Luego de ver “Taxi Driver” (1976), película de Martin Scorcese, pienso que el heroísmo se puede llegar a basar en un asesinato “legitimo”. Es decir, que un héroe es quien, en ciertos casos, mata con el aval de la sociedad. Si llega a acabar con la vida de otro que no es considerado un problema, un paria, un traidor, un contrincante, diferente, o peligroso, el futuro del hombre virtuoso es distinto. Es señalado, acusado, escupido, juzgado, acabado, encerrado. Esta delgada línea puede hacer que algún sujeto con sed de matar se convierta en un héroe, como en la película mencionada. En Colombia los Héroes si existen, existen desde hace poco menos de ocho años tras continuas campañas publicitarias y militares. El conflicto justifica la muerte de algunos “parias” por el daño que causan, y la coronación de laureles (anónima y pública) a los asesinos que le hicieron un bien a la sociedad. Si recuerdo bien la película “Notre Musique” (2004), de Jean-Luc Godard, comienza con la siguiente frase: matar un hombre no es matar una idea, matar un hombre es matar un hombre”. Parafraseo, recuerdo y divago esa frase pues algunos héroes no defiende una ideología, simplemente asesinan.
En el Museo del Banco de la República se expone “Historia de Colombia a través de la fotografía 1842-2010”, curada por Malcolm Deas. Se explica en el texto que introduce la exposición que la muestra hace parte de una investigación del proyecto “América Latina en la historia contemporánea”, cuyo objetivo es la publicación de investigaciones de distintos países de la región.
Estas serán, seguramente, muy interesantes, pero en el lugar de exposición se confunde el objetivo del proyecto con la presentación de las fotografías. Todas las fotografías se homogenizaron en técnica y color (son impresiones en blanco y negro), a pesar de corresponder a distintas épocas. Se exponen reproducciones de las fotografías y no sus originales, ya sea por preservación o porque pertenecen a otras colecciones. Es entendible que algunas imágenes, tan frágiles como las historias que congelaron, no se expongan, pero al hacerlas todas iguales se aplana la historia.
El resultado visual que quedó plasmado en un papel, luego de procesos químicos y físicos, no es el único que atestigua algunos hechos, su soporte y técnica también lo hacen. La técnica produce que la imagen tenga cierto resultado, poca definición, poca profundidad de campo, y el soporte hace que sea frágil. Estos factores son importantes para ver la fotografía como documento histórico. Mucho se pierde cuando se digitaliza, se limpia, se imprime y se enmarca. Me pueden tildar de purista, pero hubiera sido interesante ver alguna que otra imagen “original” (lo cual es contradictorio, pues la fotografía elimina esa idea) y no su digitalización.
Algunas fotografías fueron sacadas de medios impresos, lo que se evidencia con la trama que tienen. Creo que haber expuesto el periódico o revista, de donde proviene la fotografía, hubiera sido más interesante para el espectador .Haber visto la noticia completa, u otras noticias cercanas, sería interesante, para entender que otras cosas estaban pasando (por fuera del marco teórico de la exposición). Se confunde el objetivo del proyecto con la presentación de las fotografías porque la muestra parece una publicación, como si las imágenes pertenecieran todas a un libro, y no a esa experiencia de ver una imagen “única” por técnica, soporte y paso del tiempo en una exposición.
A pesar de esto, hay unas imágenes interesantes, cada quien que visite la exposición tendrá sus favoritas. La que más llamó mi atención fue la de los asesinos de Rafael Uribe Uribe: Leovigildo Galarza y Jesús Carvajal. Los hombres que veía en la foto (aún cuando estaba colgada muy arriba para poder detallarla) asesinaron al jefe del partido liberal a hachazos en el cráneo .Hacha que alguna vez vi en el Museo Nacional, lugar donde fueron recluidos los criminales cuando funcionaba como panóptico. Los dos hombre de sombrero, uno con saco otro con ruana, parecen tranquilos. Los custodia un guardia flaco de orejas prominentes, y atrás se encuentra otro policía mirando la escena (como el personaje del fondo en el cuadro de Las Meninas de Velázquez). Los tres miran hacia la cámara, aunque en el caso del hombre de ruana existan dudas, por las sombras que tiene en los ojos.
