Me imagino una fila de estudiantes de arte contemporáneo que aspiran a graduarse de artistas, y, mecánicamente, uno a uno repiten ante un jurado impaciente (The Wall) «mi investigación consiste en…»(…) «mi proyecto consiste en…». Ampliando las sugerencias de Lucas Ospina, estos estudiantes de arte, previamente, han debido aprobar asignaturas que lo capacitan para lograr sus objetivos; con seguridad, Metodología de la Investigación debe ser una de ellas, quizá Epistemología I y Epistemología II son otras. El aval y el prestigio de los programas académicos universitarios dependen de la investigación. La creación para el Ministerio de Educación Nacional no es una función universitaria, lo es la investigación, es decir, los maestros deben realizar investigación, no creación, otro tanto se espera de los estudiantes contemporáneos.
Los programas universitarios de artes requieren creatividad, cero certezas, cero metodologías, para abrir horizontes de comprensión y libertad más amplios para hombres y mujeres; el asunto del arte no es solamente estético, eso lo saben los regímenes inquisitorios, los que requieren investigadores para su sobrevivencia. También es seguro que el jurado The wall sabe de antemano que un estudiante formado bajo la disciplina investigativa, nunca llegará a ser un artista creativo, así les otorguen el título de artista. La aventura es a la creatividad lo que la disciplina a la investigación. Por supuesto, esta pedagogía contemporánea es perversa, también la época.
Un programa de artes concebido para la libertad y la aventura no puede ser apoyado por nuestro régimen económico: el del ascetismo estético, moral y económico: ¿es sólo una coincidencia que en la época del liberalismo económico un filósofo respetable haya certificado la defunción del arte? Como un programa en estas circunstancias socio-económicas no puede funcionar si no cuenta con un aval epistemológico, sus maestros se ven en la necesidad de importar metodologías que restringen y someten la libertad del artista creador. Los maestros de arte saben que esto no funciona, pero para mantener los programas abiertos y la precariedad de sus contratos laborales, deben asumir esta realidad económica. Existen maestros que cumplen a cabalidad esta pedagogía perversa como otros que se las arreglan para subvertirla, aunque estos últimos son pocos, pues, la mayoría anteponen su inestabilidad laboral a sus convicciones artísticas. En nuestra época manifestar nuestras convicciones es políticamente incorrecto. Lo que ha quedado a la vista de las intervenciones recientes de Carlos Salazar, Lucas Ospina y Ricardo Arcos-Palma son sus convicciones sobre el arte. Esto no es bueno para el régimen económico porque podría beneficiar al arte; los intereses de la economía no son los intereses del arte: la libertad. Ahora, ¿no es libertad y convicciones lo que requerimos para resucitar al moribundo?
Jorge Peñuela