Estética de Consumo, La división del trabajo en el arte

carácter, es la exposición la que confiere ilusoriamente una sensación de completitud, de sellamiento de algo que siempre está en su hacerse y no concluye, siempre podría ser de otra manera, una variante, una ocurrencia que da paso a una bifurcación. Las cosas podrían haber sido de otra manera y ese poder ser, esa posibilidad crea su doble, siempre agazapado en un doblez del instante, esperando la casualidad de hacerlo surgir también, con la misma determinación en que esta variante primera se impone.

La crítica es una respuesta al deseo de gastronomía de la estética. De una lectura de Althusser en su texto sobre Arlequín de Paolo Grassi

Sucede el entrecruzarse del tiempo, la duración de los videos, lo que se tarda su proyección, el tiempo de Ignacio, el tiempo de la exposición, y el espacio, la sala, el taller, la realidad de la que hablas y que buscó reflejarse en esos cuadros que ahora transcribes. La digresión sobre el taller, la tela, la pintura necesitó esa digresión, ese espacio tiempo, pero al final estamos en el mismo lugar. El taller. Brecht y Althusser recuerdan la necesidad de este distanciamiento. Nada es ilusorio ni siquiera la ficción de una sala de exposición que por momentos prefigura el taller de un artista o una escalera.

Entonces podríamos resumirlo así:

  1. Entrada, La paz de la molienda y Pablo Batelli transcribe a Pierre Menard, videos, imágenes en el tiempo que dan cuenta de esa imposibilidad del arte de seguir su curso.
  2. El estudio se traslada a la sala de exposición. Fotos de tu estudio, los cuadros de anverso reverso y quizá sí el nuevo caballete. Performance en un estatismo inaudito, el del arte, congelado en sus posibilidades de creación. La sala ha sido recreada pero esto es un artificio. Este no es mi taller, es solo una réplica aproximada sin estilización alguna.
  3. Los cuadros transcritos en su yacer en espera. La generación de Ignacio allá por los 50´, proyectos truncados de un arte político ante la ola de un proteccionismo estético curado por la crítica Marta Traba, en su marcha hacia el progreso del arte. La promesa de un arte que supuestamente cobraría su mayoría de edad. Y entonces el desencanto de los años venideros, el nieto que ya no puede ser pintor y transcribe. El video de la transcripción de Pierre Menard constata esto silenciosamente.
  4. ¿Qué queda? Un arte a pedazos, el despedazamiento de un artista en procura de sí, el intento por rehabilitar un hacer que se desmorona ante la avanzada de la profesionalización del artista. Es eso, Suplantación laboral. Pararse en una esquina a ver qué sucede.
  5. Y el cierre, el silencio de alguien zurciendo la realidad, ser el parasito de algo. Colonizar un lugar imposible en que la creación recupere siquiera su propia producción, una producción que se expande de ese yo solitario y clausurado en su imposibilidad, hacia los confines de una colaboración en que el arte podría hacer estallar a la fábrica del arte.

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El estado íntimo, ideología de la subjetividad y de la emotividad

Si todo está en marcha, todo puede suceder, antes de la exposición todo es provisional y en realidad es ese el verdadero carácter, es la exposición la que confiere ilusoriamente una sensación de completitud, de sellamiento de algo que siempre está en su hacerse y no concluye, siempre podría ser de otra manera, una variante, una ocurrencia que da paso a una bifurcación. Las cosas podrían haber sido de otra manera y ese poder ser, esa posibilidad crea su doble, siempre agazapado en un doblez del instante, esperando la casualidad de hacerlo surgir también, con la misma determinación en que esta variante primera se impone.

Yo sigo el proceso de estas ideas agolpándose, queriendo establecer un orden, una cierta consistencia; en la pantalla por momentos titila la nada de la suspensión de imágenes e ideas que han quedado en suspenso, a punto de ser dichas, a punto de comenzar a constituir esta que llamamos consistencia. La exposición, la producción de obra.

Me pregunto si mi función es ser un testigo de todo esto, una sombra con una cierta conciencia que va registrando y a veces prefigurando los movimientos de la escena.

