Sobre el aeropuerto El Dorado

Lo van a tirar. Y con él, un afecto aeronáutico que es patrimonio nacional; así muchos no lo sepan o no puedan explicarlo. Cuando lo tiren quedará un halo similar al que dejó en los norteamericanos la desaparición de la estación ferroviaria Pennsylvania Station; ofensa sentimental que les sirvió para mantener el terminal aéreo de TWA, así sea vacío. Aunque ya sin ferrocarril, en Colombia, el patrimonio anímico de los que alguna vez viajaron en tren, está por lo pronto a salvo; como lo está el de quienes todavía disfrutan la presencia del aeropuerto Olaya Herrera. La mayoría de las estaciones de tren, son escasamente estaciones. No sirven para nada, tal como una estatua en la mitad de un separador no sirve para nada…

Lo van a tirar. Y con él, un afecto aeronáutico que es patrimonio nacional; así muchos no lo sepan o no puedan explicarlo. Cuando lo tiren quedará un halo similar al que dejó en los norteamericanos la desaparición de la estación ferroviaria Pennsylvania Station; ofensa sentimental que les sirvió para mantener el terminal aéreo de TWA, así sea vacío. Aunque ya sin ferrocarril, en Colombia, el patrimonio anímico de los que alguna vez viajaron en tren, está por lo pronto a salvo; como lo está el de quienes todavía disfrutan la presencia del aeropuerto Olaya Herrera.[1]

La mayoría de las estaciones de tren, son escasamente estaciones. No sirven para nada, tal como una estatua en la mitad de un separador no sirve para nada. Aunque a algunos niños, por ejemplo, les sirve para saber cómo era la vida de sus papás cuando se podía viajar en tren a Girardot o Santa Marta; un pretexto para saber, además, que esto dejó de pasar antes de los centros comerciales y Transmilenio; cuando el cine o las busetas no habían superado el techo de los tres pesos.

Hay iglesias, en Europa, convertidas en salas de conciertos o apartamentos. También hay palacios que alojaron tiranos y hoy son museos o lugares de ocio. A la sala principal y la torre de control de El Dorado les puede estar esperando una sucursal de Maloka, una plazoleta de comidas o la Terminal de puente aéreo al Putumayo De momento sólo la van a tirar. Una vez se haga, bastarán sesenta o setenta años y habrá desaparecido de la memoria de todo el que la conoció. Esto si no existieran la oralidad, las reproducciones y la escritura; las mismas que conservan las memorias cada vez más diluidas del 9 de abril y algunos de sus emblemas más renombrados como el Hotel Granada o el Claustro de Santo Domingo.

Desaparecidos los poseedores de estos emblemas, la desaparición de El Dorado parecería destinada a servir como renacer para las nuevas generaciones que ahora tendrán algo propio de qué dolerse.

Que el edificio lo hizo una gran firma de arquitectura, que es un símbolo de la modernidad y un ejemplo de rigor y economía constructiva, que es un espacio memorable, que está en perfecto estado, y que arrastra un sabor tan auténtico de una época, como todas las selecciones de fútbol o todas las arepas de Colombia arrastran el espíritu nacional; todo esto, también.

Juan Luis Rodríguez

Bogotá, septiembre 26 de 2008

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[1] Patrimonio anímico es un término “técnico”, y motivante, utilizado por Antoni González en la biblioteca Luis Ángel Arango, el 25 de septiembre de 2008, en la celebración de los 30 años del Instituto de investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional. Este breve llamado a pensar sobre la ya autorizada demolición de El Dorado, responde a la potencia contagiosa de la exhortación de González, y a las no menos contagiosas arengas de Beatriz García.

La crítica como cosa pública

ESTIMADOS COLEGAS Y AMIGOS:

Dos artículos publicados recientemente muestran interesantes facetas de la manera como se enfrenta hoy en día la discusión sobre temas arquitectónicos. El primero, es un artículo de Germán Téllez Castañeda, publicado hace unas semanas en El Espectador. En él se cuestionan condiciones de calidad de proyectos y construcciones internacionales contemporáneas.

