Mediación educativa del arte en tiempos de democracia espectacular
Tal parece que hoy en día cada vez nos resulta menos evidente -salvo muy honrosas excepciones- que el arte contemporáneo nos permite conocer algo más sobre el mundo. Sin embargo, creo que es necesario situar este debate en un centro de interés teórico más amplio, vinculado a la pregunta por el lugar y el sentido del arte en las sociedades contemporáneas como ornamento y mero entretenimiento. Desde luego, este creciente escepticismo es comprensible si constatamos con la perspectiva del presente el proceso de inversión espectacular de la utopía vanguardista. Es decir, la transgresión de las fronteras entre el arte y la vida llevada a cabo más por el espectáculo en su vocación estetizadora sin resistencia, que por la vanguardia misma.
A mi modo de ver, la inconveniencia de esta ‘falta de fe’ estructural, radica en que ha dado pie a innumerables propuestas artísticas más cínicas que irónicas y en el peor de los casos celebratorias, que con el pretexto de su inevitable ‘recuperación’ tiñen de crítica lo vacuo y lo banal. En este sentido, a pesar de que el arte no se reduce en absoluto a sus funciones educativas y la cognoscitivas, problematizar la gnoseología del arte contemporáneo aparece ciertamente como uno de los enclaves de la necesidad social del arte. Una suerte de puesta a prueba de su capacidad de perturbar la topografía de los saberes y cuestionar nuestros modos cotidianos de comprensión y construcción de la realidad, de ser ‘algo además’ que adorno, mercancía o distracción.
Posiblemente es necesario prestar más atención y contextualizar con un análisis menos neutral, el sentido de las competencias de los servicios educativos de museos y centros de arte contemporáneo dentro de los espectacularizados engranajes de la industria cultural. Todo apunta a que en muchos casos, la reciente orientación más pretendidamente pedagógica de los museos, simula bajo esta vocación el cometido de gestionar experiencias estéticas del arte prefabricadas casi completamente pautadas.
Para algunos este interés nace de la urgencia de traducción del arte contemporáneo dado su déficit de comunicación. Visto así, la consecuente necesidad de generar ya sean simples o bien sofisticados dispositivos de traducción, explica la demanda institucional de profesionales de éste campo que ha dado lugar a programas académicos o prácticas de ‘curaduría educativa’, el último trend de moda despúes de que el ‘educador’ subiera de categoría socioprofesional como ‘mediador’. Sin embargo, cabe interrogarnos si lo que dicho modo de funcionar de la maquinaria mediadora deja al descubierto es sólo el carácter secreto, denso o ininteligible de ciertas prácticas artísticas. Visto de un ángulo más sociológico, el cuadro parece ser más complejo, la demanda se arraiga también en su casi completa sumisión instrumental que, disfrazada de democratización, alimenta y se alimenta del mercado de la diversión.
Esta situación ha provacado que los modelos educativos de nuestras instituciones, se encuentren refrendados a un tecnisismo que a pesar de su relativa eficacia, prioriza en demasía la metodología ‘traductora’ no generadora en términos cognitivos, inscrita por lo general en una lógica espectacular. El acento esta puesto en estandarizar y direccionar el tiempo de ocio, a pesar de la expectativa de cultura de los diversos públicos y los grandes flujos de turistas, a quienes no en pocas ocasiones se les responde con un ‘McTrío’ para llevar. Los polémicos pros y los obvios contras de la industria cultural como entretenimiento, demarcan por tanto el liminal, acaso vaporoso espacio del ‘artespectáculo’ en el cual se desempeñan nuestras labores.