Obra sin obra.

Tal vez de lo que se trata es de hacer generar esta pregunta, esta incertidumbre luego de subir esa escalera. ¿A qué hemos venido? ¿Qué nos convoca? ¿Un nombre? ¿Un objeto?

¿Qué se ve?

Nunca hay un acabamiento obra. Siempre hay transcripción de.

Recorrido, transcripción, paso, ojo.

No hay cotejamiento, no hay promesa de una obra. Sino otra vez el recorrido, la transcripción reanudada una y otra vez de manera incesante por el que ve-recorre. Por eso el bastidor, la letra sola, pero si la uno con otra letra puedo leer la frase, tengo, necesito el recorrido, transcribir para llegar a la frase. Entonces el bastidor se une a la tela. Y surge algo.

Hay esas partículas fragmentos que cobran sentido en el recorrido –transcripción. Pareciera una alegoría pero es literal, no hay objeto. Aparentemente no hay nada –no hay creación-arte-crítica, etc. No hay cotejamiento. Sólo transcripción.

En la instantaneidad de los hechos los sucesos no existen, parecen no existir y flotar sin peso alguno. Es en el pasar de los días cuando los hechos parecen cobrar realidad. Puedo escuchar una y otra vez lo mismo pero debo recorrerlo otra vez. Vuelvo a leerlo. Regreso sobre lo mismo. Escucho otra vez esta narrativa donde puedo reconocer ciertos pasajes, casi los sé de memoria, el tono, el giro de las frases, ciertos énfasis. La transcripción es un desafío a la ley. ¿De qué Ley se trata en este caso? ¿Qué Ley gobierna esta muestra?

El que esto que nos mueve por estos días sea una muestra y alguien se pregunte ¿y cuál es el objeto? La transcripción despedaza las expectativas y las cosas sabidas que constituyen nuestra aproximación que creemos más certera. No somos inocentes. Al llegar estamos preparados para el cotejamiento. Pero no hay texto. O quizá sí, en la levedad de este recorrido. Estamos rememorando la primera vez en que algo como tal. Algo llamado arte. Objeto de arte. Se expuso. Fue dado a ver. Y entonces parodiamos ese gesto. Lo damos por sentado como un axioma asentado en las buenas maneras que toda exhibición debe seguir.

¿Somos testigos? Nosotros no. El artista sí. Es lo que nos viene a decir. Lo que iremos descubriendo mientras ascendemos la escalera. Podremos ascenderla y descenderla muchas veces. Y nunca será lo mismo. El texto se dibujará o desdibujará de distinta manera. Y un texto inicial. Una muestra ideal será irreconstruible. Entonces nada podrá saciar esa necesidad de corroborar la idea. La promesa que hemos venido a cotejar. Para asentar el hecho de que algo hemos aprehendido por esta vez. Quizá nada para ver salvo corroborar una vez más que existe el recorrido. Lo que la escalera me lleve a ver, el bastidor y de allí al estudio y a las telas y a este no saber que llamo obra. ¿Qué he venido a hacer? Una y otra vez la constancia de que estas piezas articulen este silencio que cada pisada hace rebotar sobre sí.

Hace mucho la sala está vacía. Quizá con este recorrido podamos alertarnos.

No hay obra. ¿Recuerdas? Algo produjo su desalojo. Y las pruebas de todo eso se encuentran por aquí. Estos restos de naufragio que son esta exposición. Primero la escalera. ¿La Historia? Luego los fragmentos. Y en tercer lugar. Lo intangible. El recorrido. La transcripción. Y claro está el yerro. Los desaciertos.

Por ejemplo, uno se va con su libro bajo el brazo –la cajita- el objeto de arte. Pero todavía tiene que leer, es decir, todavía no tiene nada.

