Lástima que llega el fin de año y estamos cansados luego de un año duro. Ojalá el año entrante continúe el interés por la suerte de la Universidad Nacional (por favor, no “la nacho”) y de su Escuela de Artes Plásticas, pues el tema bien merece un buen debate.
Por ahora, quisiera señalar algunos puntos que merecen atención:
1. En estos días se publicó el comunicado que los profesores de la Escuela, que plantea algunos de los puntos críticos de esta coyuntura. Al mismo tiempo, se publicaron algunos comentarios de Gustavo Zalamea, que no se refieren a este comunicado sino a otro, de otro grupo de profesores, de otro momento (anterior) y cuyos pronunciamientos son muy diferentes y, evidentemente, no son conocidos por los lectores de este foro. Así las cosas, algunas personas me han señalado que les resulta bastante confusa la lectura de estos comentarios, a falta de un contexto para interpretar los contenidos.
2. Las reformas académicas son un problema político bastante denso y sus desarrollos deberían interesar a todos los sectores de la sociedad. Por eso vale la pena ahondar en ellas. En el caso de la Universidad Nacional –como lo señala el comunicado de los profesores de la Escuela- es muy difícil percibir que ella se base en un modelo pedagógico específico, más bien lo que se percibe es que hay un pensamiento profundamente marcado por lo administrativo. Véase, por ejemplo, la intervención de Gabriel Restrepo en donde elige precisamente puntos fuertes de la argumentación de las actuales directivas de la Universidad para justificar la reforma: la duración de las carreras y la posibilidad de fusión de facultades.
Ninguno de los dos es un criterio pedagógico propiamente dicho. Que una carrera sea larga o corta, no implica que sea buena o mala, que un programa sea autónomo o funcione en contacto con otros, no es condición que lo haga por sí misma bueno o malo. Cuando se hace una reforma universitaria basada en criterios como la eficiencia en el uso de los recursos –de todo tipo- o de ajustarla a estándares internacionales, es una reforma administrativa. Necesaria, oportuna, importante, pero administrativa; las reformas administrativas no tendrían nada de malo (claro que esta afirmación se relativiza cuando se discute el modelo de eficiencia impuesto, y de eso sabemos mucho los trabajadores de la cultura), pero no son reformas académicas, aunque sí tienen profundas consecuencias en lo académico.
Las reformas académicas parten de concepciones mucho más amplias y problemáticas, qué entendemos por universidad, por país, por profesión… La política académica es mucho más que un pensamiento centrado en indicadores numéricos.
Y claro que el asunto tiene unas raíces profundas y se proyecta muy lejos. Por eso reducir el debate a declaraciones como “Las reformas de Patiño (1964-1966) y luego las de Antanas, fueron pañitos de agua tibia, estucos barrocos” no ayuda, porque sencillamente las cosas no son tan fáciles. Sin embargo, estoy totalmente de acuerdo con una de las afirmaciones de Gabriel Restrepo: somos magos en engañarnos y de esa condición no se sale con simples deseos; la tarea es difícil y, justamente, es de los campos del arte y de la academia de donde podríamos esperar movimientos fuertes que nos ayudaran a cumplirla.
3. Ya era hora de que la reflexión sobre la educación tuviera un espacio, pero ¡ojo!, que como todo tema que se pone de moda, puede ser fuertemente banalizado. Desde el nuevo enfoque de los salones regionales que –nuevamente- intenta ser más académico, pasando por el reclamo de Mario Opazo, hasta la ingenuidad del relato de la visita de estudiantes a la Galería Valenzuela y Klenner, hay en el ambiente suficientes signos de que los temas relacionados con la educación son importantes para el campo artístico.
Pongo sólo un ejemplo: una de las preguntas que surge en todo este debate sobre la reforma en la Nacional es la de en dónde y por parte de quiénes se toman las decisiones. Incluso se puede decir que más allá de las reformas en sí -que muchos discuten sin conocerlas, es cierto-, el conflicto mayor se ha relacionado con los mecanismos de participación, de debate y de diálogo con la comunidad. La acusación más común que en estos días la comunidad atribuye a sus directivas es, justamente, la de utoritarismo. La academia es una institución fuertemente jerarquizada y debe guardar un patrimonio público e histórico: sus programas. ¿Quién toma las decisiones en la academia y cómo?
Cuando en una escuela de artes un profesor les dice a sus estudiantes “eso ya no se hace” (y pasa todos los días: si no, ¿dónde está la enseñanza de los medios tradicionales? Se acabó, hoy toda escuela de artes que se pretenda contemporánea se avergüenza de que la confundan con una escuela de oficios), ¿de dónde extrae ese poder? ¿Cuál es la autoridad que así lo ha determinado? ¿Cuál su legitimidad?
La pregunta es algo así como: la academia es una de las instituciones que determina fuertemente cómo se piensa el arte ¿y a la academia quién la ronda?
Miguel Huertas