La mundialización iniciada a mitad del siglo pasado parece ser ya un fenómeno asumido y sobradamente estudiado. El mundo se ha encogido gracias a las telecomunicaciones, Internet y los viajes generalizados. Una burbuja inmaterial financiera operativa las veinticuatro horas del día teledirige la producción industrializada cuyos requerimientos simbólico-comerciales generan la imparable homogeneización cultural. La intención que nos lleva a escribir este pequeño texto es la de destacar uno de los símbolos más significativos de este proceso globalizador, y que no encontramos en la cultura dominante producida desde arriba según los designios de la “industria cultural”, sino en las subculturas urbanas, donde este efecto homogeneizador se haya tan bien definido como en la ubicua iconografía de McDonalds. Puedes fotografiar un muro en Nueva York, Berlín, Venecia o Alcorcón y siempre aparecerá la misma imagen, el mismo estilo de graffiti, homogéneo, globalizado, estandarizado. Esta es la contracultura globalizada disponible, en todas partes lo mismo, sin peculiaridades locales.
El estilo del imperio, que despliega todo su poder y antipoder sobre el globo. Quizá la característica más definitoria del sistema que nos toca vivir es su capacidad para engullir la resistencia a éste y hacer que forme parte del mismo (1). O quizá la contracultura urbana, no sea más que la otra cara de la misma moneda, cultura americana desde los medios de comunicación a la expresión de los barrios, única, homogénea, global.
En las calles de Sao Paulo podemos verificar la teoría que sostenemos más arriba. Graffitis policromados y muy trabajados, wild style, model pastel, nueva ilustración y demás (aunque casi ningún stencil). Hasta aquí todo igual que en cualquier parte del globo, sin embargo, la seña de lo local deslumbra con vigor en cuanto hablamos de tags, de las firmas vandálicas, del bombardeo, el estrato más bajo del graffiti y desde nuestro punto de vista su verdadera esencia.
Las firmas de los escritores paulistas nada tienen que ver con las estandarizadas caligrafías que ensucian-embellecen muros, cierres comerciales y lo que pillen a mano. En Sao Paulo no se sigue el estilo global, no se remata la firma con flechas, no hay burbujas, más bien parece que las características marcas de estilo hip-hop son sacrificadas por una extraña caligrafía casi siempre condensada y espaciada, que no busca una unidad en la firma y se aleja del logo compacto para espaciarse sobre fachadas.
Es bien conocida la competición entre escritores para fijar su impronta en el lugar de más difícil acceso, pero en el centro de Sao Paulo esta práctica se lleva al extremo. Edificios enteros muestran su piel “tatuada” de pies a cabeza con estas inscripciones paulistas que responden a un lenguaje propio de las bandas locales. En Sao Paulo, la Nueva York de América latina, la escena del graffiti global convive con esta relectura local del lenguaje de la calle.
PSJM (Pablo San José + Cynthia Viera)