Reseña del libro «Retratos en blanco y afro»

Retratos en Blanco y afro propone un recorrido minucioso a través de la obra de Liliana Angulo durante 20 años de producción, un “viaje sin mapa” que se dibuja a partir tanto de la obra de la artista como del recorrido por la historia de las imágenes que han representado y construido el imaginario de lo qué es un negro o una negra en Colombia. Sol Astrid Giraldo bebe de diferentes fuentes teóricas para desentramar los hilos culturales que se abordan en la obra de Angulo o mejor, trenza una diversidad de teorías que permiten pensar la complejidad de la obra de Liliana: feminismo, teoría decolonial, estudios de cultura visual, historia de Colombia, crítica e historia del arte conversan en el libro y construyen el suelo argumentativo. La ruta es cronológica en dos sentidos:

Por un lado nos invita a una lectura de la obra de Liliana en la que primero nos presenta a una Liliana joven que desde que estudiaba artes en la Universidad Nacional se preguntaba por la manera en la que la imagen había fungido como constructora de estereotipos sobre lo negro y finaliza con la obra “Hairdo” Performance que la artista realiza con la colaboración de Sydney Stoudmire el Domingo, 18 de agosto de 2013 en la ciudad de Chicago. En este sentido Sol Astrid propone unas etapas en la obra de Liliana que tienen que ver con maneras distintas, aunque complementarias, de posicionarse estética y políticamente frente al tema de lo afro. La primera etapa correspondería a una actitud iconoclasta que “mira la mirada” para deconstruir las imágenes racistas que han circulado históricamente en el país, esta etapa correspondería con un trabajo en el que Liliana trabaja de manera individual en su producción artística y en la que en buena medida su propio cuerpo aparece dentro de la obra. La segunda etapa es más asertiva, en términos de la autora: crea lazos comunitarios, miradas afirmativas sobre la corporalidad negra y sobre la herencia del legado de resistencia que las comunidades negras nos han aportado.

Por otro lado y ahondando en las representaciones que han construido el imaginario de lo negro en Colombia, imágenes que Liliana se ha dedicado también a estudiar, a roer y a dinamitar desde la ironía, Sol Astrid nos presenta un recorrido crítico por las imágenes que han representado a los negros desde el arte barroco-colonial hasta la actualidad. Así, nos presenta una de las primeras imágenes de una mujer negra en este territorio: una pieza de pesebre colonial en el que, a la manera de las pinturas de castas, a cada quien se le retrata en el lugar social en el que se suponía debía habitar debido a su pertenencia étnica de tal modo que los hombres negros aparecen como trabajadores, descalzos, con frutas en las cabezas y desposeídos, a excepción de Melchor el rey mago negro. La mujer negra es en cambio más difícil de encontrar, su lugar simbólico es doblemente negado puesto que la imagen de la mujer supone una mujer blanca o mestiza, mientras que para la imagen de lo negro, la figura paradigmática es el hombre negro. La autora, sin embargo, busca más allá de la pintura colonial para presentarnos una imagen de la única mujer del pesebre, tal vez la primera imagen de una mujer negra en el barroco neogranadina. Así la describe Sol Astrid: “es una bailarina con una expresión corporal desinhibida y una manera de vestir que nunca hubiera ostentado una dama criolla o blanca, y con una sensualidad que no se le atribuía ni a éstas, ni a las indígenas” (P. 51).

Un aspecto que encuentro especialmente relevante en esta lectura histórica sobre la representaciones visuales de los negros en Colombia, es que Sol Astrid se deshace de esa lectura aparentemente ingenua, pero dolorosamente nociva del multiculturalismo liberal: una celebración de la inclusión de aquellos sin parte, en este caso, en el mundo de la representación visual.

