Estimado Carlos Alberto,
Esa pregunta ya me la había hecho José Ignacio en las conferencias sobre «El Fin de la Pintura» en mayo pasado y por alguna razón nos fuimos por otro lado . Es una pregunta que para mi tiene un cierto matiz emocional pero conociendo la seriedad de José Ignacio y su gran flexibilidad a ideas que como las mías a veces no son las suyas, no creo que estuviera intentando desviar la discusión hacia el terreno sentimental de la envidia parroquial de los pintores hacia los artistas sociales puesto que esa sería una manera demagógica y casi quinceañera de terminar de una vez con el debate que no es típica en él. José Ignacio sabe, puesto que lo hablamos muchas veces, que el debate sobre el arte social no es un debate tanto desde la pintura como desde la política y sobre todo, no me cansaré de decirlo, desde la ética.
Respuesta:
El arte socialmente comprometido no está accediendo por fin al mercado. Ya había accedido a él desde finales de los años 60 y la crítica a éste ya es patente en artistas como el inefable Ian Burn, quien viendo su falta de coherencia política, su sumisión al mercado contra el que había nacido y contra el que había dirigido toda su guerra conceptual y observando proféticamente, ya en esa época, que el punto de llegada y objetivo de la obra de arte no era el proletariado sino el museo, (el destino entrópico y Mar de la Tranquilidad institucional del arte social desde hace más de 30 años, destino que no habla muy en favor de sus objetivos iniciales) decide abandonar el circuito neoyorkino y dedicarse al trabajo con el Sindicato Australiano de Trabajadores y así intentar dar una dimensión cultural a los objetos no alienados por la plusvalía que los trabajadores producían.
También y ya en 1970 encontramos en la «Teoría Estética» de Adorno una crítica por demás implacable al arte comprometido; allí Adorno dice, como previendo el envalentonamiento oportunista del arte «político» conceptual de los años subsiguientes, que «el arte comprometido no es la mayoría de las veces más que falta de talento, de adaptación, y en cualquier evento un debilitamiento de la fuerza subjetiva que impulsivamente transforma en contenido social» (Aesthetic Theory. 355f)) Esto no deja de ser patente en Colombia donde desde el último representante de la mediocre bohemia artística hasta la esposa del diplomático derechista y el pintor nacional resultaron montados en el tren del arte social cuando vieron que era más rentable y más susceptible de ser considerado por el «curador- explorador», el nuevo Livingstone, en una especia de -¡ Mami, mírame, yo también hago arte comprometido!
Adorno nos puede ilustrar sobre de donde sale la pésima calidad de éste tipo de arte en nuestro medio, que es más opinión con mucho ruido que arte político. ¿Cómo pretende un artista o un curador hacer e impulsar el arte político si ni siquiera tiene una cultura política e histórica y solo opiniones?¿Dónde está el Peter Halley que pueda articular algo más que monosílabos dignos de Toro el amigo del Llanero Solitario? (Bush malo, Plan Colombia malo, imperialismo malo, TLC malo, bomba mala, coca buena, desplazado bueno, identidad perdida, memoria salva, artista sufre) en un país donde como dice Restrepo, la realidad social es un poquito más compleja y merece un análisis menos autoindulgente? ¿Cual es el artista social que por éste medio nos ha omnubilado con sus conceptos políticos y no con sus rabietas venezolanas sobre el tema? Jaime (Cerón) da por sentado que el artista de hoy maneja una «agenda política» (término republicano por cierto) pero, cuál es exactamente esa agenda? Estamos esperando…Como dice Lucas, ahí está para todos Esferapública…no puede ser que un «bruto como un pintor», irresponsable y frívolo sea el más preocupado con el tema de la fenomenología política de la cultura y no los directos beneficiarios.
Un saludo.
Carlos Salazar