Porque si ya no existe, tal vez si alguna vez existió. Hacemos el recorrido pero es del todo inconsistente. No lleva a nada. Sólo estos fragmentos que queremos hacer consistir. Y esta inconsistencia es la prueba de algo que se escabulle en este recorrido. La obra. Es así el arte contemporáneo y la promesa de algo que concuerde con otra cosa que sea posible cotejar, una cosa con que poder corroborar el yerro o el acierto, algo primero que jamás habrá tenido lugar. El arte. Y sin embargo lo invocamos de cuerpo presente en la fantasía de este calco, de esta réplica.

La desnudez del arte.

El recorrido y el tiempo de ese deambular, los pasos perdidos de una historia personal y general que se escabulle en los intersticios de la memoria. Poder recorrerlo en un tiempo pero también agazapados en las fisuras, el tiempo apozado de todos estos años se cuela por ahí. Entonces subir la escalera es entrar en ese tiempo perdido de atrás y poder tocarlo y sentir que cada centímetro de escalera o de recorrido quizá hace posible esos instantes. Entonces todo es una especie de galería. Un pasillo de comunicación que toca el ayer.

Pensando en los escalones y ascendiendo el recorrido. Pensando en el tiempo porque la exposición es un poco como tocar el tiempo a través de nuestras vidas, agazapadas todavía en algún rincón del suceder. Y sucede. Sí. Sucede la exposición. Esta vez sucede.

La escalera de Margot en la casa de infancia tantas veces subida y descendida por donde de peldaño en peldaño se saltaba naturalmente de un cuadro a otro. Toda la escalera y las paredes de la casa estaban cubiertas con los cuadros del pintor, al que llamas Ignacio. Los cuadros se notaban cuando por casualidad había un faltante. Entonces por vez primera se veía el cuadro que por alguna razón había sido descolgado.

Madera. Escalones que se suben y se bajan. Los años de subir y bajar esa escalera que comunica con las zonas más íntimas de la casa. Margot. Sus relatos. Su risa. Las tardes interminables de mirar tras la ventana hacia la calle. El sauce seguía en pie. Y los platos y bandejas del almuerzo familiar habían sido cuidadosamente depositados en los anaqueles.

Yo me quedaba perpleja mirando todos esos cuadros. Te imaginaba atrás cuando subías y bajabas por allí. Y tus pasos anunciaban que estabas cerca. Y la risa de tu abuela esperándote. Porque otra vez habría de tenerte otra sorpresa. Algún artilugio al que recurriría luego de recorrer los almacenes del centro y dar con objetos curiosos con los que poder sorprender a sus nietos. La madera encerada chirriaba bajo tus pies. Esta vez llegaste corriendo y Margot se sorprendió por tu precipitación. Entonces te tendió el regalo y tu anhelo de esa tarde quedó colmado.

Así la escalera, esta descomposición del tiempo en arte.

¿Y si hubiera recorridos no previstos?

Interlíneas que avizoraran sólo algunos pasajes que se quedaran suspendidos y que de pronto alguien siguiera sin darse cuenta.

Entonces alcanzaría las bifurcaciones, los desarrollos de un arte que tomó otras sendas y el recorrido sería otro aunque semejante, en otra senda y en otro tiempo y quizá otros serían los actores y los visitantes. Y la necesidad de cotejar pediría su objeto que en este caso sería otro. Pero en ese universo paralelo de la bifurcación también habría de ser expuesto. También sería incierto. Y una escalera se encargaría de todo. Sería el comienzo.

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Peldaños para el arte

Las escaleras siguen subiendo y bajando. Es decir estos peldaños del arte no se detienen y dependiendo de cómo los subamos y bajamos cambiará nuestra apreciación. El contexto no es un punto alcanzado en ese subir y bajar. Nuestra apreciación contextual está siempre sujeta a las posibilidades que nuestro presente pueda hacer de ese pasado como valoración de ese territorio siempre por explorar. El de nuestro presente.

No hay taxidermización de ese pasado común.

Ninguna verdad sobre la que pueda diseccionarse y entrar en el compartimento de una definición. De un concepto.

En vano subimos y bajamos esas escaleras pidiendo una precisión. Algo resueltamente nítido que nos asegure un panorama.

¿Un panorama para el arte?