¿La imagen es democrática si en ella se incluyen personas negras o indígenas? ¿Toda representación de una mujer negra es ya feminista y decolonial? ¿Qué hace una imagen cuando representa a una persona perteneciente a un grupo que históricamente ha sido invisibilizado? ¿Cómo funcionan las relaciones de poder entre sujeto/objeto de la mirada? La autora ya se había enfrentado a este tipo de cuestionamientos cuando en su libro “Cuerpo de mujer: modelo para armar” interpretaba la obra de Ana Mercedes Hoyos, artista frecuentemente celebrada por visibilizar a las mujeres palenqueras en su pintura. Sol Astrid interroga la obra no solo por el tema sobre el que trabaja sino por la manera en la que el tema es abordado. El ensayo visual es una de las herramientas más poderosas con las que la autora trabaja para desentramar la imagen en su lugar histórico específico. Así, parecería recordarnos Giraldo, una imagen no es nunca el resultado de la generación espontánea, sino que dialoga con las imágenes que la preceden y necesariamente se posiciona frente a ellas. Una imagen de una mujer negra puede solidificar representaciones racistas y sexistas o entablar litigios frente a las representaciones que han sido solidarias con su subalternización. Hay que ir entonces con cuidado, hilar fino y ver qué es lo que la imagen hace. En este sentido, la autora nos muestra cómo las pinturas de Hoyos muestran cuerpos que “siguen anclados en ese espacio que les fue asignado a las negras entre la servidumbre y la leyenda” (Giraldo, 2009:80). De manera similar, en “Retratos en Blanco y afro”, Sol Astrid se enfrenta valientemente a lecturas como las de Beatriz González quien en su ensayo “Las imágenes del negro en las colecciones de las instituciones oficiales”, revisa celebratoriamente la inclusión de personas negras en las imágenes de la expedición corográfica, o “la simpatía por la raza” que demuestra Enrique Grau en la pintura “mulata cartagenera” con la que gana el Salón Nacional de artistas, sin detenerse a revisar cuidadosamente cual es el lugar que la imagen reserva para los negros y en especial, para las mujeres negras.

Otro punto interesante del texto de Sol Astrid y que se relaciona con lo que acabamos de mencionar, es su mirada no escencialista de la raza y del sexo. Si “ser una mujer negra” tiene menos que ver con atributos corporales como dimorfismo sexual o color e la piel, y tiene más que ver con una construcción cultural y política del cuerpo que ha posibilitado que el grupo al que pertenece el hombre blanco heterosexual europeo y letrado ocupe el lugar de la hegemonía y desde allí provea la grilla de inteligibilidad con la que interpretamos y construimos el mundo, la imagen no sólo visibiliza o invisibiliza a los sujetos sino que los produce, los mantiene dentro de esa representación existente o entabla una disputa, no sólo con el lugar que ocupa un sujeto determinado sino también con ese ordenamiento del mundo. En este sentido el asunto no se limita simplemente a mostrar a aquellas que históricamente han sido invisibilizadas, sino a disputar esas construcciones culturales del cuerpo que han permitido la subalternización de los negros y aún más, de las mujeres negras.

