2. Palabras en juego
En el Pabellón de Bicentenario había otras dos exposiciones que merecen ser contrastadas. Palabras que nos cambiaron: lenguaje y poder en la independencia organizada por la Biblioteca Luis Ángel Arango y Bandos y proclamas organizada por la Biblioteca Nacional. Ambas partían de una plataforma semejante, mirar a conciencia el uso público de las palabras y su influencia política en el periodo de la independencia, además de dar un mirada a los medios de difusión y publicación por donde circularon estos mensajes. A pesar de que en el Pabellón de Bicentenario las exposiciones contaron con un montaje de combate bastante apocado, en sus respectivas sedes de origen, ambas exposiciones lucieron una propuesta gráfica como espacial bastante acertada, con varias capas de lectura que iban desde la profundidad conceptual hasta el goce meramente visual, desde la frase contundente hasta un uso cautivador de la anécdota. En ambas se convocó artistas para que inspirados por la plataforma de las exposiciones sopesaran los contenidos a la luz de la actualidad.
En Bandos y proclamas el artista Hernando Barragán instaló un par de mesas y un sistema digital de navegación que permitía recorrer los contenidos de los documentos de la exposición a partir de palabras clave y dejaba ver gráficamente los términos que motivaron o no motivaron la causa independentista: “sangre”, “patria”, “dios”, “lealtad” o “raza” mostraban resultados luminosos, mientras que “amistad”, “lucro” o “soledad” permanecían en la sombra. Estas dos máquinas discretas pero efectivas de Barragán complementaban muy bien el impecable trabajo de diseño gráfico hecho por Camilo Umaña, un paroxismo visual basado en la tipografía original de los documentos y que fue muy bien aprovechado e integrado al espacio por el museografo Carlos Betancourt (los dos ya habían trabajado juntos en la acertada La Vorágine, expuesta en la misma modesta pero bien aprovechada sala de la Biblioteca Nacional).
El uso de los artistas en Palabras que nos cambiaron no resultó tan acertado, y no porque los artistas no hicieran un buen trabajo sino por la forma en que este fue exhibido. Se contrató un imprenta de tipos tradicional, una máquina ya anacrónica atrapada entre ser pieza de museo o bulto de chatarra, para que los artistas hicieran ahí carteles. Uno de los carteles expuestos evidenció la misma dinámica de su producción para hacer su proclama: “La BLAA invita a un grupo de artistas a producir carteles conmemorativos del Bicentenario de la Independencia en los que, se busca darle relevancia a la idea de LIBERTAD DE PRENSA. Sin embargo, los carteles producidos sólo circulan en entornos cerrados, vinculados a distintas instancias de control, promoción y construcción de prestigio institucional. Prohibido fijar carteles aquí. Multa.” El mensaje resultó profético: los carteles no se integraron a la exposición sino que fueron expuestos en una pared a la entrada, una especie de muro de la infamia que emulaba una calle pero donde el masacote los anulaba, no lograban conectar con el resto de la exposición y mostrar con eficacia el siempre en el ahora: “Las palabras: escritas, leídas, dichas o impresas, siguen siendo hoy armas para las nuevas batallas”, rezaba un texto de la curaduría de esta exposición.
Fue tanta la aprensión con estas obras que, como lo decía el cartel citado, la circulación se limitó a esa área y no salió a la calle, como si pasó con una edición de carteles hechos para la exposición de la Biblioteca Nacional para los que se contrató un pegotero que puso los bandos y proclamas en varios puntos del centro de la ciudad. Incluso los afiches de los artistas convocados por la “BLAA” no fueron meritorios para ser incluidos en el catálogo impreso, una decisión editorial que afeo el jovial y acertado trabajo de diseño gráfico que hizo la compañía Tangrama para toda la exposición. Donde sí se pueden ver los carteles es en la página de Internet de la exposición, un portal impecable que le dará una vida larga a esta muestra: http://www.lablaa.org/palabras-que-nos-cambiaron/carteles.html
Como un eco al cartel profético, otro de los carteles no llegó siquiera a ser exhibido, mostraba la imagen de un mandatario actual mirando una muestra de excrementos enmarcados, la caricatura iba acompañada de un texto irónico sobre las taras atávicas y burocráticas del sector cultural. La curaduría de la exposición prefirió abstenerse a mostrar este cartel a pesar de que todas las obras de los “artistas colombianos jóvenes” estaban enmarcadas bajo la cláusula precautelativa de que “sus contenidos no comprometen al Banco de la República.”
