¿espacio de crítica o esfera pública?

Desde hace un tiempo, varios participantes de esta Esfera Pública la han querido conceptualizar como espacio de crítica de arte. O como se ha planteado en días pasados, como uno de los enclaves que han generado un renacimiento de la crítica de arte. Se trata de argumentos bien fundamentados y tienden a subsanar el «vacío» de crítica de arte que desde hace décadas caracteriza la escena local.

De alguna forma, esta «reducción» de Esfera Pública a espacio de crítica puede, con el paso del tiempo, tender a excluir participaciones un tanto más coloquiales y no tan especializadas y eruditas. Como una especie de antídoto para quedar encasillados como Espacio de Crítica de Arte, propongo la lectura del artículo anexo.

Carlos Alberto Vergara
La deliberación de enclave: la redefinición de la esfera pública

En su revisión del concepto de esfera pública de Jürgen Habermas, KLUGE & NEGT toman como punto de partida dicho concepto, que denota la existencia de instituciones específicas (la prensa, las vinculadas a la ley, las plazas públicas) y un horizonte de experiencia social compartido en el que se sintetiza lo que es relevante para la sociedad. De esta manera, la esfera pública queda en manos de un grupo reducido de profesionales (políticos, sindicalistas, periodistas) y, al mismo tiempo, afecta a todos los miembros de la sociedad ―al tratarse de una dimensión de sus conciencias (2001: 236). Las deficiencias del término son puestas de relieve al reparar en que si bien es cierto que la experiencia de todos los miembros de la sociedad se configura dentro de la esfera pública, también lo es que la constitución de la misma es llevada a cabo sólo por el grupo que tiene acceso a los medios de producción y expresión.

Conviene, pues, redefinir la noción de esfera pública, manteniendo las connotaciones ya presentes en Habermas como son la idea de publicidad, la negociación colectiva de los significados y la constitución de lo público, pero incluyendo la participación de un mayor número de sujetos. Kluge y Negt acuñan el término de esfera pública proletaria o de oposición, que emerge en momentos de ruptura dentro de la historia (crisis, guerra, revolución) para dar cuenta de la aparición de nuevas fuerzas sociales, que aportar nuevos elementos de discusión y de conflicto que hasta el momento habían quedado fuera de la esfera pública dominante, clausurados bajo la forma del consenso. En consecuencia, el horizonte de experiencia se extiende y se redefine el marco en el que los miembros de la sociedad interpretan las significaciones sociales. La esfera pública, entendida de este modo, es «la fábrica de este modo, es «para específicos miembros de la sociedad, al tratarse de una dimensión política: el lugar donde se produce […], el espacio donde las políticas son posibles en primer término y después comunicables»(2001: 270).

La apertura hacia nuevas políticas y la necesidad de comunicarlas serían, pues, las dos características principales de una esfera pública de oposición, además de la inclusión de un amplio número de productores que no se restrinja a los especialistas. De esta consideración se deduce una serie de elementos que deben contribuir a fortalecer una esfera pública más amplia: una noción dinámica de lo social, un mayor papel para la sociedad civil y una especial atención a las formas de discusión y de comunicación.

La idea de que es imposible establecer una clausura semántica definitiva sobre la sociedad (CASTORIADIS, 1998: 177; LACLAU & MOUFFE, 1987: 130-121) permite considerar la constitución de lo social como un proceso dinámico en el que las significaciones se someten a revisión y cambio. Esta apertura significativa es posible gracias a que, en el plano discursivo, las distintas visiones sociales se someten a debate y discusión. De ahí la importancia de una sociedad civil activa que participe en los procesos de significación social para romper el cierre semántico que, en ocasiones, se impone sobre la esfera pública. La configuración de nuevos espacios públicos de discusión y expresión fomenta el poder de autodeterminación en la sociedad civil (CABRERO, 2002: 69-70), en la medida en que reduce el grado de coerción ejercida sobre la sociedad civil mediante la ampliación del abanico de sus alternativas de acción y la habituación de sus miembros a tomar decisiones por sí mismos (PÉREZ-DÍAZ, 1997: 104). La comunicabilidad, por último, debe ligarse a la situación: la comunicación sólo es posible cuando existe un lugar común. La situación comunicativa, tal y como indica Luis Enrique ALONSO, establece «una relación entre lo social y lo verbal como un proceso de reproducción y constitución de una realidad, en la cual participan tanto la acción social, en su sentido más amplio, como la verbal» (1998: 46).