Butler ha mostrado que el género es performativo, es decir, una teatralización normativa del cuerpo, una ficción naturalizada. Sol Astrid parece propone una lectura de la raza en esta dirección: retoma la lectura de la Hybris del punto cero en la que Santiago Castro-Gómez afirma que ser blanco no tiene que ver tanto con el color de la piel sino con la escenificación pública de los atributos asociados con la blancura. Esta es la cita que aparece en el libro “retratos en blanco y afro”: «el capital simbólico de la blancura se hacía patente mediante la ostentación de signos exteriores que debían ser exhibidos públicamente y que demostraban «públicamente» la categoría social y étnica de quien los llevaba” ( Castro-Gómez en Giraldo, 2015: 60). Si ser blanco tiene que ver con una suerte de puesta en escena, de teatralización corporal ¿que ocurre con ser negro? Esta parece ser la pregunta de Giraldo, para darle respuesta y de la mano de la obra de Angulo, nos muestra como no se nace negra sino que se llega a serlo para decirlo parafraseando a Bevoir. Liliana Angulo habla de un “devenir negra” esta es la cita en el texto que hoy presentamos: “Este «devenir negra» está inspirado en pensadores como Aime Cesaire, Frantz Fanon. Y sobre todo en Antonio Negri, quien habla de un «devenir revolucionario» y en Gilles Deleuze con su concepto de un «devenir minoritario» que sería la única manera de ser universal, la única acción que puede conjurar la vergüenza y la única respuesta posible a lo que es intolerable” (P. 75). Para ello, Angulo escenifica su cuerpo con los rasgos corporales que han sido atribuidos al ser negro: pinta su piel de negro, utiliza “objetos deformantes” con los que se ensancha la nariz, o se alarga los labios, pero también usa el vestuario con el que frecuentemente se escenifica a las mujeres negras, vestuario que se vincula con el lugar social que la hegemonía blanca y patriarcal ha asignado a las mujeres negras: en mambo negrita, el traje-cliché rojo con pepas blancas, las candongas, la pañoleta en la cabeza pero también la gestualidad en apariencia lasciva y complaciente remite al lugar de la cocina, al trabajo doméstico, a los utensilios culinarios que frecuentemente encontramos también travestidos de mujeres negras, en Negra-Menta, hace referencia al lugar de la esclavitud y de la desposesión, en negro utópico, se refiere de nuevo al espacio de la cocina pero también al lugar de negro cómico, alegre y bailador que es el lugar que la industria del espectáculo norteamericana les ha conferido durante mucho tiempo a las personas afro. Al respecto, Giraldo comenta: “Podría decirse que asume la raza como una ficción, ya que no se propone hablar de marcas biológicas sino de convenciones arbitrarias” (76). De este modo la estrategia de sobre escenificación que utiliza Angulo, termina deconstruyendo la idea misma de raza, sería, parafraseando a Fanon, una máscara negra sobre una piel también negra.

Ser negra ya no sería entonces entendida como una sumatoria de atributos fisiológicos, sino que sería más una puesta en escena nataturalizada, una repetición ritualizada de ciertos comportamientos, actitudes, modos de estar en el mundo que han sido definidos desde posiciones hegemónicas y que justamente han hecho posible la subsistencia de la idea de raza y la subalternización de las personas negras que esta idea ha producido. La obra de Angulo y la lectura de Giraldo sobre la misma producen unos efectos de desnaturalización similar a la manera en la que Butler teorizó sobre la parodia de la feminidad llevada a cabo por las Drag Queens en Estados Unidos durante los años 80 y que le permitió elaborar su propuesta de la perfromatividad del género. En este sentido considero que esta idea de la performatividad de la raza que se desprende de la lectura de este libro, es una herramienta muy valiosa que nos invita a dinamitar estas categorías políticas que han construido los cuerpos.

La estrategia que Liliana propone en esta serie de obras que Sol Astrid ha descrito como su etapa iconoclasta y deconstructora, permite suspender, atreves de la ironía los significados culturales con los que se ha construido y mantenido en el tiempo la racialización de los cuerpos. El teórico italiano Francisco Berardi, BIFO, sostiene que: “La persona irónica se escapa completamente de la ley, creando un espacio lingüístico en el que la ley no tiene efectividad. El cínico quiere estar del lado del poder a pesar de que no cree en su virtud. El irónico simplemente se niega a jugar, recreando el mundo sobre la base de un lenguaje que es incongruente con la realidad”. Así, una vez suspendida la idea de raza como una característica que emana de los cuerpos, la artista abre paso a una segunda etapa, una etapa que Sol Astrid ha definido como una etapa asertiva, en tanto que ya no busca ironizar sobre los clichés visuales sobre los que se ha construido lo negro sino propiciar a través de la obra, espacios para la afirmación de la cultura negra, para la reconstrucción de lazos comunitarios.

