Se les escapó. Así de simple. Otro artista que se les escapó. Otro que ha logrado conocer el éxito sin intermediación de los críticos y galeristas colombianos, sin el permiso de expresidentes y compradores, sin que su obra haya tenido despliegue en la prensa local o apasione a los foristas de Esfera Pública. Por eso están rasgándose las vestiduras muchos de los que escriben aquí, porque es imposible que se les haya escapado, que no lo hayan visto venir. ¿Cómo es posible que el “novato” Oscar Murillo haya logrado llamar la atención de alguien sin hacer las necesarias genuflexiones a los sabios curadores de los salones regionales que dictamina lo que se debe hacer para que ellos los dejen entrar al circuito básico? Porque Murillo es valluno y le corresponde la zona sur. Esa que exponemos en Ibagué, en Neiva o Pasto si la institución o el departamento paga la millonaria cuota que exige el ministerio de Cultura para poderla exhibir. ¿Cómo es posible que lo maneje un gran galerista si no estaba en lista de espera para arrumarse en los viejos edificios del centro de Bogotá, único lugar en el país donde van los curadores de la Tate Modern y del Moma de Nueva York? Porque artista que pueda llamarse así debe tener su estudio en sitios marginales, convivir con el hampa y otras huestes urbanas ayudando a rescatar sectores deprimidos de la ciudad como entrenamiento previo para ser exitoso. ¿Cómo es posible que el “novato” Murillo haya llegado a valer tanto si no se dejó robar, estafar ni malpagar por los galeristas nuevos o viejos que dominan la escena local, ni tuvo que aceptar los precios de hambre que pagan los coleccionistas colombianos? Porque todos sabemos que los grandes galeristas colombianos, que quieren decidir sobre quien puede vender y quien no, que determinan quien puede entrar en una feria y quien no, tienen largas historias como deudores morosos de los artistas que dicen representar, los cuales deben guardar silencio y dejarse “tumbar” como parte del impulso hacia la fama eterna. Y eso lo hacen en contubernio con los “grandes coleccionistas” colombianos a los que hay que regalarles la obra, o darles tres por el precio de media para entrar en sus suntuosas colecciones que adornan algún departamento de la circunvalar con vista sobre la poblada sabana bogotana. Y finalmente ¿Cómo es posible que lo hayan llegado a subastar dentro de Post-War and Contemporary Art Day Auction una de las más prestigiosas subastas de Christie’s London cuando a los vallunos exitosos les corresponde ser subastados en las subastas de arte latinoamericano de Nueva York a la que se entra luego de una docena al menos de subastas de caridad en beneficio de los hijos, lo huérfanos, los mutilados y los corredores de arte menesterosos que ésta guerra contra la droga ha dejado en la calle?
El “novato” Oscar Murillo, (a quien el Dr. Casas el papá de su probable galerista colombiana ya llama “maestro”), no estuvo nunca en nuevos nombres de la Luis Ángel Arango o en nada parecido. No se dio a conocer como invitado secundario en una cena en casa de alguna vieja artista. Ni le tocó esperar cita para saludar a un expresidente coleccionista cuya foto haría circular por Facebook esperando algunos likes, ni hizo parte de la nómina arte cámara. Tampoco escribió sobre su obra ninguno de los crítico-curadores-dealers colombianos cuyas plumas y montajes tienen el privilegio de poner de moda a los novatos para luego ser comerciados por ellos mismos. No tuvo su familia que pagarle a los galeristas colombianos para que lo llevaran a ferias internacionales (así éstas sean en Colombia), ni gastaron una millonada para ser publicado por Villegas Editores. Ni siquiera pueden decir de él que lo hizo la mafia colombiana. Expuso en el extranjero sin que la Cancillería organizara la muestra, ni con el apoyo de Proexport, ni con la financiación de Unilever. Parece que Murillo hasta se le olvidó que para estar In hay que haber decorado árboles, mariposas, pescados, cajas y demás exquisiteces copiadas del extranjero por el ingenio local.