El segundo artículo fue publicado en la sección de arquitectura de la Revista Semana (edición 1377), bajo el enigmático título “Vida después de Salmona”. Los dos artículos se diferencian radicalmente en sus enfoques, y en esta carta no entraremos a analizar sus diferencias. Sin embargo hay coincidencias en la manera de aproximarse al tema: Germán Téllez introduce su escrito describiendo la sorpresa de encontrar información sobre el debate arquitectónico actual en una revista de línea aérea, donde el interés publicitario y comercial es el criterio principal de selección editorial. En la revista Semana el artículo se encuentra inmerso en una densa maraña de escritos especulativos sobre las condiciones sociales, judiciales y políticas de la actualidad nacional. Los dos artículos – de muy diferente calidad en su escritura – dan cuenta de la curiosa eventualidad de los medios en los cuales se presenta la información sobre la actualidad de nuestra profesión. En principio, no podemos afirmar que estos sean escritos con visión crítica sobre la arquitectura – pero sí – que la arquitectura está entrando en una especie de “umbral de la moda” que le otorga la posibilidad de ser inserta en publicaciones no especializadas, de tiraje masivo. Esta condición nos genera preguntas:

¿Por qué el inusitado interés de los medios de hablar hoy de arquitectura?
¿Por qué la crítica arquitectónica está tomando rango de cosa pública?

La respuesta a estas preguntas demanda mas espacio del que me propongo utilizar aquí. Sin embargo creo pertinente enfatizar que en el ambiente – de legos y profanos – se están alzando voces que demandan aclarar el panorama de la crítica de la arquitectura actual colombiana.

La actividad del ejercicio de la crítica actual en arquitectura –en nuestro país y en el continente – es importante desde donde se le mire. Por eso leer la discusión que circula en el Internet, en el lugar de “Esfera pública” ha producido un ambiente apropiado para reflexionar y opinar en torno al tema.

Es necesario reconocer que hoy hay un huracán conceptual engendrado en las tibias corrientes de la indiferencia de un gremio que cada día tiene menos cohesión y representatividad. Esas falencias han sido transmutadas – por arte de ilusionistas – en el argumento contemporáneo de la necesidad urgente de posicionamiento y figuración.

Esta condición se evidencia en la asimilación de la arquitectura a la producción de objetos de marca; a la espectacularidad irresponsable que deviene de enfatizar vacuos contrastes. El problema del afán de posicionamiento y figuración –en nuestro medio – se concentra en la reproducción fragmentaria y selectiva de imágenes, reconocibles en el ámbito de las apariencias publicitarias, de las veleidosas novedades arquitectónicas. Es en el camino de la reproducción plástica de ecos visuales globales, donde ha quedado atrapada la arquitectura en incómodas contorsiones plásticas. El resultado son objetos extraños: no arte, no arquitectura, mucho menos ciudad. ¡Eso sí! algunos de ellos registran bien en las fotografías.

Hoy no hay duda de la contundencia de la imagen. Y es que la imagen, como atributo de todo lo construido, es una cualidad general, comparable, imitable, que no transmite información específica sobre la calidad de la obra de arquitectura; tampoco da cuenta – en la realidad – de la dimensión social y el compromiso cultural profundo que caracteriza a la arquitectura. La imagen – si nos proponemos citar sus cualidades – es posible de editar, contrastar, recortar, y finalmente, difundir a través de amplias redes publicitarias.

Por esa razón, la crítica responsable no puede tener como fundamento las colecciones aleatorias de imágenes de obras arquitectónicas. La arquitectura es un hecho construido, que permite experiencias, donde – más allá de su apariencia física – expresa la inquebrantable vitalidad de la cultura.

De manera similar, no se puede asumir que un juicio ambiguo y confuso –que otorga un premio casual – pueda servir de argumento para considerar que una obra de dudosa calidad pueda transformarse – por avatares mediáticos – en paradigma de la labor profesional de la arquitectura colombiana.

¿Acaso es mérito de la arquitectura construir deficientes edificios convencionales recubiertos de endeble utilería?

Aprovechemos que la tormenta de opiniones y señalamientos está alejando – por el momento – la nube de apatía tradicional del gremio. Propongámonos concurrir en una discusión formativa sobre los juicios de valor aplicables a la formulación de la crítica seria. Es esta una invitación a abandonar el incomodo recinto de la polémica acalorada, para pasar a formular criterios, establecer mecanismos de análisis, para finalmente aproximarnos a establecer (hay ya notables antecedentes) canales posibles de crítica arquitectónica responsable.

Cordialmente,

Jorge Ramírez Nieto