3. Efectos y afectos
Otras dos exposiciones se quedan casí al margen de este ejercicio de escritura hecho a partir del uso del arte y los artistas en la bacanal cultural de la independencia. Se trata de Video-Exposición del Bicentenario: Artes Visuales en Colombia desde 1810 en el Museo de Arte Moderno de Bogotá y de Las historias de un grito: 200 años de ser colombianos en el Museo Nacional.
La primera promete “6 salas” y “más de 1000 artistas” en seis videos encargados a diferentes realizadores bajo la batuta y supervisión de Eduardo Serrano. El día siguiente a la inauguración, en tres de las salas no había proyección y en un museo desértico, vacío, con unos tímidos pegotes de prensa y documentos pegados como maltrechas muletillas museográficas, el espectador podía ver tal vez la mitad de los artistas prometidos. La buena iniciativa de encargar y dar libertad a diferentes realizadores para hacer los videos se veía contrastada con unos guiones apenas sumarios, llenos de clichés y generalidades, un vademécum de tendencias, géneros y artistas allanado por su propia inmensidad; tal vez es por la poca inspiración que sugieren los textos que los videos solo logran dar cuenta de un manejo técnico impecable, sirven para conocer todos los trucos hechos y por hacer en un programa de edición, incapaces de generar afectos se limitan y resignan a descrestar y narrar mediante efectos.
El contenido en Internet de esta exposición es nulo, es una imagen estática y pixelada. Todo lo contrario a la exposición del Museo Nacional que cuenta con una campaña autónoma de Internet donde a un creativo de la publicidad de origen argentino “le clavan la campaña” promocional, y le toca hacer uso de su “humildad” y “ausencia de snobismo” para dar cuenta de la independencia, este ejercicio delirante se limito a la promoción, a lo virtual y puede ser disfrutado en http://chebicentenario.com/.
En cuanto a la exposición física el ejercicio resulta imposible de resumir pero a diferencia de la ampulosa autopromoción del Museo de Arte Moderno de Bogotá aquí, en el Museo Nacional, la cantidad —tres estaciones, 200 piezas, 130 imágenes de apoyo, 14 videos y 10 audios— se transforma en calidad y a pesar de lo abigarrado del montaje es posible seguir la exposición por muchos caminos diferentes, un libre albedrío que pierde a propósito al espectador y que más que un lector pasivo le pide ser un editor, escoger que trama privilegiar, por ejemplo, decidir si debe encontrar la Patria entre los retratos tradicionales de hidalguía o seguir las tramas menores y corajudas de personajes anónimos que desvirtúan el canon heroico de la imagen de los próceres; escoger entre ver a todas las clases populares sublevadas como una gleba peligrosa y sin control, o encontrar en ellos ejemplos dignos de mención que han sido excluidos porque desvirtúan las memofichas con que los profesores jerárquicos dictan sus clases de historia o lo académicos antediluvianos dictan sus ponencias para ser reconocidos por sus pares criollos ilustrados.
El Museo Nacional no escatimó estrategias museográficas y aunque unas de ellas resultan carnavalescas como la de ponerle un afro hirsuto a todos los bustos marmóreos de los próceres, la experiencia demanda más de una visita y promete diferentes exposiciones para los más diversos estados de ánimo. A la vez da gusto ver un museo habitado, lleno de visitantes, con entrada gratuita; ojala la norma de gratuidad se extienda más allá del 31 de diciembre de 2010, fecha hasta la que dura el encanto, exposiciones como esta son para ver una y otra vez, por moda, de forma instruida y cultural si se quiere pero también con independencia: por ocio, anarquía y azar.
(Publicado en Periódico Arteria #25)
(Bicentenario y artistas, arte e independencia (parte 1): https://esferapublica.org/nfblog/?p=11462)