En este sentido, creemos que el espacio de discusión ofrecido por Internet puede contribuir a corregir el carácter restrictivo que inicialmente hemos atribuido a la esfera pública. En primer lugar, la esfera pública dominante, cuya situación comunicativa se desarrolla, sobre todo, a través de los medios de comunicación de masas, se caracteriza por su modelo centralizado y piramidal, que dificulta el establecimiento de interrelaciones entre emisores y receptores (RAMONET, 2002: 9). Por el contrario, Internet hace surgir otro modelo de comunicación: el modelo de redes, en cuya estructura «no hay ninguna parte dominante y la circulación de información puede hacerse en todas direcciones» (GIUSSANI, 2002). La diversificación de productores de informaciones no limita la constitución de la esfera pública a un grupo de instituciones o de especialistas sino que da cabida a diversos modos de representar y comprender la realidad.

Claro está que el aumento considerable de información y de emisores no es suficiente para una reforma satisfactoria de la esfera pública, ya que se requiere asimismo un horizonte de experiencia, que integre al mayor número posible de miembros de la sociedad. Internet promueve dicha integración en tanto que no es únicamente un soporte de información sino que también es en un medio de sociabilidad no basado en el lugar (CASTELLS, 2001: 147). La red contribuye a crear y a fortalecer vínculos entre los usuarios de Internet que, a través de comunidades virtuales, establecen un nuevo modo de relacionarse entre ellos acerca de temas sobre los cuales están interesados. La esfera pública, por lo tanto, se enriquece gracias a la participación y a la inclusión de múltiples puntos de vista, aunque también se fragmenta en diversas comunidades virtuales, que potencian el desarrollo interactivo de los horizontes de experiencia.

Ahora bien, consideraríamos erróneo decir que la esfera pública se disgrega en espacio real y virtual ―entendiendo espacio virtual como aquel que sucede en el ciberespacio―, ya que excluiría la fluidez con la que se relacionan los distintos espacios, así como la ampliación de los horizontes de experiencia y la redefinición de las significaciones sociales con la que Internet contribuye. Más productiva resulta la distinción que Pierre LÉVY hace entre actualización y virtualización. La virtualización es «una mutación de identidad, un desplazamiento del centro de gravedad ontológico del objeto considerado» (1999: 19) y se puede vincular con la apertura de la entidad, en oposición con la clausura. El mensaje virtual es un mensaje que no se ha actualizado en el aquí y ahora concretos y que puede ser reapropiado en distintos momentos. La virtualización permite que la información y las opiniones circulen más allá de coordenadas espacio-temporales concretas. Al virtualizar los mensajes, el número de participantes es más numeroso y contribuyen a la negociación simbólica de los mismos, puesto que «los mensajes que virtualizan el acontecimiento son, al mismo tiempo, su prolongación, participación, en su determinación inacabada, forman parte del mismo» (LÉVY, 1999: 54).iel que se sitcio real como el que endo espacio real como s ciudadnos

En definitiva, podemos concluir que la esfera pública, gracias a Internet, se abre a la participación de la sociedad civil para expresar y comunicar temas que, de este modo, se virtualizan y contribuyen a nuevas significaciones que dificultan la clausura de lo social. La virtualización, además, explica la facilidad con que los mismos temas son abordados tanto por los intermediarios del interés general (periódicos, revistas, televisión) como en el ciberespacio.

2. Los enclaves deliberativos

La deliberación forma parte del ideal republicano, al procurar «inducir a cada persona a exponer las razones (públicas, atendibles por todos) de sus puntos de vista y minimizar, en definitiva, los riesgos de que la política se convierta en un asunto de los grupos de interés» (OVEJERO et al., 2004: 39). Philip PETTIT aborda este concepto mediante la distinción entre negociación y debate: la primera se basa en el acuerdo entre grupos de intereses que resulte beneficioso para ellos y no les exija demasiadas concesiones, mientras que el debate toma en consideración todas las posiciones que los grupos pueden reconocer como relevantes. Ambas formas también se diferencian en que a la hora de tomar decisiones, éstas están tomadas de antemano en la negociación y en que la accesibilidad se restringe sólo a quienes tienen poder negociador (1999: 244-245). El interés del republicanismo por la deliberación se traduce en la promoción de la discusión y del debate, de modo que las creencias y valores individuales, así como los horizontes de experiencia, sean «revisables a la luz de la discusión y el debate colectivo, teniendo en cuenta perspectivas alternativas e información adicional» (SUNSTEIN, 2004: 150).

