I.
Al final de su columna Julian Assange: buscado vivo o muerto por el Imperio el periodista Alexander Cockburn recuerda otro caso de filtración masiva de documentos: en 1979 en Irán, en la embajada de Estados Unidos en Teherán, un grupo de estudiantes iraníes se hizo al archivo completo de documentos del Departamento de Estado, la CIA y la Agencia de Inteligencia para la Defensa que abarcaba todas las actividades secretas de ese país en toda la región, en especial en Israel, la Unión Soviética, Turquía, Pakistan, Arabia Saudita, Iraq y Afganistan. A partir de 1982 los iraníes publicaron en 60 volúmenes toda esa información y la llamaron Documentos de la guarida de espionaje estadounidense: retratos vivos de las operaciones de inteligencia y sus técnicas, de la complicidad entre periodismo y gobierno estadounidense, y de la las imbricaciones de la diplomacia del petróleo. Cockburn concluye: “Los volúmenes están en bibliotecas de universidades aquí [en Estados Unidos. Pero ¿son leídos? Por una manotada de especialistas. Las verdades inconvenientes fueron enterradas con suavidad y tal vez los archivos de Wikileaks también serán olvidados pronto.”
Tal vez por eso, en abril de este año, cuando Wikileaks filtró un video de la guerra de Iraq, Assange se tomó el trabajo de supervisar su edición y de cuidar hasta el más mínimo detalle para garantizar su amplía difusión e impacto. Asesinato colateral fue el título de este documento que muestra cómo un helicóptero militar estadounidense dispara indiscriminadamente sobre un grupo desprevenido de personas en una calle de Baghdad y luego repasa con sevicia a los civiles que intentan rescatar a los heridos; hubo entre 11 y 26 muertos, entre ellos dos periodistas de la agencia Reuters fallecidos y dos niños gravemente lastimados.
No solo la imagen de Asesinato colateral es impactante, el audio en el helicóptero parece un diálogo jovial de adolescentes que entre habilidosos y pantalleros manejan los comandos de un videojuego de guerra en la comodidad de su hogar a miles de kilómetros virtuales: “mierda, cuando estés encima de ellos, reviéntalos. Veo tu tropa, eh, tengo unos cuatro Humvees, eh, cerca… Tienes vía libre. De acuerdo. Abriendo fuego. Avísame cuando los tengas. Disparemos. Préndeles fuego a todos. ¡Vamos, fuego! (Fuego de ametralladora) Sigue disparando. Sigue disparando. (Fuego de ametralladora) Sigue disparando. Hotel… Bushmaster Dos-Seis, Bushmaster Dos-Seis, tenemos que movernos, ¡ahora mismo! De acuerdo, acabamos de atacar a los ocho individuos. Sí, vemos dos pájaros y todavía estamos disparando. Recibido. Los tengo. Dos-Seis, aquí Dos-Seis, somos una unidad móvil. ¡Uy!, perdón. ¿Qué estaba pasando? Maldita sea, Kyle. Vale, jajaja. Ya les di.”
El video logró su objetivo, fue noticia por unos días y el caso fue mencionado en cuantaentrevista tuvo Assange, pero “una única muerte es una tragedia, un millón de muertes es estadística”, decía ese ingeniero social llamado Joseph Stalin, y “Dios mío, en tus manos colocamos esta tragedia que ya pasó y la tragedia que llega”, dice nuestro rezo noticioso nocturno para que el olvido nos trabaje.
II.
El material de Wikileaks es un arrume inmenso de “canciones” que necesita de un “discjockey”, alguien que las ponga a “sonar” por series y en el momento adecuado; una serie de periodistas inquisitivos al estilo, por ejemplo, de Daniel Coronell. Las columnas de Coronell son tan graves y sustanciosas porque no se dan la licencia de conjeturar o hablar carreta; uno casi que podría caricaturizar el modus operandi de algunos de sus textos en la Revista Semana de la siguiente manera:
1. Titulo.
Da la impresión de que Coronell se limitara a usar una serie de conectores gramaticales entre evidencias, pero la verdad lo que hace es relacionar ideas que de otra manera quedarían dispersas y sin sentido concreto. El periodismo tiene la responsabilidad de investigar, de revelar las relaciones, de hacer que un archivo como el que entrega Wikileaks o cualquier fuente confiable tenga una razón de ser. El caso de las filtraciones vía Wikileaks es el ejercicio ciudadano que le responde al libertinaje de un megapoder con la libertad viral de las ideas, y esta vez ha señalado una sempiterna paradoja: la misma libertad que se permite un poder como el del gobierno de Estados Unidos para entrometerse donde le venga en gana a nivel mundial es la misma libertad que ahora le quieren negar a otros para que investiguen sus actuaciones.