Definitivamente se les escapó!!
De pronto con algo de suerte los “grandes Galeristas” y los “grandes coleccionistas” lo podrán ver y adquirir en el país en la versión “low cost” como tiquetes de segunda clase sin merienda durante el viaje, o sea: telas de formato y precio medio. Y tendrá que ser así, todo a medio, porque la única manera como las grandes telas de Murillo entren en las galerías, en las ferias y en las colecciones colombianas así como en el edificio de Celia serían enrolladas, porque su tamaño físico es superior a las modestas instalaciones que en Colombia tenemos para el “gran arte”. Aquí los grandes coleccionistas no sólo no pagan cifras como la de Murillo sino que no tienen mansiones, ni grandes Bodegas dónde guardar sus adquisiciones, sino apartamentos en los cerros que una vez llenos de obra convierten a su propietario mágicamente en comerciante de arte, en vendedor de su propia colección, pues han de vender lo que les sobra si es que quiere seguir en el juego de comprar. Por supuesto no son ni coleccionistas, ni grandes, son simples mediano burgueses tratando de estar un poco a la moda y para venderles hay que ser además de aduladores, expertos en hacer obra de formato medio que es lo que cabe en sus paredes y en las de sus marchantes.
Afortunadamente el fenómeno de Murillo ya recibió los sesudos análisis de los versados en el mercado del arte como Lucas Ospina, quien con sencillas formulas matemáticas nos explica cómo se hacen artistas como Murillo y Botero. A es a B como B es a C en beneficio de K aunque eso no es una fórmula matemática sino un sofisma que plantea paradojas como la de Zenón de Elea en la que la Tortuga siempre vence a Aquiles. Pues si fuera una fácil fórmula matemática en la que conseguimos dos millonarios y luego convencemos de los mismo a otros cientos de millonarios, cualquiera la podría hacer y aunque galeristas y coleccionistas colombianos no paguen bien eso no significa que no entiendan de matemáticas como para no hacerle caso a Ospina y fabricar unas docenas de artistas y de paso hacerse multimillonarios. Recordemos que ninguna galería colombiana que hoy esté abierta, ni siquiera de las más antiguas, ha logrado posicionar uno sólo de sus artistas en el contexto internacional. Ni han logrado que pasen del bajo promedio de cincuenta mil dólares o que se mantengan en el irrisorio de diez mil, antes de que concluyan lo que los expertos llaman la media carrera. ¿Será acaso que no leen a Ospina?
A Murillo de todas maneras ya empezaron a evaluarlo también los conocedores de arte, que ahora en Colombia los hay más que pintores, aunque sus páginas y páginas sólo hablen de dinero y no de arte. Porque aquí todos pontifican que es el arte y que debe ser, que es lo válido y que no, pero a la hora de la hora lo que los traumatiza es lo que se vende, el porqué se vende y en cuanto se vende. Esos conocedores dicen que el único valor artístico de Murillo es que imita a Basquiat, hasta en el look (seguro porque ahora el habito hace al monje) y las réplicas y recontra réplicas a esos textos lo único que rescatan es que también hace performance. ¡Menos mal hace performance! Porque lo que vale casi cuatrocientos mil dólares son sus pinturas y cómo íbamos a tolerar otro colombiano que se hiciera famoso sólo con sus pinturas! Si la pintura dejó de existir en el mercado colombiano y ya la prohibimos hasta en Artbo. ¡Faltaría más que surja otro pintor ahora que estábamos tan orgullosos de la instalación de Doris Salcedo en los sótanos de la Tate!
