, es como el cine mudo. A la gente hoy no le gusta porque como no tiene títulos, no oye nada. Pero las películas de cine mudo son el verdadero cine, es un idioma de imágenes y hay que apren­der a comprenderlos.

¿Imagen, forma, textura, básicamente?

Significado de lo visual, sí. Podría decirse que es un absurdo que a fines del siglo XX se separen de una manera tan tajante lo que son las distintas artes plás­ticas… Se pueden separar desde el punto de vista del oficio, pero el concepto y la plasticidad son uno solo.

¿Es un concepto que viene de la intuición básicamente?

Sí, básicamente, porque eso no se aprende. Técnicas y oficios se aprenden, por eso es que hay tantos pintores. Porque creen que ser artista es estudiar pintura. Entonces cuando se hayan hecho los seis u ocho semestres, salen a exponer porque se creen artistas, pero simplemente son maestros de la  pintura, gente que sabe pintar. Sa­ber pintar no quiere decir que se es artista.

¿Se puede enseñar el arte?

El artista nace y si tiene cómo, se hace, y si no, se frustra. Tiene mucho que ver el medio, la economía, los estudios, la formación. Pero como pesa más la cultura en cuanto a los fundamentos académicos de la sociedad, la gente se olvida de sus inspiraciones profundas y se entrega de lleno a la educación formal. Hago un llamado a la gente joven del país, en especial a los estudiantes de arte de las diversas facultades, para que no se dejen utilizar más con el propósito desleal y deshonesto de tapar, con su juventud, toda esa ansia se­nil, reverdecida, de quienes son hoy sus profesores y jamás han podido tener una idea propia. Yo les pido no cortejar lo falso, no entrar en la evasión de la impotencia y no confundirse con un mundo que por gracia ya no nos corresponde vivir. Los artistas jóvenes oscilan entre un arte conceptual desprovisto de alma y una jauría ambivalente de curadores-de-arte-marchands que los explota o los margina.

¿La educación formal actual es más una limitante que otra cosa?

Sí, es una limitante para el caso del artista porque no está he­cha de manera tal que explore las posibilidades anímicas sino la me­morización de hechos y el adiestramiento en técnicas. Pero, cuando se llega a la universidad, se está obstruido por la educación que se recibió en el bachillerato. Toca hacer un cambio para desaprender…  Exactamente, si el individuo entiende eso y entra a la universidad a hacer la antítesis de lo que lo han guiado a hacer, puede llegar a ser artista. Una educación que no castrara tendría que ser una cosa masiva, porque si existen algunos aislados, el individuo al salir del colegio se encuentra con la realidad y la realidad le muestra que todo lo que ha aprendido es falso. Entonces, la segunda parte del aprendizaje al salir del colegio y estar en contacto con la realidad le hace “vomitar” todo lo que le han enseñado. Entonces creo que se necesita un cambio masivo, una revolución cultural. Yo quisiera que Colombia fuera un país totalmente libre, totalmente socialista, sin diferencias de clases, en donde cualquier manifestación encontrara un eco masivo y cualquier producción una respuesta. Un sitio en donde la “cultura” no fuese un lenguaje muerto sino un abecedario popular.

¿Eso es posible en Colombia?

No, por eso el artista estará siempre en pugna con la sociedad.

¿No cree que muchos vivimos en la contradicción?

Lo que pasa es que hay diferentes maneras de vivir en esta contradicción. Unos prefieren aceptarla y otros, como yo, preferimos combatirla, y para eso tenemos que participar plenamente, actuando, provocando, agrediendo los medios en los que nos toca desempeñarnos, para lograra nivelar las instituciones con nuestras aspiraciones y así contribuir al desmoronamiento paulatino de lo que no aceptamos.

