AÚN NO. Renuncia al Salón Nacional de Artistas

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Señores Cámara de Comercio…

Operadores del Salón Nacional de Artistas: AÚN, etc.

 

Si bien ya hace un mes y medio me dirigí a los curadores del AÚN, para no aceptar su invitación a que participe —intentando así mantener una feliz distancia de las comprometedoras exigencias que derivaron del mismo—. Hoy a unas horas de la apertura, debo corresponder al reciente surgimiento de diversas expresiones de inconformidad por un mal manejo financiero evidenciado ya no sólo en mi o en dos, ni tres, ni cuatro, casos graves; pues al parecer, tal administración ahora es padecida estoicamente por el conjunto de sus participantes, comprometidos en un evento que con toda seguridad podrá decirse que, más mal que bien, se llevará a cabo, no gracias si no a pesar de sus insidiosos operadores de recursos.

 

Filtro Económico

Aunque hay varias razones que explicarían la determinación de mi renuncia a este merecimiento, el motivo puede ser bastante simple ya que como no tengo y me resisto a adquirir, mientras pueda, los dudosos privilegios de la inserción laboral que requiere este certamen de trabajadores/artistas-independientes, me ví en la indudable decisión de rechazar tal oferta por más que AÚN me sienta aludido con las palabras que perfilaba una sugestiva convocatoria inicial en base a conceptos que llevados a la práctica, parecen inversamente proporcionales a las obligaciones subsecuentes de recibir desembolsos parciales y condicionados, afiliarse a una de las mortíferas entidades promotoras de salud, comenzar a pagar una pensión que nunca será cobrada, adquirir cubrimientos injustificados en riesgos laborales, comprar pólizas de cumplimiento por una labor que económicamente depende de una entidad incumplida, e incluso, firmar un misterioso contrato que sólo hubiera tenido el derecho a conocer después de subsidiar toda esta burocracia.

Y es que, como es frecuente a lo largo de devenires auto-gestionados —en ArtVersus, espacio que co-dirijo—, debimos superar un bajón económico que dificultaba disponer del detrimento que requería de mi, una tramitología tan desgastante; en otras palabras, simplemente no podía cumplir con el pago de esos requisitos sin entrar en el absurdo de pedir penosos préstamos, totalmente ajenos a la actividad por la cual fuí escogido. Viéndolo objetivamente, si desde aquel inicio no pude, ni quise, acceder a las dudosamente efectivas condiciones económicas y laborales que debía demostrar para oficializar mi participación, creo que mucho menos durante un lamentable proceso que sin duda alguna para mi hubiera sido más contraproducente que beneficioso.

Por otro lado, para continuar con razones incluso más prácticas y objetivas. Desde un principio, por más que quise, no ví certeza en los anticipos (tiempos y porcentajes) que tan equívocamente se definieron para producir de manera adecuada una publicación como aquella por la cual me invitaron. Por ejemplo: en dado caso que el anticipo del 50% que supuestamente me aseguraban, hubiera llegado oportunamente, contando con los tiempos relativos a tal labor —correcciones de diseño, pruebas de impresión, calidades de papeles, encuadernados, grapados, etc.—, pretendían que para concluir, me premiara a mi mísmo por lo menos con la otra mitad de esa ¿bolsa de trabajo? (alrededor de $5’000.000), “hasta que entrege la obra”, momento en que saldarían esa mitad faltante o según sus acostumbrados términos, sería un arreglo en base al pago contra-entrega y a satisfacción del cliente.

