Como figura retórica la anáfora es una estrategia expresiva que hace uso de la repetición de una sola o de toda una serie de palabras con una finalidad comunicativa cualquiera. Anáforas conocidas por la mayoría son las repeticiones de castigos muy utilizadas por ciertxs artistas traumatizadxs por un sistema educativo y que basan la materia de sus obras en usos del lenguaje; las anáforas son popularmente conocidas en el argot del arte contemporáneo, desde Baldessari, como “arte aburrido” y hasta aparecen incluidas en los créditos iniciales de una serie americana de humor ideológico amarillista, profundamente criticable y que posiblemente ha dejado más lisiados cerebrales que la propia inquisición.
Víctima de la caligrafía como sistema disciplinario en mi caso me propuse lo propio. Así digamos que he investigado el fenómeno desde la primera hasta la tercera persona y sobre todo últimamente, en lo que un colega investigador de la misma línea me dice podría ser efecto del fenómeno de Baader-Meinhof, me ha venido inquietando cada vez más el encuentro frecuente del uso y del abuso del tropo retórico en cuestión dentro de nuestra agitada sociedad actual.
Como vengo repitiendo desde hace una década fragmentos de lenguaje, en cualquier momento recaigo en la práctica y por ejemplo, dentro de un poemita bobo escrito aproximadamente en 2014 y que leí una vez amplificado dentro desde una ducha, hablando sobre Bogotá anaforizaba la palabra “LADRILLOS”. Tiempo después, digamos dos años después, me di cuenta que se podía escribir una pared usando esa palabra y me puse en la tarea y así, mientras desde el norte nos amenazaban con construirnos un muro en la frontera con México, yo erguía minúsculo pero en altas, un pequeño muro de poesía concreta de la palabra LADRILLOS, una arquitectura verbal escrita sobre fichas bibliográficas color rosa.
Mi pequeño muro de poesía concreta de la palabra LADRILLOS resultó ciertamente popular entre nuestro introspecto circuito creativo tanto por la instantaneidad de las redes sociales, como por alguna entrevista para blogs de poesía marginal y sobre todo por la impecable publicación de un tiraje limitado de una serie de postales de LADRILLOS por Jardín Publicaciones; pero, más principalmente por el clima de totalitarismo desgraciado que desde 2016 amenazaba el continente. Ese mismo año fui invitado por una exclusiva galería privada a una más exclusiva colectiva privada en el cual performé durante la inauguración y algunos días adicionales la acción poética mecanográfica amplificada de construcción del muro para ese selecto público de asistentes jóvenes y frescos que no se tragan los ladrillos exhibitivos del arte contemporáneo comandado por paquidermos institucionales.
Pero como el arte es lo menos importante en términos de distribución de algún contenido, es la publicidad quien ahora mismo llama mi atención. La publicidad y la ideología que ella moviliza por dentro y que llega a nuestros ojos y oídos en voces del entretenimiento (por citar una de las más vulgares) como la de Katy Perry (quien no obstante que la amo me rompe el corazón), o en las más que francas estrategias de comunicación en general usadas hoy en día por ambiciosos emprendedores e incluso por marcas ya establecidas.
Para no ser gráfico, cosa que últimamente irrita, quisiera terminar diciendo que hoy leo y veo el uso de la anáfora absolutamente (casi absolutistamente) exhausto. Pareciera ser el único recurso en retórica que el sistema ideológico que nos circunda sabe utilizar y que sabe efectivamente enseñarnos. De repente sea por la tonta sencillez de factura en lo digital, por su fácil reproducción y su posibilidad de reutilización, su formalidad. No lo sé. En el fondo me parece que lo más simple es lo que cuenta, y es que tanto los unos como los otros quieren convencernos de algo a como de lugar.
Entretanto me resulta escandaloso que el arte de la portada de The Life of Pablo de Kanye West (2016) y el discurso de Ernesto Macías en la posesión del tontarrón de Iván Duque (2018) compartan cualidades.
Andrés Felipe Uribe