Maestro, noto que tiene usted ahora ideas muy incendiarias…

A ti como persona informada te consta que nunca he sido un artista institucional. Mis obras siempre han sido atacadas desde diferentes sitios y con argumentos falaces. Algunas veces dizque por ser “artista elitista” y otras por ser “arte de consumo”. Mis ideas en general siempre han sido las mismas; lo que pasa es que mi obras nunca había estado tan cerca de ellas como ahora. Por eso puedo ser más claro en esta apreciaciones. Lo que pasa es que existe la idea de que el arte es un espectáculo, y de que el artista es una vedette que tiene que salir al escenario dos y tres veces al año. Por eso aquí se ven muchas exposiciones y poco arte. Se debe exponer cuando hay algo claro qué decir, no cuando se tienen muchas obras. Hay qué dar una identi­dad, un tema a cada exposición. Es necesario identificar cuándo se cumple un ciclo en el trabajo. La exposición debe tener una función didáctica, por eso yo no hago exposiciones; hago demos­traciones.

¿Le parece que la crítica puede ayudar a llenar ese abismo que hay entre el arte y el público?

Eso es ponerle letra a la música… ¿es ese el abismo del qué hablas? El crítico de arte contemporáneo no puede escribir, tiene que ob­servar y mostrar. Mira cuando uno piensa y le salen ideas y cuando lo que uno quiere es poder vivir eso íntimamente, corre el peligro de volverse artista. Puede llamarlos surrealistas, abstractos, conceptuales o realistas submarinos y eso no importa. Nada vale por su codificación como arte y no arte. La validez en estos aspectos está en el alfabetismo visual, lo demás es cultura occidental que llaman… Este país tiene la gran ventaja de no tener intelectuales toda­vía y aquí las ideas son nómadas, no se quedan. Qué jartera ser alemán o ruso en este momento, lo más palpi­tante hoy es ser habitante de un país como este, que puede existir en África e incluso en Europa.

Si le entiendo bien ¿usted está diciendo que es importante no tener memoria?

Aquí todo el mundo quiere afrancesarse, quieren que el existencialismo tenga más vigencia que la que tuvo en Francia, que el movimiento punk tenga pontífices. Aquí no hay intelectuales, lo que hay es gente que se deja la barba. Todos los que hablan no es que sean intelectuales, son sim­plemente gente afanada, curiosa, metida. Los latinoamericanos siempre estamos buscando reco­nocimientos por un extraño complejo de identidad con la cultura occidental. Por eso les encantan los títulos honoris causa y las exaltaciones pretenciosas. Todavía no se han dado cuenta de la gran ventaja de ser indocumentados culturales.

¿Indocumentados culturales?

Te voy a poner un ejemplo. En 1969 rompí de pronto con todas esas cosas. Fue cuando gané el premio con la Bolsa viajera e hice la ex­posición en la Biblioteca Nacional. Era una idea desligada de com­posición —planas— que la gente no entendió, porque en Colombia se cree que el estilo es la repetición de la forma, y no saben que el estilo es en realidad una actitud. Cuando me gané el premio con las 1000 bolsas llenas de pas­to seco en la Bienal de Medellín en 1979, los artistas se pusieron furiosos. En 1975 hice las Frases de cajón, y en el 76 me volví in­documentado y me fui para Europa. En el 77 llegue a Budapest y me asilé del todo. Se me olvidó hasta el nombre. Yo era el señor del número 87-0056 de la calle Istnhegiy. Allí permanecí casi cuatro años, sin hablar español, ni inglés, ni francés. Ese aisla­miento me desintoxicó y mi estilo adquirió nuevas formas. Al regresar de Hungría, en 1980 presente Cosas nuevas, porque todo se me había olvidado, y luego, con todas las exposiciones que he hecho he tratado de mantenerme en esa terapia que me permite conservar la amnesia.

