Revisión

La redacción profesional de la historia del arte contemporáneo en Colombia posee facetas bastante desiguales. O se trata de investigaciones improvisadas en Maestrías de año y medio. O se la conmina exclusivamente a la década de 1960. O la hacen personas que se comprometen con un tema, experimentan metodologías y publican textos o proponen curadurías imprescindibles. Como esta, que, además, evita el combo 60% marco teórico-39% entrevistas-1% hipótesis…

turizo

Gustavo Turizo, de la serie Seis grados de separación, pintura utilizada como portada del libro Locas de felicidad, de John Better. Touched for the very first time, Gustavo Turizo 1962 – 2002, curaduría La Usurpadora y Marco Mojica. Espacio Odeón, 28 de abril – 26 de mayo, Bogotá. Sí, la imagen es muy bonita (sale como ilustración de muchos artículos, como por ejemplo).

La redacción profesional de la historia del arte contemporáneo en Colombia posee facetas bastante desiguales. O se trata de investigaciones improvisadas en Maestrías de año y medio. O se la conmina exclusivamente a la década de 1960. O la hacen personas que se comprometen con un tema, experimentan metodologías y publican textos o proponen curadurías imprescindibles. Como esta, que, además, evita el combo 60% marco teórico-39% entrevistas-1% hipótesis.

Touched for the very first time, Gustavo Turizo 1962–2002, relocaliza a este artista en clave política. Pero, para limitar desde ya el optimismo, no lo postula como activista enfervorecido, sino como analista del efecto de cierto tipo de presencia física en un contexto social inherentemente homófobo. Así, reúne grandes éxitos con muestras de activismo y colaboraciones, para mejorar el canon lanzado por Jaime Cerón en una de sus últimas curadurías. María Isabel Rueda, Mario Llanos y Marco Mojica, analizaron el trabajo de Turizo para fortalecer su presencia entre la genealogía planteada por Cerón, afianzándolo mejor entre la autocomplacencia-grabados-populares de Álvaro Barrios y la ironía meticulosa del propio Mojica. Al mismo tiempo, responden sobre el modo en que se dinamizó la producción artística de la ciudad de Barranquilla durante la década de 1990; mientras revelan los procedimientos que planteó Turizo para discutir sobre el contexto donde se movía.

Comienzan, como debe ser, con una declaración de principios. Traduciendo el hecho de que Turizo era un refinado promotor de su propia cultura, no dudaron en cruzar el autorretrato Loser (2001), con las instalaciones Marica el último (1995) y Las mujeres más bellas del mundo son hombres (1995), para evidenciar su aguda comprensión del valor de oportunidad que le representaba aparecer en público. Aun en una época tan avanzada como aquella, los temas que tocaba el artista constituían un tabú. Y la parafernalia que construyó le sirvió también como rasgo identitario, programa iconográfico y afirmación ciudadana. Por esto, no hay que descuidar el hecho de que esta muestra posea además banda sonora. Junto a la omnipresencia de Madonna –patrona de esta comunidad–, las otras melodías que circundan la muestra proceden del audio que hay en la proyección del último piso. A medida que se suben las escaleras, suena aquel Manú Chau a punto de echarse a perder como hippy o la Alejandra Guzmán pre-cirugías y los sonidos sobresaltan la contemplación de las pinturas que aparecerán poco después. En realidad, se trata de la entrañable Rita va al supermercado. Un homenaje al cine que se hacía por la época, al tiempo que recuerda que Turizo cumplió con labores de profesional en vía de extinción. En esa película, el artista participó como director de arte y se responsabilizó de hacerlo bien para, y aquí la reiteración se hace obvia, convertir cada escena en un punto a favor su causa. Activismo gay del mejor, producido antes de que la televisión local se encargara de destruir la idea de que un producto audiovisual podía ser algo digno.

En la sección final se muestran pinturas organizadas por grupos, mesas con fotografías sociales, fanzines y álbumes recopilados por el artista. Obras dominadas por una potente pintura de 1990, donde un cocodrilo devora a un hombre joven desnudo que escribe acostado, mientras tres imágenes de Pinocho se imponen en el primer plano de la obra. Que son observadas por la pieza circular montada en la parte superior de la pared y donde se lee en letras de molde y mayúscula sostenida: “OBJECTS IN THE MIRROR ARE CLOSER THAN THEIR APPEAR”. Que mantienen continuidad con la pintura puesta delante de una lámpara infantil, desenmarcada y donde un Turizo niño de ojos enormes, pantalón corto y botas militares permanece sentado delante de una escalera por la que asciende una persona desnuda mal pintada. Que se organizan alrededor de piezas que elaboró cuidadosamente el artista sobre tela estampada. Que fueron montadas para saltar de una en otra y gastar tiempo leyendo descripciones que bien podrían terminar publicadas en avisos de citas gay. Que sirven para demostrar que esta es una exposición apoyada en algo más que la nostalgia reciente, la reliquia desempolvada, la indagación impertinente, la colección institucional recuperada o el exhibicionismo académico del investigador. Que consolida los métodos de indagación ensayados por los miembros de La Usurpadora. Que es una alternativa en práctica frente a los penosos modos de hacer historia del arte que tan mal se enseñan en nuestro país.

 

 

–Guillermo Vanegas