Lo consecuente para mi después de imaginar las penosas contorsiones que demandaba este desafío económico, era evitar verme empujado a adquirir (con todo y tan provocadora oferta del 50%), los ya degradantes condicionamientos de clase-trabajadora y que aquí resultan aún peores, en la forma distorsionada de pasaje al “reconocimiento artístico”. Para mi era improcedente por más que con argumentos lógico-matemáticos tan fáciles de controvertir como los que caracterizan a la Cámara de Comercio de Pereira —en una llamada al peor estilo de cualquier casa de cobranzas, por cierta demora de mi formalización ante ellos en su rol como Operadores del Gasto del 44 SNA—, me explicaran en la voz robotizada con acento paisa de una de sus tantas telefonistas, que “lo normal en todo trabajo” es el “miti-miti” de la mitad al principio y la otra mitad al final, ¿sin descifrar que lo normal para uno como artista, no es que merecer recursos destinados para un Salón Nacional implique el reducirse a la condición de contratista 50-50 al servicio de una insigne sociedad de comerciantes? ¡La que así como se atreve en su CALCULADA IGNORANCIA a establecer exigencias, mejor deberían dignarse como una empresa que asume las prestaciones vinculadas a la altura laboral que pretenden! Antes de descargarse sobre uno con recaudos y trámites que no solo son sobradamente ajenos con mi realidad, si no que intentan extraviar toda auto-determinación a lo largo y angosto de las normalizaciones laborales que propinan en nombre de su misión-visión.

Y claro, sacar tan súbitamente cinco millones de mi bolsillo de artista (sin contar con los costos de la mal llamada seguridad social a los que hubiera tenido que incurrir) no sólo me haría la vida muy difícil, reduciendo, entre otras cosas, la oportunidad de proyectos propios, sino que me significaría cierta rendición justamente a mucho de aquello a lo que AÚN me resisto pues entre otras cosas implicaría reprimir aquella capacidad generalmente en desuso de la indignación, al verme pagando con transigencia un supuesto paso importante en toda carrera artística. Actitud bastante frecuente y muy propia de la crisis del medio en una actualidad tan desoladora como la del Boom del Mercado, desgracia coincidencialmente también administrada por la Cámara de Comercio.

En conclusión. Someterse a aquel trato suponía nada más y nada menos que para acceder al estímulo económico ofrecido debía estar previamente “estimulado”, aplicando así una fórmula según la cual se establece que a mayor capital personal, mayores merecimientos públicos en la grave implementación de un FILTRO ECONÓMICO que ¿de ahora en adelante? se erige incluso ante la puerta de la institución pública, como restricción directa contra el artista que de no contar con el capital propio suficiente, nunca participará en el Salón Nacional por más méritos artísticos que demuestre.

 

Antecedentes

Si bien señalar tal segregación puede ser como atisbar la punta de un iceberg, lo cierto es que hoy difícilmente uno puede fiarse de un Ministerio de Cultura tan auto-des-legitimado, menos en alianza con la Cámara de Comercio (o la DIAN, que parecen todas coincidir en el destino tributario que le deparan a su “Comunidad Artística” en una deplorable perfilación como trabajadores rasos), entidad con la que por cierto ya he tenido no una, sino tres experiencias fallidas y a nivel nacional en sus filiales de Medellín, Bogotá, y Pereira.

En la primera, aplicamos para una de sus sedes en Medellín con una particular experiencia de venta de obras pero, como las salas de la Cámara de Comercio en todo el país no pueden acoger propuestas comerciales por más que hubiera sido uno de los proyectos ganadores de su propia convocatoria, nos informaron a posteriori que aquella especificidad de nuestra propuesta ya premiada por ellos mismos, estaba prohibida. Adicionalmente y a pesar que desde un principio sabían que residimos en Bogotá, no asumían ni viáticos, ni hospedajes, ni transportes de obras, ni embalajes, ni nada; debíamos conformarnos meramente con el honor de ocupar su sala de exhibiciones, privilegio del que por supuesto tuvimos que prescindir pues además de no ofrecer retribución alguna, imposibilitaban la particular dinámica de venta bajo la cual se fundaba el propio proyecto.

En la ocasión más reciente, durante el mes pasado estuve participando en una muestra en la sede Chapinero (Bogotá) de esta misma entidad y para ello firmé como artista un documento suyo que usa el término “BOLSA DE TRABAJO” (así en mayúscula) para referirse a un monto que supuestamente pagarían sólo hasta el final de la exposición ¿Aún no entiendo cómo pueden llamar así a algo que desembolsarían cuando la obra que a uno le tocó producir con recursos propios, ya ni siquiera estaría en la sala de exhibición? Por supuesto, hoy a dos semanas de la clausura y después de cumplir con la burocracia que los caracteriza, por supuesto, aún no me han pagado. Ello a pesar de haber sido una gran exposición, durante la cual recibí un extraordinario acompañamiento por parte del curador, cumpliendo conjuntamente funciones adicionales por falta de guardia de sala pues incluso de eso carecen aquellos terrenos baldíos tan pobremente administrados y con gran displicencia, pero que lucen con orgullo las prestantes sedes de la Cámara de Comercio.