Pero Maestro, el arte sirve para conservar la memoria…

Eso lo siguen haciendo García Márquez, Botero, Beatriz González, etcétera. Voy a transmitirles tu sugerencia. Pero a mí no me gusta la comida típica mucho. No tengo, desgraciadamente, esa pasmosa inspiración que me haga soñar con tradiciones y fantas­mas de parroquia… de verdad mi generación está libre de anécdo­ta y provincia. Pero en regiones donde la cultura y el talento son cuerpo extraño, como en la nuestra, y donde el esfuerzo individual sólo brilla cuando se hace deporte, sólo queda como valor humano, digno de honrarse, la amistad. A la gente le da miedo reconocer otras normas de relación humana, como podría ser el arte, y me­nos si aporta cosas nuevas que le recuerden qué tan atrás se han quedado tantas otras y uno mismo. Es romántico al menos reco­nocer el pasado, sobre todo cuando de lo que se trata es de dar testimonio de lealtad. Lo que está en crisis no es el arte sino la capacidad de expresión, y no sólo en el arte, en todo. Hay una sobredosis de información que no permite que la gente se concentre para producir. El hombre ya no tiene tiempo de concentrarse en sus cosas, su vida, sus dudas.

¿Qué deberíamos hacer con la cultura?

La cultura no se puede manejar ni instituir porque los únicos que pueden programar la cultura son los que la crean, es un clima individual. La cultura es un problema que escapa a cual­quier reglamentación, no hay que canalizarla, hay que dejar que prospere todo como quiera, es un pro­blema de liberalidad absoluta. Es ridículo que el país siga teniendo un Ministerio de Cultura, eso está bien para una república retórica como la francesa, yo lo pasaría a la guillotina inmediatamente. Eso es como crear un Ins­tituto de la Felicidad. El Ministerio de Cultura, con todas sus nóminas, colas y programas es una cosa retardataria que no coloca al país en la ac­tualidad cultural del mundo, es un dique a la expresión genuina de la gente. Lo que sí puede llegar a existir es distinto, que los ins­titutos del Estado que hacen políticas benéficas hacia la comuni­dad, instituyan una serie de facilidades para las personas que no trabajan en los patrones básicos (no son ingenieros, etcétera), es decir, el sector informal y el marginal. La cultura es simplemente un sector informal, una microempresa. Existe cultura de autogestión en la autocrítica. En fin, esa práctica es la muestra de la madurez. El artista que individualmente deriva y trabaja su sustento de su trabajo y la tranquilidad emocio­nal de sus logros también se está autogestionando. No hay que esperar nada diferente al trabajo propio.

¿Colombia está a la zaga de los otros países del mundo en materia de cultura?

Eso es lo agradable de Colombia y lo positivo. Si nosotros pen­sáramos que este país es un planeta, pues estaríamos haciendo las cosas tan válidamente como las están haciendo en otras partes del mundo. Si tenemos que esperar a que nos lleguen las revistas y la información, para ver si estamos haciendo lo mismo, eso sería muy mal. Es importante que se afirme el criterio de que Colombia está aislada. Pues mira, aquí les parece interesantísimo saber delimitar las fronteras de los mapas. Eso les parece vital, porque creen que el país gana en seguridad sabiendo en dónde comienza y en dónde termina. Pero se les olvida que las fronteras de un país no son tan sólo esas líneas punteadas, sino que existe la imaginación de sus habitantes. El territorio de cada colombiano va más allá del estrecho concepto de los límites del país. Precisamente esa es la Cultura. El nacionalismo es otro tipo de “culturismo”, como lo son los movimientos hippies de Jesús Christ y otras hierbas. Los únicos que le saben dar la espalda a la cultura son los ciclistas de la Vueltas a Colombia. Como ves, el arte no tiene ninguna importancia dentro del marco del llamado país nacional… Importante la Selección Colom­bia, las elecciones, la división liberal, el señor Uribe, el gallina Vargas y el mosca Rodríguez; eso sí es importante. El arte es tan insignificante para la opinión pública como lo son los cua­dros de Botero, los dibujos de Solano, las esculturas de Negret o Ramírez, las cajas de Salcedo o los grabados de Obregón, Rendón, Roda, Quijano, Rodríguez García, Garzón, Guevara, Santofimio, Salas, Rengifo y Cía.