La proliferación de medios de comunicación alternativos, blogs y foros de discusión es bien acogida por el republicanismo ya que aporta fuentes de información alternativas, abre nuevas posibilidades para debatir y desarrolla la razón dialógica. La deliberación, como proceso no sólo compartido sino interno, conlleva autorreflexión por parte de los sujetos, de manera que se cuestionen y discutan las razones a favor y en contra de determinadas acciones (PEARCE, 2006: 24). De manera análoga, los foros de discusión favorecen la autorreflexión y someten temas, que por lo general forman parte de la identidad de las comunidades virtuales, a debate y a discusión. La argumentación y la información no se agotan necesariamente en los discursos dirigidos hacia posturas contrarias sino que afectan así mismo a las posturas compartidas por los grupos.

Al analizar el modo en que Internet fomenta la deliberación y el debate entre distintos grupos, Cass R. SUNSTEIN (2003: 69-72) llama la atención sobre la tendencia de los individuos que configuran dichos grupos a acentuar sus posiciones más extremistas. Esta polarización se explica por la existencia de un número de argumentos limitados ―y de alto carácter persuasivo― dentro de los grupos afines y por el comportamiento de los individuos que adoptan una imagen favorable ante otros miembros, de modo que sus posiciones se asemejan a las posturas dominantes.

Frente a la fragmentación y a la aparente dificultad en la comprensión de posturas diferentes a las sostenidas por otros grupos, el extremismo ―o fortalecimiento de actitudes y opiniones que discrepan de las actitudes y opiniones mayoritarias― no tiene que ser necesariamente negativo. La constitución de grupos con argumentos sólidos y visiones alternativas fomentados, entre otras cosas, por los foros de discusión existentes en Internet podría traducirse en el enriquecimiento de la sociedad. Para ello, se requiere pasar de la fragmentación y la polarización al pluralismo y a la diversidad de opiniones. Este salto sólo se consigue si los grupos, aunque actúen desde los extremos, confrontan sus ideas con otras presentes en la sociedad. En caso contrario, la falta de encuentro aumentaría el grado de polarización y los argumentos que apuntan en la misma dirección se refrendarían a sí mismos y serían asumidos sin ningún cuestionamiento por parte de los miembros de los grupos.

El concepto de deliberación de enclave refleja este proceso de formación de identidades de grupo fuertes y puede definirse como «la forma de deliberación que tiene lugar en el seno de grupos más o menos aislados en los que las personas de ideas afines hablan fundamentalmente entre ellas» (SUNSTEIN, 2003: 78). Internet contribuye así a la formación de enclaves en los que múltiples grupos someten a deliberación sus opiniones y ofrecen nuevos argumentos a la sociedad. La deliberación de enclave resulta claramente positiva en su funcionamiento a través de Internet en la medida en que la posibilidad de hablar no depende del estatus social ni de las jerarquías que imponen un orden de palabra. En el polo negativo, hay que considerar la posibilidad de que estos grupos fomenten el aislamiento y el odio social y de que, al darse por sobreentendido el consenso dentro del grupo, los argumentos sean sustituidos por apelaciones emocionales y el fomento de actitudes y visiones estereotipadas, como ocurre, por ejemplo, con grupos nazis (SUNSTEIN, 2003: 79).

Los enclaves deliberativos pueden enriquecer la sociedad cuando se evitan los riesgos del aislamiento y los miembros del enclave entran en diálogo con otros grupos que están en desacuerdo con ellos. De esta manera, se logra además que nuevas posiciones emerjan en la esfera pública y que algunos aspectos constituyentes del orden social sean cuestionados y discutidos por una amplia cantidad de grupos. La ventaja de los enclaves deliberativos puede resumirse destacando que éstos «mejorarán la deliberación social, democrática y de otro tipo, precisamente porque la deliberación de enclave a menudo es necesaria para incubar nuevas ideas y perspectivas que se incorporen en gran medida al debate público» (SUNSTEIN, 2003: 81). Si la esfera pública ha de entenderse como un esfuerzo para asegurar que múltiples puntos de vista puedan ser escuchados por gente con múltiples perspectivas, entonces el espacio social deberá ser lo suficiente amplio como para incluir los enclaves de deliberación y sus puntos de vista (SUNSTEIN, 2000: 113-114).

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