Leovigildo Galarza y Jesús Carvajal abrieron el cráneo de un hombre acabndo con su humanidad, sacrifico necesario para despilfarrar en el piso sangriento sus ideas políticas. Me acordaba esta fotografía al retrato de Lewis Payne que Roland Barthes menciona en su libro “La Cámara Lucida”. El retratado, según cuenta el autor, fue condenado a la horca al intentar asesinar al secretario de Estado estadounidense en 1865. Esta imagen sirvió al teórico para hablar sobre el studium de la fotografía, término que él acoge para hablar de la noción del tiempo del objeto o sujeto fotografiado: “Yo leo al mismo tiempo: esto será y esto ha sido; observo horrorizado un futuro anterior en el que lo que ventila es la muerte (…) La fotografía me expresa la muerte en futuro”. Dice el francés que la fotografía es bella y “el muchacho también”. La idea del criminal retratado fue la que me hizo pensar en esta relación, aún cuando yo no sabía “el será” de Galarza y Carvajal después de la fotografía.
Investigando un poco más sobre este crimen, y sobre estos personajes que probablemente Barthes no hubiera encontrado bellos, encontré dos fuentes interesantes en la Revista Credencial y en la biblioteca virtual de la Luis Ángel Arango, y concluí que la pose de tranquilidad se podía deber a la impunidad. Marco Tulio Anzola Samper escribió un libro llamado ¿Quiénes son?, buscando esclarecer los hechos del asesinato y las irregularidades del juicio. Decía este autor que los dos retratados no eran los autores intelectuales sino dos sicarios que fueron bien pagos, y que otras personas “prestantes” de la sociedad, como dirigentes conservadores y algunos curas jesuitas, organizaron el atentado. Sin embargo, el juez, tras varias irregularidades expuestas por Tulio Anzola, no encontró más culpables, y los asesinos fueron “condenados a veinte años de presidio, privación de los derechos políticos, y a pagar ochenta mil pesos oro y los gastos procesales”. Estos personajes no pasaron a la historia bajo la figura del héroe por su brutal asesinato y a Rafael Uribe Uribe se le hizo un monumento en el Parque Nacional en 1940, pocas cuadras al sur de una universidad dirigida por Jesuitas, donde todos los domingos se congregan personas para hacer deporte.
Otra fotografía, esta si de héroes asesinos, muestra momentos después de la muerte de Pablo Escobar. Ya no es el “esto será y esto ha sido” de Barthes, solamente es: lo fue. Ese fue Pablo Escobar, ahora despilfarrado muerto en un techo, con 6 policías, 5 armados. Esta fotografía fue escogida para la exposición entre otras que circulan sobre este hecho. Se puede decir con cinismo que es la más correcta, aún cuando una persona este sonriendo a la cámara.
En otra, si menos correcta, posan ocho policías sonrientes y joviales junto al cuerpo sin vida, con cara ensangrentada y panza limpia; de lo que fue “el patrón”. La felicidad del asesinato se debe a todo el mal que generó ese cuerpo en vida, aunque para otros fuera un Robín Hood criollo.
En Colombia, como en muchos otros países, se genera tranquilidad, gozo, alegría, satisfacción, entusiasmo, y positivismo cuando se muestran los cuerpos y caras estallados del enemigo bajo los pies de los héroes ajusticiadores. De esos prohombres que arriesgan su vida intentando acabar otra.
En la exposición se presentan imágenes impactantes, de Armero y la toma del Palacio de Justicia, por ejemplo. Pero, aunque ésta cubre desde 1840 hasta 2010, no incluye otras recientes que hablan de la Colombia de hoy, que ayudarían a entender esta sociedad. Fotografías que no han sido decantadas por el tiempo. Probablemente serán expuestas en una “Historia de Colombia en fotografía 1842-2030”.
Andrés Pardo
1 comentario
Es una oportunidad para abordar la exposición como una Ucronia alrededor de una historia local de la Infamia…Hace un par de años hubo un concurso para «recrear» la historia de Bogotá. Se llamó Bogotá Paralela. Allí traté de internarme en los ojos de los artesanos-asesinos de Uribe Uribe…