Algunas de las paradojas que describe Francois en su último texto son bastante certeras, aunque éstas estaban contempladas dentro de la misma estrategia de la EPD. Desde el inicio me ha quedado claro que este proyecto sería visto como algo proveniente del ¨centro¨, ya sea por la clase de apoyos que ha recibido o por el sencillo hecho de que vivo en Nueva York. (En Guatemala, hubo una clase de reticencia similar, pero en ese caso, sospecho, por el hecho de que soy mexicano.) Confié, sin embargo, – y creo que con debates como este comienza a comprobarse- que se pudiera superar la paranoia de que provengo «de fuera» para así hablar de cosas más interesantes
Por otra parte, también tenía muy claro desde el principio que las enunciaciones performáticas de índole sentimental, romántico y /o utopista del proyecto iban a generar toda clase de sarcasmo, como en una típica dinámica de escuela secundaria. Mi respuesta inicial al estudiante malcriado (Lucas) realmente no era una condena ofendida ante el uso del humor, sino que objetaba que las posibilidades de diálogo quedaran reducidas a burlarse de la nariz del «profesor» (aunque dicho sea de paso, en mi caso sería de esperarse).
A fin de cuentas, el proyecto busca cuestionar aquél concepto que todos odiamos pero que no tenemos más remedio que usar (porque somos usados con ese termino), que es el de identidad. Y a través de diferentes dinámicas (coreografías ceremoniales, terapias de grupo, provocaciones reales y ficticias, el jugar al papel del turista-interlocutor ingenuo), se han generado reacciones que, negativas o positivas, siempre acaban cumpliendo el objetivo de ver forzado a un grupo a definir aquellos parámetros que definen una realidad local. Esta reflexión se me hizo muy clara en el caso colombiano dentro de lo que era el subtexto de la fábula de Lucas: ¿Quien se ha creído este neoyorkino que viene a hablarnos a nosotros, los colombianos, de lo que es el desasosiego? ¿Quien es el para venirnos a hablar de fronteras, cuando a nosotros no nos dejan entrar a ningún país? ¿Quien es él para venir a que le roben su computadora y así sentirse más víctima que nosotros? De manera interesante, y así como el tema del panamericanismo generó una reacción emocional en Caracas, lo mismo hizo el tema del desasosiego en Bogotá (donde casi nadie habló de panamericanismo). Pero sobre eso quizá cada quien deba de sacar sus propias conclusiones.
En todo caso, lo que ha caracterizado al «debate» colombiano de la EPD, a diferencia de los otros países y aparte de su peculiar intensidad (y de la tendencia que todo el mundo tiene aquí de citar profusamente), creo que ha sido su obsesión con las relaciones centro-periferia, que de manera oblícua surgió en un debate que tuvimos sobre el individualismo en Colombia, y que terminó con el enfoque a mi persona como agente externo y hegemónico, como un Quetzalcóatl a la vez cursi y maligno. Pero como bien sabemos después de una década de hablar de centro-periferia (y como ahora se está abordando en el SITAC esta semana), la fabricación de la noción de periferia en el arte y en el mundo intelectual es más bien una conveniencia postmodernista que no tiene mucha sustancia fuera de su dinámica política y promocional. En realidad, todo aquél que involucrado o interesado en el mundillo del arte contemporáneo en mayor o menor medida está ultimadamente formando parte de un mismo medio que, estando en NY o en Bogotá, comparte referencias similares, ya sea citando a Rosalind Krauss o invocando a Andrea Fraser. Todos somos los otros y todos somos nosotros mismos, pero en el mundo del arte todos somos neoyorkinos.
Pablo Helguera