Vulnerables

El Equipo TRansHisTor(ia) (María Sol Barón-Camilo Ordóñez), viene trabajando hace bastante sobre la obra del artista laboyano Wilson Díaz. Esta semana inauguraron el segundo capítulo de su investigación Con Wilson, bajo el subtítulo Dos décadas vulnerables y visuales. Una exposición que le mide el aceite de la nostalgia a la generación que lo acompañó como colega y a la que le siguió como responsable de incontables mitos urbanos.

vulnera

Wilson Díaz, Sin título, 1996. Versión de la instalación con pintura, dibujo, plantas de coca y ventana, presentada en el VI Salón de Arte Joven de la Galería Santa Fe. Con Wilson, dos décadas vulnerables y visuales, curaduría: Equipo TRansHisTor(ia) (María Sol Barón-Camilo Ordóñez). Bogotá, octubre 2014.

El Equipo TRansHisTor(ia) (María Sol Barón-Camilo Ordóñez), viene trabajando hace bastante sobre la obra del artista laboyano Wilson Díaz. Esta semana inauguraron el segundo capítulo de su investigación Con Wilson, bajo el subtítulo Dos décadas vulnerables y visuales. Una exposición que le mide el aceite de la nostalgia a la generación que lo acompañó como colega y a la que le siguió como responsable de incontables mitos urbanos.

El examen comienza en el trabajo previo a la época en que Díaz se insertara en el campo local, se acerca progresivamente a los hitos de su trabajo de crítica institucional y concluye en las indagaciones que ha realizado alrededor de la hoja de coca. De ahí que muestre a un productor que comenzó a hablar con un fuerte componente literario (quien ha reconocido en múltiples entrevistas sus primeras exploraciones como poeta), sin temor de poner textos dentro de sus pinturas o rescatar anotaciones para incluirlas dentro de instalaciones memorables, al tiempo que no dejaba de absorber y valorar un amplio inventario de productos de la cultura popular de la época.

De otro lado, enseña que a pesar de comenzar pintando, como la mayoría de sus contemporáneos, Díaz se desenvolvió ante el lienzo evitando la tontería de emular a tanto Francesco Clemente o Sandro Chía que proliferaron en la Bogotá del momento. Por el contrario, alimentó una reflexión sobre el efecto del medio pictórico en la audiencia tratando de ampliar su modo de relación con las obras. Así, por ejemplo, al cortar el rostro de algunos de los personajes de sus pinturas e invitar a la gente a poner su cara para sacarle una fotografía, parecía buscar que quien viera su trabajo también pudiera contar una historia sobre esa experiencia. No que saliera diciendo “vi otra obra de arte que no entendí”, sino “hice parte de esto y sucedió esto otro”.

En las obras de esta etapa se aprecia un alto contenido de –y un profundo respeto hacia– la retórica visual que le era inmediata, mediante guiños no irónicos sobre la procedencia de sus fuentes: se apropiaba de fotografías familiares, estudiaba múltiples tipos domésticos de producción de objetos decorativos y atendía a la precariedad en la selección de sus materiales. Díaz no se atormentaba por pintar con pigmentos baratos. Por lo mismo, muchas de sus obras han envejecido sin el botox del arte contemporáneo actual; es decir, a diferencia de muchas de las que se ven en todas partes y que, una vez estalle la burbuja de mercado primario local, seguirán siendo las mismas: brillantes y dudosas.

La sección de trabajos mas recientes, destaca la manera en que Díaz se ha relacionado con la institucionalidad local, haciéndole el juego a las tensiones que había en esos lugares respecto a la presencia de artistas jóvenes en su programación. Comienza con la Retrospectiva que hizo para los Museos de Arte Moderno de Cali y Bogotá en 1998, y finaliza en La Flor caduca de la hermosura de su gloria, intervención previa al desalojo de la Galería Santa Fe del Planetario Distrital. Al contrario de lo sucedido con ese lugar, la iluminación de esta sección de la muestra es mucho más brillante que la de la etapa inicial.

Entre tanta feria e impulsadores de arte, hay que sacarle tiempo y ver esta exhibición, porque en ella se nota que Wilson Díaz Polanco ha enseñado muchas cosas, entre otras:

1.- Que los intercambios personales que produce esa masa promiscua y pseudo-sofisticada que se relaciona a partes desiguales de sinceridad y manipulación entre artistas, colectivos de creación, investigadores, docentes, galeristas, fundacioncitas, Instituticos y Ministerios, es el mejor insumo para hacer el arte más importante de una época.

2.- Que la autogestión no es un arrebato de juventud.

3.- Que vale más un buen apodo que la mejor reseña sobre el libro de un teórico cualquiera.

4.- Que los fluidos no son sólo para ensuciar y limpiar.

5.- Que no hay que contar con el aval de una institución cultural para hacer proyectos significativos a nivel nacional (o que, de contar con dicho aval los proyectos significativos no lo serán tanto).

6.- Que la estupidez de un régimen basado en el repudio al secuestro, llevó a que algunos de sus representantes secuestraran obras de arte en el exterior.

 

— Guillermo Vanegas