El título que elegí para este texto busca establecer una especie de analogía entre el concepto situacionista de la deriva y la naturaleza cognitiva del arte contemporáneo, que en varios arrebatos quizás de nostalgia o bien de naïveté he intentado defender a lo largo de mi desempeño cotidiano. La noción de la deriva formulada por Guy Debord durante la etapa de formación de la Internacional Letrista, más tarde rearticulada en su texto Teoría de la deriva (1956), tuvo evidentemente numerosos precedentes que van desde la larga tradición literaria de Nerval y Baudelaire que reivindicaban la belleza efímera de lo urbano marginal, a la exaltación futurista de la experiencia de la metrópoli moderna, pasando también por la poesía de Guillame Apollinaire y las meditaciones sobre la flânerie moderna de Walter Benjamin. Pero es sin duda el modo deambular surrealista, sobre todo durante el primer periodo ‘bretoniano’, el antecedente más cercano a la deriva situacionista tal y como fue sistematizada como una estrategia de investigación psicogeográfica dentro del programa del urbanismo unitario.
Sin embrago, ahí donde los paseos surrealistas perseguían sin más finalidad coincidencias azarosas que resolvieran en la ciudad los deseos pulsionales del inconciente; las derivas situacionistas que concebían el deseo como una elección conciente de los individuos, perseguían la construcción de una situación de redescubrimiento del entorno urbano, cuyos efectos psicológicos, lúdicos, de desorientación y desarraigo dibujarían el trazo de las cartografías necesarias para reordenar la ciudad espectacular alienada y sustraída del control de sus propios habitantes.
Es precisamente esta naturaleza heurística, exploratoria, experimental, espontánea, de desorientación y libre orientación, de una búsqueda de sentido ‘lúdico-constructiva’ en oposición a nuestra cotidianeidad, la que aproxima la deriva situacionista con la experiencia y/o vivencia del arte contemporáneo similar a un jamais vu. Un conocimiento no ortodoxo de una geografía, una realidad, un tropo ya familiar que se nos presenta como visto por primera vez. Una operación reflexiva que incrementa nuestra intuición y capacidad de discernimiento, que amplía considerablemente nuestra comprensión de -cualquier tema-, y cuya formación no es modelada tanto por la ‘fijación’ de contenidos sino por un avance del conocimiento que surge a condición de fracturar nuestras la lógicas de la costumbre.
¿Acaso no será que deberíamos asumir la responsabilidad de intentar sorprender nuestras expectativas y reafirmar el potencial de la distancia estética para propiciar un aprendizaje que surge de la aprehensión imaginaria de las prácticas artísticas y por lo tanto, de la realidad? Esta ‘distanciación’ es ciertamente una diversión, un ocio o goce discreto porque es considerablemente menos inocente e inútil de lo que a simple vista puede parecer , y eso es algo que vanguardias como la Internacional Situacionista comprendieron muy bien. Las derivas de la fantasía, la ficción y la imaginación nos permiten acaso intuitiva, y momentáneamente salir de nosotros mismos, entrar en otras mentes y otros mundos. Así, en ocasiones cuestionan nuestra actualidad, lo que nos es dado y concedido hacer, de una manera que proyecta nuestras deseos, anhelos, voluntad e inconformidad hacia algo más, ojalá siempre mejor (aunque bien sabemos que esto es un arma de doble filo igualmente peligrosa en!
tanto que relativa…). ¿Porqué divagaríamos sino pensando con otra realidad? ¿Porqué profundizaríamos para compartir nuestras experiencias si las que tenemos nos fueran suficientes?
2 comentarios
Propongo entonces que sigamos mintiendo de hermosas maneras; dando un poco mas de entretenimiento a quien lo requiera en la inutilidad de lo innecesario siendo bien ineficaces, sin mensajes, sin derivas entregándonos por fin a la esterilidad de nuestro humilde oficio que no cambia ningún mundo y ningún país; solo mentir y en algunos casos entretener, por que no? entretener es el precio a tanta payasada institucional, si los programas académicos nos muestran como payasos, lo mas probable es que hagamos reír y entretener. y ahora si san se acabo.
Indigestión? Plop, plop, fizz fizz… Tome Alka-Seltzer!