Pero ese panorama está por hacerse. Precisamente lo liberamos de ese estatismo en que unos nombres se consagran como nuestra Historia más próxima.

Es en la posibilidad de subir y bajar esos escalones como nuestra Historia común podrá vivificarse y sólo así enmendar las verdades aplazadas de todos estos años.

Estética de consumo. La división del trabajo en el arte

¿Cómo plantear el que toda esta muestra gira ante el sentido aberrante de una obra que exige una división del trabajo?

Deberíamos abordar los problemas presentados en esta exposición. En las necesidades de su puesta en marcha, de su producción, de sus recursos. ¿Y si estas limitaciones reales llevaran a hacer evidente los problemas que afronta el arte contemporáneo en el sentido de un arte que excede las capacidades físicas e intelectuales de un hombre y necesita como la sociedad misma de todo un sistema organizado que haga posible la obra? El artista contemporáneo pareciera solo poder abarcar la ideación de su obra pero la ejecución requeriría de toda una planta humana dividida en diferentes tareas según las especificidades técnicas que la ejecución y producción de obra requieren.

El artista contemporáneo es la representación de esa división del trabajo tal y como se concibe la sociedad toda en el sistema económico del Capital. La precariedad de una exposición, su pobreza, o por otro lado, su exceso, son la muestra de unos procesos hasta ahora invisibilizados por la producción de obra que ha hecho del trabajo de arte un trabajo que requiere de una enorme infraestructura y que traduce, en su puesta en marcha, los engranajes mismos de la sociedad, como división del trabajo.

El artista no sólo concibe su obra sino concibe además en su obra, toda una red de relaciones necesarias para que esa ideación sea factible. Esa red de relaciones a la que podemos llamar división del trabajo es la que se hace invisible en una exposición, en la que por un sortilegio, como cuando nos enfrentamos al objeto de consumo, se han borrado todos los procesos e insumos y tiempos necesarios para su ejecución y producción. De tal suerte que el arte, la puesta en escena que es una exposición de arte, podría entenderse como una representación estetizada de la producción, en tanto el objeto no es el objeto escueto del consumo, del trabajo.

En la sociedad de consumo de una economía de consumo se producen los mismos procesos, la misma necesidad de infraestructura en esa producción del hecho estético, del objeto de arte. Todo eso meticulosamente ocultado tras bambalinas para esta puesta en marcha de la creación estética.

En nuestros días llamamos arte contemporáneo a esa producción de obra en que esos procesos han sido suprimidos como huella visible por la necesidad del consumo estético. La producción de obra se halla oculta como resultado y efecto directo de esa misma producción. Es decir, como resultado de la división de trabajo que la producción de obra requiere.

Aquí todo yace en silencio, en el estatismo ideal que procuran los objetos terminados en su yacer en la sala, pero todos conocemos los esfuerzos y recursos que han sido necesarios para llegar hasta esta puesta en marcha que es una exposición de arte.

Es evidente que existe una función ideológica del arte contemporáneo. En este caso, la precariedad de toda esta puesta en marcha, en la obra que visito y asisto, señala toda esa ostentación que subyace a la puesta en escena de esas obras.

De esas obras denuncia a las que llamamos Arte Político y que paradójicamente exhiben en sus resortes internos los mismos mecanismos de engranaje que hacen posible lo divisible social como división del trabajo. Podría señalar en cambio que lo que se nota aquí es la ausencia de producción. La producción de obra como exigencia casi inmediata de este Arte de Producción es un reflejo de la ideología de consumo.

En sus facetas recientes ese Arte de Producción recurre a temáticas humanitarias, lo político, lo social, lo colonial, lo multicultural; facetas que podrían actuar como pantallas espectaculares de un arte incantatorio en que lo emotivo, renglón en que es llamado el espectador, haga las veces de un cómplice para que todo ese sustrato de la producción desaparezca y solo reste ese estado de obnubilación ante el objeto dado.

Notas a la exposición de Pablo Batelli realizada en la Galería Valenzuela y Klenner entre marzo 18 y abril 17 de 2015.

Claudia Díaz, marzo de 2015