Ya contando con este saboteo institucional, incluso antes de consideraciones tan definitivas como las que menciono inicialmente, lo primero fué preguntarme: ¿Cómo ceder a la compra de pólizas de mi cumplimiento si ni siquiera podía convencerme del pago oportuno por parte de la organización de la cual dependería? ¿Acaso lo mejor era asumir este mismo régimen de amenazas con multas y hacer que me firmen documentos similares? Por supuesto, dudo que lo hicieran; no por la garantía tras su “buen nombre” si no porque sus faltas aparentes les significan ahorros mezquinos y rendimientos financieros insospechados…

 

Seguridad Anti-Social

Como otras más de las estaciones de este viacrusis. Tampoco quise acceder al absurdo de comenzar a cotizar Pensión, EPS, e incluso ARL para esta única ocasión de producir una labor tan específica. Ya entrados en términos personales que inevitablemente aquí son prosaicos, AÚN no quiero padecer esa cobertura en “salud” tipo paseo de la muerte como la que es bien sabido, caracteriza al sistema EPS —sin contar con sus desfalcos y desfinanciamientos por los cuales llevan a cuestas a más de una víctima mortal, entre sus inermes beneficiarios—. Por otro lado, AÚN no veo el PELIGRO real que justifique afiliarme a una Aseguradora de Riesgos Laborales para una acrobacia que no va mucho más allá de mover imágenes tras mi computador. Y también sé que NUNCA me voy a pensionar por más contratos que gane a partir de este evento, debido a una abnegada y optimista labor como artista plástico contemporáneo e independiente.

De ceder a todo ello, me sentiría estafándome a mí mismo o como se conoce popularmente, haciendo la vuelta del bobo. Así hubiera tenido que pagar todas estas cuotas de defraudación personal, únicamente a partir de la invitación hasta recibir aquel 50% (cubriendo aquella “inversión en mi mismo”); sería inevitable verme haciendo de cómplice y luego como una víctima más de la dudosa “seguridad social” obligatoria y de hecho legítima, en contraste con el tipo amplio de desafiliaciones mediante las que se emprende cualquier actividad autónoma, a las que sin duda se les depara la extinción, incluso bajo iniciativas como el evento referido, al que temo muy a mi pesar le antecede una verdadera pista de obstáculos para caer con cada paso, en la indeseable precarización de sí mismo que define como meta aquella condición de trabajador formal en la que se sume la mayoría y por la cual precisamente opté por cierta actividad que en su diferencia en la auto-exclusión, incertidumbre, recursividad, etc. aún ejerzo como una alternativa vital y sin comparación a pesadumbres kafkianas a las que yo les resulte útil en la suma de sus abrumadoras filas sin fín tras ilusiones de avance y progreso. Contrariamente, así como me niego a otros cuantos podios “artísticos” generalmente codiciados y a toda costa, hoy me satisface restar de mi pretendido currículum este 44 Salón Nacional de Artistas.

 

Para finalizar. Independientemente de su posición ante tales problemáticas, quiero expresarle mi sincero aprecio y respeto al comité curatorial; es de honrar que hayan pensado de una manera tan bienintencionada que alguien como uno pueda estar ahí adentro y salir bien librado. Desafortunadamente y muy a mi pesar, temo que toda esta burocracia que se impone ante la versión del salón que les tocó, es poco más que una despreciable trampa, consistente en nada menos que un agarrón de pueblo tributario sin precedentes, que aquí se hace más perverso al ser aplicado contra lo más informal del medio artístico, montándo una cacería, al instrumentalizar en forma de carnada, incluso una convocatoria que en sus inicios hacía un promisorio llamado de cierto alcance hasta los margenes pero en base a la esperanza perdida sobre algún espacio de visibilización al interior de una escena local VIP, de la que así como recientemente están por desplazarnos, intentan ahora desposeernos de nosotros mismos.

 

Jorge Sarmiento.

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