Nadie habla del desenfado de construcción de la obra de Murillo, de la frescura aparente con la que logra su obra espontánea, ni de sus elementales referentes simbólicos con su Valle natal. Ni de su crítica a la sociedad a la que pertenece, ni el drama que subyace bajo sus grafismos. Ni de sus enormes formatos realizados con fragmentos de telas en el que poner, pegar, quitar, rayar, pintar, repintar y volver a empezar es parte de un oficio con evidente trasfondo estético. Ni siquiera de ese sabor retro de su abstracción expresionista cercano a la pintura de los ochenta en un momento en que los ochenta se han convertido en el último grito de la moda y cuyos protagonistas están logrando la consagración. Tan sólo importa el irrespeto con el que ha logrado vender de la noche a la mañana en tanto dinero, en Londres y sin nuestro consentimiento. ¡Valluno hereje!
Claro que también están los “expertos”, sobre todo del mercado, que comienzan a defenderlo y a alagarlo a ultranza porque cómo decía Quevedo “al natural destierra y hace propio al forastero., Poderoso caballero es don Dinero”.
El “novato” Murillo término despectivo con el que se refieren a él en muchos de los escritos recientes salió de la nada según dicen, sin importar que con menos de treinta años haya expuesto en París, Bassel, Berlín, Milán, Miami, Rotterdam o Londres (afortunadamente también instalaciones y performance, pues ni crean que sólo de pintura vive el hombre) y haya puesto a bailar salsa a más de un europeo cadera de hierro como lo muestran las fotos publicadas por sus galerías. Porque esa es otra… no tiene una galería sino varias en diferentes países y no solamente a un coleccionista millonario llamado B o C sino varios más llamados Rubell, Saatchi y varios otros que no son de los que echan pata por la Plaza de toros de la Macarena buscando nuevos fenómenos; ni leen éstos textos para saber en que invierten sus fortunas, ni quien les “legitima” sus inversiones, sino que hacen parte de los doce ofertantes que participaron la noche de la subasta en Londres. Ofertantes debidamente inscritos y con dinero en el banco por que las casas de subastas no les entregan la paleta a patinchados que no puedan respaldar sus pujas. Ese “novato” ya ha expuesto en varios sitios como Art Basel, la colección Rubell o la famosa Serpentine Gallery de Londres, sitios que nuestras jóvenes promesas del arte contemporáneo todavía sueñan alcanzar. “Jóvenes” para distinguirlos seguramente de los “novatos” ya que algunos de ellos tienen más de sesenta años y nada que el Instituto de Arte Contemporáneo de Londres les hace cenas en su honor, ni escriben de ellos los críticos de de la gran prensa de Nueva York, Londres o Berlín. Ni se cotizan fácilmente entre los veinte mil o treinta mil euros que es el precio promedio de la obra de Murillo. En síntesis el “novato” es un desconocido que se graduó del Royal College of Art el mismo lugar donde estudiaron Frank Auerbach, Dinos Chapman y David Hockney entre otros desconocidos.
Buscando el trasfondo oscuro de un inexplicable éxito se devanan los sesos los comentaristas lejos de levantar la cabeza para ver algo que es más elemental para quienes hayan conocido algo de la movida internacional del arte y que quizás tiene más que ver con esas viejas discusiones de centro y periferia que con las sabias formulas de you tube para inflar a un artista determinado y que se evidencian en las grandes polémicas locales surgidas a partir de dos eventos tan menores para el arte internacional cómo son Artbo y el Salón Nacional. Por eso no entienden cómo se les escapó de toda previsión Oscar Murillo. Quizás si nuestros conocedores fueran a las subastas de Nueva York dedicadas a nuestro gueto, o sea al arte latinoamericano y luego a las de arte moderno y contemporáneo internacional como la que subastó a Murillo, o sea el mercado global, entenderían más la realidad del tema. Comenzando por el público que asiste a ambas y por el dinero per capita que ocupa cada silla y siguiendo por la manera como se desarrollan los eventos. Diferencia que crece cuando todavía creemos con visión provinciana que en Colombia si alguien compra un Botero es porque es mafioso cómo lo he leído en éste foro varias veces. Que no hayan visto a