Un breve comentario al resumen de Miguel Huertas, que me endilga por no sé qué regla de tres una complicidad con las directivas en propósitos de reforma meramente administrativa, porque tomo como ejemplos los motivos de la separación de facultades y la duración de los estudios. Lo hago a partir de un tema que puede parecer banal, la mordacidad. En un suplemento de salud de El Tiempo, en el fascículo dedicado a la salud oral, hay una sección
titulada “Análisis: miedo al dentista”. Lo que dice allí es trivial y cualquiera lo sabe. Mejor lo expresó Quino hace poco en una caricatura donde muestra a un paciente ya añoso vuelto niño y buscando protección en los brazos de la asistente de la odontóloga: el problema de la salud oral es también un problema de salud mental y de salud social. Por los dientes nos relacionamos con la filogenia (nuestro vínculo con los carnívoros y la cadena trófica), con la ontogenia (nuestra relación con la nutrición y la palabra y el afecto en la infancia), con la historia (los chibchas padecían de graves dolencias por dieta excesiva en carbohidratos) y con la sociedad (la disposición de alimentos por estratos).
Lo que quiero subrayar con este ejemplo, es que una perspectiva de Facultades que aislan temas de la salud (odontología, enfermería, medicina) atenta contra la integralidad necesaria para comprender el problema de la salud como un problema estructural. Y asi ocurre con las ciencias del campo (tierra por un lado, animales por otro) y con las ciencias sociales y humanas (que aunque agrupadas en una facultad, tiran cada cual para su ladito). El sabio lema de la Universidad: Inter Aulas Academiae quaere verum (busca entre las aulas lo verdadero), choca con una estructura no sólo administrativa, sino conceptual, desvertebrada, con saberes y órganos disyuntos. No por nada, uno de los mayores vacíos de nuestro pensamiento es el relativo a comprender conjuntos en complejidad y por eso no pasamos de la opinión o del prejuicio al concepto y menos a la idea o a la razón.
Ahora: ¿por qué digo que las reformas de Patiño y de Antanas fueron un estuco o pañete? Comprendo la importancia de ambos, del primero su empeño, del segundo su capacidad comunicativa (que tanta falta hace como modelo de dirección). Propuse al exrector Marco Palacio la traducción de una tesis doctoral de William Lee Magnusson (Reform at the National University) sobre la reforma Patiño: con gran miopía rechazó esa posibilidad (el poder suele ser arrogante y ése es también el pecado capital de esta administración y es lo que me separa de modo radical de ella, por lo cual me parece atrevida la regla de tres de Miguel Huertas: ¿por qué diablos todo pensamiento tiene que encajonarse en pro o en contra? ¿Es que no hay matices, dudas, ambivalencias?). Lo cierto es que Patiño fracasó allí donde no podía fracasar, la integración de las ciencias de la salud, siendo él médico y muy eminente. Antanas, quizás con sentido práctico, ni siquiera tocó el tema. ¿No se muestra allí el poder de la tradición colonial? Colombia, según un estudio confiable de la World Values Survey es a la vez un país terriblemente conservador/tradicional en el sentido negativo del término y desconfiado, tendencia que ya lo lleva a uno a ser suspicaz cuando mira bajo la superficie de retóricas revolucionarias defensas a ultranza de pequeñas tradiciones.
Creo, para terminar, que esta será mi última participación en este debate. Estoy más allá de cualquier interés personal: tengo que ocuparme de mi propia mordacidad. Y el formato de Esfera Pública no permite pasar de la opinión (he escrito sobre el tema libros y ensayos que no caben en lo mercurial del formato electrónico ni del formato mental). Sólo me queda orar por la Universidad Nacional: cono tantas pasiones, con tanta refriega de poderes y podercitos, el semestre venidero será para llorar. No creo que haya la cordura suficiente de “las partes” para razonar y tranzar.
Gabriel Restrepo