Pero este ejercicio de periodismo, análisis y crítica al poder es cada vez más escaso en una patota de comunicadores sociales que solo han aprendido a mochar, simplificar y banalizar, o a los que las industrias informativas donde laboran les pagan no por lo que dicen sino por lo que dejan de decir. Por ejemplo, en el caso de Assange, es patético ver cómo el periodismo en general ha sido incapaz de contar en forma clara y directa los intríngulis de la orden de captura que le fue emitida a raíz de dos casos de denuncia por conducta sexual inapropiada en Suecia (no por “violación” como lo han titulado con gran diligencia los editores amarillistas de noticias) .
Este es un caso que hace agua mientras más se sabe de él. La trama es el despecho de una mujer que no volvió a ser llamada luego de un polvo concensuado y de otra que aprovechó el rompimiento de un condón para convertir su tusa en una vindicación legal. Ambas mujeres, muchos días después de los hechos, fueron juntas a una comisaría, sin tener una amistad previa, a reportar unos hechos que por incipientes fueron desechados por la justicia sueca pero que ahora, días antes de la última filtración, fueron retomados con prontitud y severidad inusitada, un proceso que resulta aún más kafkiano cuando se compara con la negligencia de otros miles de casos donde la criminalidad es evidente y la diligencia, sí, urgente.
Ahora bien, el caso jurídico que propiciaron estas dos damas, además de poner a la justicia y a Suecia en ridículo —no hay que olvidar que ese país dio un giro a la derecha en las últimas elecciones—, permite, gracias a la orden de la Interpol, que Assange como pararrayos de Wikileaks sea chuzado, seguido y perseguido bajo un manto espurio de legalidad, y que incluso —si llega a ser capturado— sea posible su extradición a Estados Unidos. Los abogados al servicio de ese gobierno se están poniendo “creativos” para ver bajo qué cargos lo pueden judicializar; así como cerca a 1930 el criminal Al Capone fue encarcelado por evasión de impuestos, no por sus crímenes, ahora, en una situación opuesta pero simétrica, al ciudadano Assange se le inventa un crimen para poder emitirle una orden internacional de arresto: primero está su detención indefinida, luego vendrán las justificaciones jurídicas.
El caso por “conducta sexual inapropiada” es irrelevante, lo que realmente asombra es la persecusión desaforada a la que ha sido sometido un individuo y la organización que representa, que la oficialidad de la mayoría de los países se preste para este linchamiento sin notar que se pone en evidencia (o sin que le importe en lo más mínimo). Lo absurdo es ver la criminalización de una persona por parte de un megapoder sin que se pellizque el resto de los ciudadanos libres del mundo. No solo a través de las filtraciones se exponen los secretos del poder, el mismo poder desnuda su arrogancia en la manera despótica en que actua ante este caso: mientras que el gobierno australiano amenaza con cancelarle el pasaporte a su ciudadano Assange, las declaraciones de algunos de los líderes de otras naciones muestran el poco interés que tienen por la verdad y la justicia: “(Colombia) se solidariza con la administración del presidente Barack Obama por lo que considera un enorme riesgo para la seguridad del pueblo estadounidense y sus funcionarios”, dijo Juan Manuel Santos, presidente de ese pequeño país de surámerica.
La próxima filtración que dará a conocer el temerario portal de Wikileaks no es menos importante que las otras: los documentos y maniobras secretas de una o dos de las grandes corporaciones de la banca mundial. Pero la tragicomedia mediática sobre Assange ya está lista para restarle todo posible rating a Wikileaks, “como siempre: lo urgente no deja tiempo para lo importante”.
Lucas Ospina