A propósito Maestro, ¿qué opinión tiene de Botero?

Botero es folklore puro. Es uno de los mejores primitivos de Latinoamérica y del mundo. Él y Noé León han llevado lo primitivo a una gran dimensión.

Y volviendo a nuestro tema, ¿qué papel le correspondería a la cultura dentro de ese «Síndrome de identidad» que usted describe?

Mire la escultura que hace un colombiano, «el descubrimiento» de un científico nacional, la novela, el cuadro, los estilos, los esque­mas políticos, la dramaturgia y demás obras y oficios que impliquen una actitud creadora tienen que ser medidos con una escala inter­nacional de valores humanísticos, conceptuales y plásticos que de­terminen su grado de pertinencia y validez. Solamente así podremos tener una cultura propia. No podemos seguir pensando que este es un país de marcianos. No podemos establecer unos valores sucedáneos con el pretexto romántico de un aislacionismo absolu­to, porque estaríamos instituyendo la ignorancia como método para consagrar la prepotencia que nos ha distinguido. Sume y reste. Ya lo hemos dicho. Quítele a lo que aquí llaman cultura toda la suma de juicios que hemos hecho y verá que no hay por donde comenzar. No existe casi nada, todo se va en especula­ciones. A mí me gustaría hacer un borrón y cuenta nueva. Tene­mos que comenzar una nueva Alegría de leer. Que la gente aprenda a ver el arte, a leerlo. Que valoren la importancia de los instintos. Esa es la razón del entusiasmo de que usted habla. La gente está contenta cuando libera sus instintos. Por eso le repito que la ver­dadera política cultural es dejar de hacer y seguir haciendo. Eso tiene que ver con la autogestión de autocrítica que te mencionaba antes.

¿Según eso, sobraría el Ministerio de Cultura?

Eso te estoy tratando de decir hace tiempos.

¿Qué va a pasar entonces?

Tenemos que retomar el hilo de las culturas precolombinas que, por supuesto, sí eran culturas, evolutivamente hablando. Supón que tienes las piernas donde tienes la memoria y que tienes lengua donde tienes los pies y que hueles con el ombligo y que el ombligo no está en el centro de tu cuerpo y que todo eso y mucho más. ¿Qué pasaría? Pues que las manzanas son verdes y que los árboles están ahí y que todo el último arte es un inútil esfuerzo por ver quién llega a destruir más rápidamente el arte por el arte. El arte no tiene por qué tener identificación con el país. El arte tiene que identificarse con otras cosas, con uno mismo, con el que lo hace. Pero que sea reflejo del medio es una equivocación. Reflejo del medio es el periodismo, el teatro, el cine, el arte no, el arte es muy subjetivo.

Su obra ha trascendido muy poco. Usted no llega a la masa…

Ese no es problema del artista sino del establecimiento. El arte es un acto individual. Creo más bien que la masa debe lle­gar al artista.

¿Cuál es la razón para que los homosexuales manejen y dirijan las galerías de arte? ¿Acaso tienen más sensibilidad que los heterosexuales?

Esos son temas que trató en los años 50, Pedro Restrepo Peláez. Es muy raro que el Ministerio de Cultura, que es un organismo que influye en el arte e indirectamente en las galerías, no haya editado aún ese volu­men.

¿El arte es una práctica solitaria?