Dios no significa que no exista. Y lo que si no existe, lo que verdaderamente no existe para el mercado global son los artistas colombianos, un sub gueto insignificante dentro del insignificante gueto del arte latinoamericano. El grueso de los artistas colombianos venden, cuando venden, a un precio por el cual no serían comprados, ni coleccionados, ni representados por quienes manejan de verdad el mercado del arte. Si fueran a esas subastas de arte latinoamericano verían a coleccionistas venezolanos y mexicanos pararse cuando salen las piezas de sus artistas importantes para entablar el duro duelo económico de quedarse con las mejores piezas cueste lo que cueste y por eso sus artistas valen lo que valen. En cambio cuando sale una obra de Obregón por ejemplo, quizás el artista con mejor reventa en el mercado colombiano y que aquí siempre han dicho que es superior a Botero, vemos es a dos o tres dealers de arte, mirándose como linces para que ninguno levante la paleta y poderlo comprar a menor valor una vez termine la subasta y se levante el precio de la reserva. Por supuesto eso es un ejercicio de comerciantes para luego traerlo y venderlo por una cifra tres veces mayor en Bogotá , Medellín o Barranquilla y todavía sería económico para lo que valen habitualmente los obregones. El mismo caso le ocurre a Caballero, Morales y los otros artistas que ocasionalmente les sacan obra en esas subastas. Sin hablar de Botero que casi nunca es subastado por compradores colombianos. Por otra parte claro está se encuentran los que creen que el mercado es A+B y logran meter una obra de sus artistas a la subasta para luego ser rematada por ellos mismos o sus secuaces apenas un poco por encima del precio de salida, creyendo que con eso luego sus pupilos van a llegar a ser comprados a precio de Murillo por Saatchi, Rubell o Gagosian. Sin entender que si van a especular tiene que ser como ellos, pagando al alza, no a la baja, y aceptando el descuento o perdida de casi el treinta porciento en comisiones, y tasas que le quitan al vendedor. Solo en el caso Murillo, de llegar a ser una venta falsa, el costo para el dueño del dinero sería de más de cien mil dólares. Un castigo muy duro al bolsillo para cualquier burbuja del novato K. Y más si se piensa que tienen que seguir en ese ritmo de apuestas para sostenerlo.
Por todo eso el reciente éxito comercial de Murillo junto a los artículos que lo han acompañado, desnuda una vez más la pobreza de nuestro establecimiento y lo pequeños que somos ante el verdadero mercado del arte. Mercado y especulación al que muchos en Colombia han querido jugar sin lograrlo pero que ahora están aterrados con los resultados ajenos. Por eso se les escapó completamente Oscar Murillo porque no jugó al gueto y a la pequeñez y ojalá nunca lo haga. Porque si tuvo que lagartear no fue al vanidoso crítico-curador que vive de los míseros sueldos del estado colombiano y de los “regalos” de su protegidos. Ni se le arrodillo a las poco importantes galerías y personalidades del mundillo local, ni a nuestros pobres compradores que regatean y cambalachean. Decidió desde el principio jugar en las grandes ligas, en las mesas donde se hacen las verdaderas apuestas y ese descollante precio obtenido en Londres es el resultado de su acierto. Ojalá pueda con el cuero de ese tigre y con los que ya quieren alimentarse de él.
Como Murillo hay otros colombianos jóvenes, pero jóvenes de verdad, que están esperando y trabajando por una oportunidad en Berlín, París, Londres, Nueva York, Shanghai o cualquier otra de las capitales del mercado mundial del arte; que ya se cotizan en dólares, euros o libras y que están desarrollando sus trabajos en y para la metrópoli y no para sus colonias y dominios, no para la periferia. Jóvenes para los cuales Murillo no es la víctima para destruir, burlarse y denigrar como hemos leído tanto, sino un aliciente que les demuestra que es mejor comenzar con un día de fama que una vida entera de olvido, que hay que jugárselo todo por ser cola de león en vez de ser una triste cabeza de ratón. Jóvenes que ya saben que la única verdad sostenible entre tanta mediocridad que nos rodea es escaparse como Murillo, Salcedo o Botero del reducido y caníbal ghetto del arte local.
Darío Ortiz