Por Felipe Quintero
Nunca he sido un fiel seguidor de la función pública. Especialmente porque el trabajo institucional impide en muchos casos la exploración de caminos críticos y reflexivos. Aún así, creo en las diferencias entre proyectos políticos con impacto social, real y humanistas, de los que parecen un listado de propuestas de representante a la personería escolar. En principio me parece sorprendente la inmovilidad ante el cambio ministerial. No faltando críticas, el mutismo se ha vuelto la enfermedad que nos aqueja hoy. Al parecer lo que quedó como resultado del cambio— pero el ministerial— fue una completa decepción. Sin embargo, esa decepción sólo ha desembocado en una constante decaída silenciosa. Las críticas cada vez son menores. La importancia de la cultura quedó relegada. Ahora los zorros no vociferan sus aullidos.
Lo que denota esta práctica es una involución de tipo político. Junto a Patricia Ariza las mayores críticas fueron sus proyectos regionales de participación ciudadana. Claramente esto dejó efectos positivos en el diagnóstico y ejecución de proyectos con un carácter descentralizado. Pero a lo largo de los meses creció una defensa centralizada en territorios como Bogotá, Medellín y Cali, centros de mercado artístico, por la defensa del «arte». Esta defensa terminó siendo una deshauciada propuesta para mantener un mercado ya insostenible. Los poderes políticos y económicos hablaron a través de reflexiones «anti-propagandistas», que no fueron sino terminología mal pensada.
La función social de la cultura, sobretodo en la función pública, no es ningún estímulo a la propagación ideológica. La función social del arte fue y ha sido un motor para resolver problemas de carácter económico y social en un sector profundamente desigual. Las propuestas de escucha regional, de visibilización popular y de difusión de prácticas no hegemónicas no es, entonces, la destrucción del sector del arte galerístico e independiente. A la final, estas ideas sólo promovían la consecuencia negativa de la economía naranja: una política mixta para el crecimiento económico de la industria cultural. La defensa a los artistas regionales, decoloniales, que participaban de galerías y grandes ferias, terminó siendo una defensa a la galería y a la gran feria. Nadie se preocupó por los trabajadores, por los creadores, por los sabedores y esa larga base social de artesanos y artistas que siguen manteniendo la vida cultural. En cambio lo que sí se mantuvo con la renovación ministerial fue la defensa de ideas imposibles en beneficio de la industria cultural. Ahora el Ministro Zorro, que además sigue sin ser un ministro real porque es encargado, propone que haya viernes cultural a nivel nacional o invitar a Snoop Dog para apoyar a los «jóvenes hip hop». Uno no sabe si es un ministro demasiado joven— tan joven como un representante escolar— o un anciano que cree que Snoop Dog es para jóvenes.
Esta situación se ha vuelto insostenible. La base social se sigue degradando y la crítica se mantiene muda. Al parecer la crítica no lo era tanto. Más bien era, esa sí, una propagación de intereses personales. Lo que hubo fue una queja individualista por la desfachatez del anterior ministerio de no tenerlos en cuenta a ellos, los de más de mil seguidores y con trayectoria de 50 años en el arte. Pero ninguno se sentó a buscar una claridad o entendimiento de lo que sucedía. Lo único que hicieron fue promover el descontento ante un ministerio que les escuchaba, pero ayudaba a todos los sectores, por uno que renueva la Economía Naranja como principio rector y se detiene en la promoción del único sector del que gusta el ministro. Zorro y sus zorrillos lograron su objetivo. Desbancaron el cambio real para proponer casas y piscinas.
Ahora bien, no creo que Patricia haya sido una ministra perfecta. Tampoco que su labor fue una de ejecución rápida y precisa, pero creo que con ella se estaban escuchando y dando participación a sectores realmente olvidados en la cultura. Creo yo, tan olvidados, que en el descontento del sector se creía que la ex ministra no hacía nada. Claro, la ministra puso su ojo en el otro lado de la esfera pública, una menos atendida. Pero lo más atrevido de la ministra fue delatar y denunciar la diferencia de las élites y personalismos de la cultura con las bases y comunidades de la gran cultura.
Yo me pregunto entonces: ¿el problema no era la falta de tecnocracia de la ministra, sino los intereses de esa población elitista desatendida? Lo que pienso, de manera personal y adolorida, es que las molestias de las políticas sociales no eran un descontento real, sino que se estaba afectando un sector que depende enteramente de la usurpación estatal para seguir siendo «promotores» y «creadores de empleo» en la cultura. Es decir, se estaba promoviendo con la indignación una alta cultura, una industria inteligente, que acumula riquezas a costa de la informalidad y la desconsideración de quienes siguen haciendo cultura a pesar del olvido.
Por otro lado, mientras el silencio retumba las cavernas artísticas, CoCrea se ha vuelto, nuevamente, el aliado focal del ministerio. Todos temerosos de que las riquezas no fueran a la cultura para pasar a los otros ricos, decidieron que lo mejor era seguir bajando impuesto de renta para promover empresas culturales. Se nos olvidó que la cultura no sólo es un mercado en crecimiento, sino que es la totalidad de prácticas y creaciones que nos hacen sociedad. Asustadísimos por la falta de inyección a las empresas ahora han puesto a un Zorro a hacer de las suyas. Sopló la primera casa, MiCasa, y se ha llevado todas las gallinas. Gallinas, que además, le dan muchos huevos de oro.
Lo único que quisiera decirle a Zorro, en un lenguaje infantil similar a sus propuestas políticas es: «Zorro, no te lo lleves».