Ser solitario es un romanticismo impracticable. De la capacidad de entrega de uno hacia otra persona, de­pende la capacidad de expresarse de uno. Cuando esto falla, el arte se vuelve pragmático; excesivamente racionalis­ta. Cuando el artista no tiene capacidad de manifestar amor, se refugia en la razón, que es el mejor vehículo para aclimatarse a la muerte. Hay mucho qué pensar. Para que las manos trabajen es necesario hacernos un lavado de cerebro constante. De otro modo, es muy difícil ser claros, comunicar algo, volvernos un medio de información. Esa es nuestra tarea: un diálogo. Sin duda, es el fin del mundo. Menos mal. La gente dejará de pensar en el mundo. Eso era una locura. Nadie puede tener conciencia de una es­fera en su totalidad, eso es un principio de la geometría del espa­cio. Ahora que parece haberse acabado el mundo, nos queda la alentadora perspectiva propia, la única verídica. Casi todo el mundo está convencido de ser un perfecto volumen, pero la realidad es sólo lo que podemos ver. Nadie puede ser abso­lutamente consciente de totalidad alguna. Si, por ejemplo, usted está casado hace diez años, o más, puede estar seguro de que no conoce a su mujer, pues siempre la ha visto de frente, o de lado, o por detrás, pero jamás totalmente.

¿Lo más importante es la estética?

No, es la plasticidad. La estética es una cosa distinta, está en todo y sobre todo. La estética es una idea, una concepción filosófica. La plasticidad está más ligada a un gusto sui generis. La plasticidad tiene que ver con la expresividad.

¿Cree en algo, a nivel espiritual?

No me atraen las teorías sobre la espiritualidad, pero cuando uno está delante de sus obras toda la espiritualidad está ahí. En ese sentido, el arte, o eso que hace mucha gente, ayuda mucho a la estabilidad emocional, a la estabilidad espiritual, porque ese hom­bre que está trabajando en eso se conforma, se reafirma, encuen­tra sus límites y, también, el límite de la materialidad. Conoce, en cierto punto, el límite de la espiritualidad. Por lo cual, la obra lo deja a uno satisfecho, entonces uno se acuesta a dormir tranquilo y se desayuna al otro día. Entonces, todo sigue bien y no hay espa­cio para la divagación. Uno tiene que aprender a leerse a sí mismo. Hay gente que se desespera en la soledad mientras que el artista aprovecha la sole­dad intensamente. La soledad es lo que más lo alimenta porque es el tiempo de la lectura interna. El silencio es el valor más importan­te del arte plástico. Al buen artista ni siquiera le gusta la música, es sordo, así como los compositores son ciegos. La plasticidad del ar­tista está en el ojo. El artista es un ser retraído de por sí. Requiere gran conocimiento de sí mismo, y para conocerse no puede tener telarañas sobre ningún aspecto de la vida.

¿Qué es el humor?

El humor es la manera como la gente se acerca. No hay mucho de interesante en el mundo de hoy. Y una de las cosas interesantes, aparte de los extraterrestres, es el humor, pero no el humor a lo Mafalda. Yo creo que Latinoamérica no ha descubierto lo que es el humor, lo confunde con risa con mamagallismo y fíjate que no es eso sino la sutileza. Una forma de vivir y de pensar. Por eso creo que el mejor humor es el europeo y entre los europeos opino que los mejores humoristas son los checos y los húngaros.

¿Quiere decir que el humor tiene que tener poesía?

Exacto. Tiene mucho de eso, pues es la expresión lírica del absurdo que es la vida.

Pero ¿usted cree que el dólar no sube?

Cómo será que ni en Colombia, donde todas las cosas extranjeras suben, el dólar no ha subido.

¿Qué piensa de la polémica entre arte abstracto y arte figurativo?

No existe el arte abstracto. Todo arte es figurativo porque parece, se ve. Tampoco existe el arte conceptual. Todos son términos artificiales. El arte es una sola cosa.

¿En qué forma lo marcó la educación religiosa?

No me marcó. Siempre vi la religión como un espectáculo. Me encantaban las misas fúnebres.

¿Es usted una persona imaginativa o creativa?

