La Bienal del Mercosur (2)

El espectador asiste perplejo a la escena. De un lado, porque un cuadro (que, en su condición de pintura, debería permanecer detenido) se encuentra en movimiento, lo que de inmediato hipnotiza, produce ese encanto que despierta el artificio y la atención se fija descubrir el truco, los detalles del milagro. De otro, porque si Delacroix sabe pintar, Lucas ha sabido copiarlo.

La liberté raisoneé, video. Cristina Lucas, 2009

Hacer que un Delacroix tenga el comportamiento de un Goya es una empresa arriesgada, de la cual Cristina Lucas ha salido victoriosa.

Uno de los videos de la artista (justo a la entrada, mano izquierda, del primero de los galpones), se encarga de escenificar el clásico lienzo “La Libertad guiando al pueblo”, para hacer que esa avanzada, legada a las generaciones posteriores como un triunfo detenido, acontezca. De esta manera, la Libertad continua su ruta hacia delante y, entrando al instante posterior al que fuera pintada por Delacroix, es asesinada.

El espectador asiste perplejo a la escena. De un lado, porque un cuadro (que, en su condición de pintura, debería permanecer detenido) se encuentra en movimiento, lo que de inmediato hipnotiza, produce ese encanto que despierta el artificio y la atención se fija descubrir el truco, los detalles del milagro. De otro, porque si Delacroix sabe pintar, Lucas ha sabido copiarlo.

El tiempo se disloca entre el instante y el devenir: el arte de pintar se mezcla con el arte del teatro, a través de un tercer arte: el registro del video. Así, no sólo es un cuadro aconteciendo, sino que es un acontecimiento repetido: termina para volver a empezar, mostrando, con esto, esa naturaleza del video, el digital, el que puede volver a empezar ad infinitum, sin desgastar ¿qué? ¿Su información? ¿Su proyector? ¿Su materia?

De esta manera, y como en toda obra de arte, esa naturaleza del medio no se da como algo ajeno, sino que conforma la obra misma: y, así como la duración del óleo no es gratuita en la tela Delacroix (concordaremos en que “La Libertad guiando al pueblo” no podría ser una acuarela), el video (y su miles de veces) tampoco es casual es en la obra de Lucas.

La liberté raisoneé de Lucas, al repetirse, comparte el “re” con su tema: la revolución, esa vuelta y re-vuelta sobre el orden del mundo, ese reordenar los mapas (como futuro) y reordenar la historia (como pasado). Ese “re” que indica que sólo se levantó para caer nuevamente, pero también que sólo se cayó para volver a levantarse.

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Más adelante, en el mismo galpón, está instalada una obra de Fernando Bryce consistente en dibujos, copias de páginas de periódicos posteriores a la Revolución Cubana, con diferentes noticias sobre tal revolución o sobre hechos relacionados a ella. Y copias frente a las cuales el espectador vuelve a quedar perplejo, sin embargo, aquí el artificio es otro.

De una parte, está la habilidad del dibujante esos dibujos que, tal como un Klee, son tan ingenuos como solemnes; de otra, está el absurdo de copiar manualmente algo que fue producido de manera mecánica. Y, por último, está la magia tranquila, ya no estruendosa, de que en cada una de esas hojas, letra y dibujo no tengan la menor de las divergencias técnicas, lo que supone una total indiferencia frente a la especificidad de sus categorías, o sencillamente la anulación de cualquier categoría, pues el tipo y el trazo son, en Bryce, una y la misma cosa.

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En la 8º  Bienal do Mercosul, no toma más de unos cuatro minutos ir del la Revolución Francesa (versión Lucas) a la Revolución Cubana (versión Bryce). En la Historia, el asunto llevaría unos ciento cincuenta años, cosa que, al modo de los faraones, tendríamos que legar ese desplazamiento ya no a nuestros hijos sino a nuestros tataranietos, pero siempre con la certeza de que llegarán a un único y mismo punto. En efecto, el devenir entre una revolución y otra, no costaría el menor de los esfuerzos, aun cuando sus esfuerzos hayan sido sobrehumanos.

 

Revolución, Fernando Bryce, 2008

Sin embargo, esto es sólo una imagen retórica, pues ir del Lucas al Bryce no exige desplazamientos, basta cerrar los ojos, para verlas conversar entre ellas, dado que sus temas están habitando el presente, el aquí y el ahora; la Bienal sólo se ha encargado de trazar con un lápiz muy fino la posibilidad de asistir a esa charla.

Entro en los pormenores. Los temas Revolución Francesa/Revolución Cubana, compartiendo la misma especie, están siendo narrados por géneros diferentes, como ya señalé: “video” (resultado de: óleo + teatro) y “tinta china sobre papel acuarela” (resultado de: linotipo + offset). El video (original múltiple venido de un original único) y la tinta (original único venido de un original múltiple) mantienen un diálogo en virtud del asunto, del tema a ser tratado, pues, en todo lo demás, divergen.

No obstante, esa divergencia sólo es aparente. Sólo es superficie. El verdadero encuentro que las dos obras, como tantas otras de la Bienal, están teniendo (aquello que se dicen con el gesto pero no con el relato) se encuentra en la mezcla que han conseguido realizar entre unos géneros o categorías que ya no caben en sus definiciones.

Dibujo, escena, etcétera, impresión, óleo, offset, original, pintura, teatro, texto, tipo, trazo, tridimensional, video; todo el orden del mundo se pierde en el andamiaje de estas obras, porque no podemos establecer a cuál conjunto pertenecería cada una de ellas. Lo que nos lleva a una explosión natural en la forma, en el medio, cuyas características sólo es posible indagar volviendo sobre el tema: la revolución.

En esta ocasión: la francesa y la cubana (pero también la mexicana y la rusa), hijas del proyecto ilustrado del siglo XVIII: La Enciclopedia.

Me explico. Los Enciclopedistas del XVIII intentaron organizar el mundo eliminando cualquier jerarquía, sin que ningún orden fuera establecido de antemano: ni de lo superior a lo inferior (ni de lo que está arriba a aquello que está abajo), ni de lo grande a lo pequeño, ni de lo fuerte a lo débil, para lo cual encontraron una solución inconcebible, irse a un tipo de secuencia que no estuviera dado ni por la naturaleza ni por la tradición, sino por los signos, esto es, por el alfabeto. De esta forma, nada arbitrario (arbitrio) interferiría en la secuencia de las partes, lo que daría la libertad para que cada uno de nosotros pudiera ejercer su propio arbitrio, generar su propio juicio. Lo que, según una primera hipótesis llevaría a: una libertad individual y una fraternidad colectiva.

Una tentativa de belleza inusitada, sin embargo, lo que sucedió fue que una vez la Enciclopedia acabó de dar su mayor fruto: Google, los hombres habían dejado de conversar entre ellos y de tener cualquier posibilidad de grupo: la libertad se convirtió en soledad y la fraternidad en intercambio.

Y esa fragmentación, esa desolación por no ser grupo, por ser uno y no ser todos, está implícita de las más diversas formas en los recorridos de esta 8º Bienal. Otro espíritu ilustrado está presente en la muestra. La voluntad de cambiar el mundo entre todos: el ingenio de Simón Rodríguez y el tesón de San Martin, la valor de Manuela Sáenz y la creatividad de Miranda, la osadía de George Washington y la inteligencia de José Bonifacio Andrada e Silva se pasean por la ciudad y los galpones. Todo lo que ellos hicieron es lo que tendremos que cambiar nosotros, pero son ellos, y no otros, los que van a enseñarnos el cómo.

 

Julia Buenaventura