Mouffe hace una distinción entre «lo político», que ella localiza en la dimensión de antagonismo que puede emerger en cualquier situación humana, y «política», que define como el conjunto de discursos y prácticas que contribuyen a reproducir un cierto orden. Mouffe afirma que «La política es siempre acerca del establecimiento, la reproducción o la deconstrucción de una hegemonía, la cual está siempre en relación con un orden potencialmente contra-hegemónico.
Dado que la dimensión de «lo político» está siempre presente, nunca se puede tener una hegemonía completa, absoluta e inclusiva. En ese contexto, las prácticas artísticas y culturales son absolutamente centrales como uno de los niveles en donde las identificaciones y las formas de identidad son construidas. Uno no puede hacer una distinción entre arte político y no-político, pues toda forma de práctica artística contribuye a la reproducción del sentido común dado -y en ese sentido es política- o contribuye a la decontrucción o crítica de ello. Toda forma de arte tiene una dimensión política».
Desde el punto de vista de Mouffe, que yo comparto, el arte que ayuda a mantener el statu quo es aquel que mantiene la supuesta autonomía del arte y del artista respecto a la realidad en que vive. Por eso me referí al Minimalismo en relación con las reivindicaciones feministas: insistiendo sobre un arte que respondía tan sólo a cuestiones relacionadas con el fenómeno plástico, estos artistas renunciaron a tocar, desde su obra, cuestiones urgentes en el campo de la cultura en su momento. Esta renuncia es una toma de posición, consciente o inconsciente.
La entrevista a Chantal Mouffe, en la que se refiere al trabajo de Hans Haacke sobre el Reichstag en Berlín, fue realizada para la revista Grey Room, con el título «Todo arte tiene una dimensión política»
http://www.mitpressjournals.org/doi/pdf/10.1162/152638101750173019?cookieSet=1
Se han dado casos en que el estado apoya el arte crítico como forma de demostrar su tolerancia (Cuba ha sido un ejemplo de esto). Pero no creo que sea el caso del actual sistema que estructura los salones, pues las propuestas curatoriales son tan diversas y corresponden a procesos tan diferentes en cada región, que sospechar que el Ministerio de Cultura intenta incluir a los artistas críticos como una forma de evidenciar su pluralismo es poco menos que paranoico. En este salón hay tanto obras complacientes como críticas, por lo tanto no creo que, como afirmas, el estado haya elegido en este salón «un arte que lo critica pero que aumenta su reputación de tolerancia ante la crítica»; se trató de un proceso en el cual los curadores hicieron la selección que les interesó sin más presiones que las del corto tiempo y recursos. Pero no soy yo quien debe defender el Salón, puesto que no soy ni organizador ni participante. Esta labor le corresponde a los curadores y gestores que hasta ahora, como sucede a menudo, han mantenido prudente silencio.
¿Puede el arte hacer mella en las políticas de estado? A veces sí, como en el caso del expresionismo en la época Nazi: el cierre de la Bauhaus en el 33 y la exposición «Arte Degenerado» en el 37 son claros ejemplos de políticas de estado que responden a un movimiento artístico. Hay muchos casos similares en la historia lejana y reciente. En cuanto a si un arte cuestionador beneficia al estado al confirmar su tolerancia a la crítica, baste ver los múltiples casos de censura en la historia de la relación arte-estado para evidenciar que arte crítico y Estado casi nunca van de la mano.
Podría argumentarse que hoy en día el margen de agencia del arte en la sociedad es reducido y su ámbito de influencia también (sobre todo en una sociedad con grandes carencias y urgencias como la nuestra), y que en consecuencia, las posibilidades de ejercer una labor crítica «efectiva» son limitadas. Pero el argumento anterior presupone una instrumentalización de la actividad artística, la cual vendría a ser juzgada en función de su eficiencia política, cuando se trata de un proceso individual de toma de posición, que en el mejor de los casos logra una dimensión colectiva. Es evidente que ciertas obras pueden tener un efecto en la generación de una conciencia sobre un problema, una situación un hecho. Y aún si este proceso de identificación o de rechazo se da al nivel individual y no alcanza a crear una conciencia colectiva, ya ha cumplido un cometido: interpelar a un espectador, así sea a un único individuo. Esto, desde la perspectiva de la recepción de la obra de arte. Desde el punto de vista de la producción, cada artista tiene motivaciones precisas que lo impelen a realizar una obra, «social» o no. Es su prerogativa, así como es la prerrogativa del espectador sentirse interpelado por una obra que le habla sólo de sí misma, o por una obra que toca aspectos fuera de ella por los que ese hipotético espectador pueda sentir una afinidad intelectual o emocional. Hablas críticamente de un «arte social comprometido». Pero todo arte está incluso en lo social. La distinción que estableces implicaría un arte fuera de la esfera de lo social: ¿Cuál es ese arte? Pues aún la obra que tiene como cometido expreso insertarse en un circuito comercial, cumple un rol bastante codificado en la sociedad de consumo. Ese es precisamente el punto de Mouffe.
En todas tus participaciones en Esfera Pública construyes un edificio intelectual contundente, evitando siempre dar ejemplos. Pero en realidad sería importante saber cual es el arte que consideras que se mueve fuera del «arte social», y quienes crees que en Colombia hacen un arte que no cae en esta categoría que siempre has considerado oportunista. Es bueno moverse en el terreno de las ideas, pero tambien lo es anclarlas en situaciones precisas. En cuanto al mercado, sabemos que no tiene corazón (ni cerebro): simplemente sigue de manera implacable la oferta y la demanda, independientemente de los contenidos sociales o políticos de la obra, y por supesto, sin consideracones éticas respecto a su accionar.
Jose Roca