Hay dos enemigos de los que, uno tiene que cuidarse: la fantasía y la imaginación. Cuando estos han sido su­perados surge la creatividad. Este es un fenómeno que ocurre generalmente en la mañana. Aceptar la imposibilidad de lo absoluto, adorar la magnífica im­perfección en la que vivimos es evitar los fenómenos imaginativos con todos sus graves síntomas sociales y culturales. Comienza a ser saludable para la humanidad contemporánea abolir las teorías que pretenden dar una idea absoluta del mundo, sus orígenes, su desa­rrollo. No se trata de reasumir un juicio sobre la realidad, es mu­cho más sencillo, se trata de aceptarla plenamente, de objetivizarla a base de observación simple, sin necesidad de acudir a la astrono­mía ni a ninguna ciencia progresiva. Ya las nuevas gentes princi­pian a sentir esa sensibilidad de rechazo cultural. La aparición de anticuerpos es cada vez más apreciable en muchos puntos geográficos; mentalidades avanzadas que saben de memoria la única manera de saber la validez parcial de la naturaleza humana. En Co­lombia hay algunos, comúnmente se les llama artistas conceptua­les; son los lectores de la mutación, es decir, segmentos de volumen perfectamente adaptados a un plano sin las antipáticas ilusiones de progreso, o las falsas perspectivas de una vida mejor.

¿Cuál es el cuento suyo?

No lo sabe uno, lo intuye pero no lo localiza. Uno intuye una idea que se tiene hacia lo que lo rodea. Una idea hacia las formas, hacia los volúmenes, hacia los espacios, una idea hacia el color. Todo eso como cosas triviales, lo realmente importante es lo que se des­prende de usar esos elementos y el resultado que se obtiene. Des­pués, cuando algún coleccionista salta, uno sabe que entendió el momento por el que estaba pasando.

Dicen que usted cree en extraterrestres y que afirma estar en contacto con ellos ¿Cómo opera esa comunicación?

Es una historia larga. Le diré lo principal: llego al estudio a las 10 de la mañana, tras caminar por el Parque Nacional una hora. De pronto, y desde la primera vez que ocurrió, veo una especie de nube que se aclara y de allí salen tres personas que me miran y se ríen y que, según ellos, se llaman Thaer, Rot y Mara. Me miran hasta que me producen un sueño profundo. Caigo en un sopor y me siento en otra dimensión en la cual entro en contacto con los visitantes. Thaer me habla siempre de los secreteos y los planes. Me ha dicho que no soy de la Tierra, que casi nadie es de aquí y que debo trabajar en tal cosa de tal modo, porque es una mensaje que van a descifrar dentro de algún tiempo, cuando se cumplirá una gran visita.

¿Cuándo se acaba el mundo?

El mundo no se acaba Vendrán una serie de cambios pero, por vivir en mesetas tan altas, no nos afectarán y como ellos nunca me hablan de tiempo, como nosotros lo sentimos, no sé si es mañana o fue ayer.

Entonces usted es como un brujo o un loco…

Yo soy un conmutador al servicio del espacio.

Aquí la voz de Salcedo se vuelve automática, casi electrónica. Parecía evidentemente programado por algo extraño. Se oye un “pito de ocupado” y el maestro se pierde de vista.

Maestro, una última pregunta ¿Es verdad que se va de Colombia?

No, por ahora estoy aquí. En septiembre tengo un par de exposiciones una en la Galería Aele, de Madrid y otra en el Institute of Contemporary Arts de Londres.

 

Bogotá, 11 de mayo, 2007

 

Enviado por Lucas Ospina, como complemento a Una modesta proposición

* Todos los textos usados para esta adaptación fueron tomados de Bernardo Salcedo. El universo en caja¸ Biblioteca Luís Ángel Arango, Bogotá, 2001, págs. 159-185; “Bernardo Salcedo: juicio insolente al arte colombiano”, Magazín Dominical, El Espectador,  Bogotá, 1 de mayo de 1983; “Salcedo es el mismo, pero los nuevos “salcedos” son diferentes”, sin fecha, sin firma y “Entrevista con Bernardo Salcedo”, Página del arte, sin firma, sin fecha, Caracas, Venezuela.