Entre estas dos etapas, aparece en el libro una obra que permite el tránsito entre estas dos actitudes que se complementan: se trata de Negritude, una video instalación en donde un bailarín de salsa negro, el primo de la artista, recorre Bogotá y sus monumentos: imágenes de los patriarcas blancos y mestizos con los que se ha construido el relato de esta nación. La video instalación es un palimcesto en el que conviven los relatos racistas con las reivindicaciones de las comunidades afro, los relatos nacionales que han construido una Colombia blanco-mestiza con el pensamiento radical negro que en palabras de Angulo “ha aportado a la humanidad la ampliación de las ideas de libertad” (P. 148), canciones y baile de salsa que a la vez que responden al imaginario colonial del negro festivo, poco dado al trabajo y con inclinaciones hacia los placeres del cuerpo, pero que sin embargo han servido de lugar de enunciación de las comunidades negras y han permitido resistencias festivas y afirmaciones corporales. En Negritude habitan las contradicciones de los relatos culturales que no son unidereccionales, tanto las representaciones que necesitan ser deconstruidas como las reivindicaciones que deben ser visibilizadas. No se trata entonces de una única respuesta sino de la convivencia en tensión de distintas vías de lucha, de las disputas al interior de los propios movimientos afro. Negritude propone una genealogía del pensamiento afro-caribeño, desde las ideas de la revolución haitiana hasta las canciones de salsa, una historia no lineal, llena de interrupciones y de disputas por el sentido, en palabras de Angulo: “no es algo blanco y negro porque nadie es blanco o negro en nuestros países” (P. 157). Con respecto a esta obra Sol Astrid nos muestra un giro adicional, el giro de la pregunta por la mujer negra al cuestionamiento por el lugar del hombre negro. Si la masculinidad hegemónica se ha construido en torno a ideas de dominio, de familia en la cual el hombre es el proveedor, de padre de la patria. ¿Cómo se vinculan los hombres negros con esa masculinidad pensada y ejercida desde lo blanco? Pregunta esta que se vincula con la de los feminismos negros, de color, chicano y decolonial, pregunta que no olvida que el género no se refiere solamente a la construcción social y política de las mujeres, sino que permite revisar y estudiar también la construcción simbólica de los hombres, y las intersecciones de clase, raza, genero y sexualidad que ocurre al interior de esa construcción de la masculinidad.

Finalmente el libro recoge las obras recientes de Liliana Angulo, obras que apuestan por lo colectivo, que desbordan la producción objetual y que tienden a aunar el goce estético con las reivindicaciones políticas de las comunidades negras. Así, Sol Astrid pone a discutir las obras “Quieto Pelo” y “Hairdo” con una de las investigaciones que dio pié para la producción de la obra. En “poéticas del peinado afrocolombiano”, su autora, Lina Vargas cuenta cómo las mujeres dibujaban en las cabezas de las niñas negras, mapas con caminos y rutas de escape, a través de los surcos de los peinados, de tal modo que los hombres al verlas comprendían las posibilidades de huida. Así, Liliana retoma esta historia de resistencia, que vincula el cuerpo con el territorio y lo estético con lo político para trabajar con peinadoras de distintos lugares de Colombia y de América y así, a través de muestras de peinados ir trenzando nuevas alianzas.

Por ahora es claro que la alianza entre Sol Astrid Giraldo y Liliana Angulo, ha puesto sobre el tapete varios temas para seguir pensado y debatiendo. El campo del arte en Colombia ha venido tematizando desde hace tiempo las relaciones entre arte y política, y las de arte y violencia, y sin embargo, las violencias racistas y sexistas suelen pasar desapercibidas o simplemente parecen tener menor relevancia. El libro “Retratos en blanco y afro” un estudio riguroso, que discute la obra de Liliana Angulo en su contexto de producción y de recepción, que ofrece una mirada crítica sobre las imágenes con las que se enfrenta la producción plástica de Angulo, que se hace, utilizando un método transdisciplinar, preguntas inéditas en el campo del arte en Colombia, es un enorme aporte no solo al campo del arte, sino también al de los feminismos críticos, y seguramente se convertirá en una lectura indispensable para todas las que nos movemos entre estos campos de acción.

 

Mónica Eraso

 

*Texto leído en el Museo Nacional en un conversatorio con la artista y la autora en un conversatorio a propósito del lanzamiento del libro.

“Retratos en Blanco y Afro”, de Sol Astrid Giraldo, sobre la obra de la artista Liliana Angulo.
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