Una de las mejores cosas que le han sucedido a la radio cultural en los últimos años ocurrió el pasado lunes 1 de mayo. Ese día, y durante toda la jornada, los estudiantes de Comunicación Social de la Universidad Javeriana decidieron, en sus palabras, “tomarse la emisora”. Desde luego el acto fue menos subversivo que la manera como se anunció: los libretos pasaron por un control de calidad y todo el material sonoro fue entregado 48 horas antes, quizá para evitar malas sorpresas.
Pero, de fondo, la idea de “tomarse la emisora” por parte de un grupo de jóvenes inquietos responde a un descontento generacional con la manera como se está haciendo cultura en la radio capitalina. Si bien es cierto que la radio juvenil pasa por un momento de crítica monotonía, la radio cultural en Bogotá (Medellín es un caso diferente) tampoco ha propuesto nada nuevo en los últimos años. Sus contenidos son profundos, sin duda, pero sus emisiones carecen de agilidad.
Creo que una de las razones por las cuales salió del aire la HJCK (aparte de la irresistible oferta económica hecha por el Grupo Prisa), fue el hecho triste de que la emisora se estancó en su formato y fue perdiendo vigencia en asuntos cada vez más importantes como la producción sonora. Hasta hace poco, lo que uno escuchaba era un locutor de voz ceremoniosa con las inalterables frases “Acabamos de escuchar…” y “A continuación escucharemos…”. Seamos sinceros: no es la manera más atractiva de ofrecer cultura.
Así que los estudiantes de la Javeriana lanzaron su propuesta, basada en los géneros musicales de su interés pero también en los conocimientos adquiridos de producción sonora. Los formatos fueron más ágiles, en ocasiones chocantes para oídos convencionales, pero ese choque no es ajeno a cualquier forma nueva en el arte o la comunicación. Con nociones básicas de periodismo entrevistaron a figuras que iban desde el grupo de rock Aterciopelados hasta una anónima vendedora de arepas del barrio La Candelaria. Y en cuanto a la programación musical, dejaron en claro su preferencia por géneros como el dub y el tango electrónico. Uno de los momentos más ingeniosos surgió cuando en el espacio de jazz nos pusieron a caminar, con la ayuda de efectos de sonido, por las calles de Nueva York hasta llegar al Lincoln Center.
Desde luego hubo otros instantes de mucha ingenuidad, como cuando una locutora anunció que presentaría piezas musicales del Brasil poco conocidas en el exterior, y enseguida sonó una canción de Tom Jobim (acaso, entre los músicos brasileños, el más popular internacionalmente). Y, aquí entre nos, a veces llegaron a sentirse ciertos tonos “gomelos” acusando una influencia de las presentadoras de farándula de noticieros. Pero tal vez este tipo de tropiezos tenga mucho que ver con el verdadero sentido de la radio universitaria. Más allá de la búsqueda de una supuesta perfección, que termina en acartonamiento, la radio universitaria debe ser ese espacio de experimentación que permite que los estudiantes vayan encontrando su propio estilo.
El gran músico de jazz Charles Mingus llamaba a sus bandas “talleres”. Sabía que en cada concierto podían suceder sorpresas, buenas y malas, y luego dedicaba tiempo con sus músicos a la discusión sobre lo acontecido. Ese es el espíritu. Ese ha sido el contraste con otras estaciones, como la de la universidad Jorge Tadeo Lozano, que tiene la política tácita de no permitir la participación de sus estudiantes porque, según me dijo una vez en privado uno de sus directivos, “los estudiantes dañan la emisora”.
Las últimas horas de aquella emisión del 1 de mayo fueron dedicadas a experimentos que tenían menos que ver con la música que con lo que se ha llamado “arte sonoro”. Es difícil de explicar con palabras, pero se trata de juegos que aprovechan fragmentos musicales, efectos de sonido, lecturas de poesía e incluso el puro y físico ruido para transmitir diferentes sensaciones. No diré que lo entendí todo, pero me agradó saber que en aquel “taller” también hubo espacio para ese tipo de comunicación que va más allá de las palabras. Ojalá que se repitan experimentos como éste, recordándonos que no todo está inventado y apuntando hacia una verdadera alternativa a tanta radio insulsa que los jóvenes de ahora están obligados a escuchar.
Juan Carlos Garay