Todo proceso tiene un punto de partida, aun cuando se tiene siempre la tentación de afirmar que todo punto de partida es a su vez un proceso que incluye, recursivamente hacia el pasado, otro punto de partida. Para hacer algo ahora, es necesario remontarse al punto de partida del ahora, y al hacerlo, se deben remontar todos los puntos de partida de todos los puntos de partida que se encuentran abarcados en el único punto de partida que deseamos fijar. Así podemos justificar un indefinido aplazamiento que nos exime de nuestra incapacidad para resolver un asunto, en tanto las razones de esta incapacidad se convierten en fundamentos que parecen obedecer mejor a instancias de la física que a condiciones específicas individuales. Debo hacer esto, pero antes de hacer esto debo hacer aquello, y así, esto aquello se suceden en una serie de volutas que se desarrollan unas contenidas en otras hasta generar una total parálisis del deseo de hacer.
Comienzo a escuchar el video y a recolectar algunas direcciones de internet para hacer un archivo mínimo de material audiovisual. Me siento frente al teclado; si es de noche, utilizo un par de audífonos para no molestar el sueño del vecino, que duerme al otro lado de un muro con precario aislamiento acústico. A pesar de la estabilidad acumulativa de la red nuestros parámetros de seguridad implican descargar el archivo a la computadora personal aun cuando se sabe que esta manía por realizar un exhaustivo inventario digital duplicado genera una proliferación de información traslapada en miles de discos duros superfluos. De manera que antes de iniciar esta transcripción debo preguntarme por la capacidad mínima de bytes necesarios para almacenar toda la información de todos los computadores del mundo sin tener en este archivo (listado) información duplicada. Probablemente sea una millonésima de la capacidad de almacenaje generada hasta ahora, probablemente sea una millonésima de millonésima. En principio, tendríamos que calcular, para un archivo específico de interés general, un video en red, por ejemplo, cuantos duplicados habría en las computadoras personales dispersas en el mundo. Luego, realizar este proceso para cada archivo, y prever que el ritmo de inventario es más rápido que el ritmo de generación de nuevos archivos.
En este estado de ánimo comienzo mi aproximación al Museo. Imagino el suceso de mañana, que ya es hoy, pues retomo la escritura de este texto sobre la marcha de las cosas. A mi lado izquierdo, sobre un escritorio de melamina blanca, descansa una memoria usb para trasladar la información del computador «personal» de escritorio al computador «personal» portátil. Personal, es una cualidad que define nuestra cada vez más disociada presencia en el mundo, no hay propiedad posible vacante. Un poco más lejos a la izquierda, un teléfono móvil, un esfero, una calculadora texas instruments y un multímetro digital unit T. Todo ello configura un escenario donde se supone debe estar desarrollándose alguna actividad, sin embargo, cada vez más me siento lleno de síntomas aparentes de actividad, pero sin movimiento alguno real.
Bajo a prepararme algo de té, obedeciendo al mito del té verde. Seis tazas retardan, según complejas explicaciones dadas por los biólogos, los procesos de envejecimiento y aletargamiento neuronal. Me siento con Claudia, hablamos de algunas cosas. Le comento que debo realizar un acopio de material antes de comenzar la transcripción, pero que para ello requiero descargar algunos archivos de internet, y que antes de ello requiero resolver la pregunta sobre la capacidad mínima de servidores digitales en el mundo requerida para guardar la totalidad de los archivos existentes sin duplicados. Y en algún momento en el curso de esta digresión surge la angustia por encontrar en algún lugar del laberinto de direcciones url un programa adecuado para descargar archivos de internet, que sea gratuito y que funcione, aunque esté colmado de todos los virus y los códigos espías que le puedan implantar a cada byte de programación. He instalado y desinstalado varios, cada uno consume un tiempo, cada uno desconfigura una zona del registro, aporta lo suyo al colapso de la máquina programable infalible, nuestro querido computador. Cada uno requiere un proceso de familiaridad con la interface para después descubrir que sus posibilidades están limitadas, en área, capacidad de manejo de archivos, ordenes probables: finalmente, ninguno puede realizar exactamente lo que deseo, y han pasado ya más de seis días de prueba y error, más de seis meses, más de seis años, más de seis décadas. Así es como la industria se vale de la red para mantenernos en un estado de permanente dispersión y postergación. En medio de esta inutilidad, Claudia me interrumpe y me dice: «tengo deseos de estudiar una materia de filosofía, pero no como estudiante, solo como asistente». Estamos cansados de las formalidades y los protocolos que sentimos sirven como pretexto para administrar cada uno de nuestros movimientos. Entonces recuerda que ella cuando era profesora en alguna de las universidades privadas, y en cuál exactamente no importa porque todos sabemos de la filosofía carcelaria que ahora las dirige y que las uniforma en misión, visión y propósito, había convenido con un ex estudiante aceptarlo en sus clases en esa calidad ambigua que se conoce como «asistente». Sucedió que en medio de la clase entraron las fuerzas de seguridad de la universidad, identificaron al intruso y realizaron un proceso de extracción. De esta manera no sólo expulsaron al estudiante del campus privado de la universidad; además dejaron en claro que el conocimiento del profesor en el marco universitario era administrado por la universidad y que la institución no ahorraría esfuerzos para hacer valer sus métodos de administración de almas.
Bien, me preparo mejor para poner en orden mis materiales y dejar todo listo para abordar, con Claudia, el taxi rumbo a la Universidad. En efecto, es como si la postergación por interferencia de una infinidad de acciones precedentes me impidiera seguir en la senda donde no estoy y dar curso a un desarrollo de asuntos para desembocar, siguiendo normas objetivas de inferencia, en una conclusión consistente.
El parámetro editorial, del que hemos presentado una misiva personal como introducción a este texto, sufre de una paradoja: en medios con aspiraciones pedagógicas la rigidez de un parámetro o criterio editorial específico es requisito para que la naturaleza pedagógica de una experiencia tenga una oportunidad de ser satisfecha de manera más o menos eficaz. En medios resistentes a su obligación pedagógica, es decir, en lugares en donde no se acepta como ley editorial el propósito de la divulgación, la ley editorial se desvanece gradualmente, acercándose asintóticamente a un espacio de gratuidad y flujo en donde sucede su plena abolición, y por ende, la total imposibilidad, por condición vacía, de imponer una ley a otra, de desplazar una forma específica de modelar por otra forma específica diferente.
Pablo Batelli
Octubre de 2009, Bogotá
Museo de la Universidad Nacional de Colombia