(José Luis Brea uno de los teóricos-críticos más lúcido de nuestra época se ha ido. José Luis Brea ha sido, es y será un ser Único. Tan riguroso con él mismo, como con los otros. A veces incluso más consigo mismo. Más generoso que riguroso. José Luis siempre creyó en el pensamiento libre, en la forma rizomática, en el hacer compartido, en las formas narrativas dentro de nuestra cultura. Sus ideas, siempre profundas, siempre iluminadas e iluminadoras, también polémicas y muchas veces incómodas, han inspirado a espíritus inquietos y ávidos de criticidad de todas las generaciones y molestado un poco en el ámbito político e institucional. Sin embargo, José Luis Brea siempre defendió sus ideas con valentía y coraje. José Luis hizo muchas cosas imposible enumerarlas todas aquí. Recomendaríamos la lectura de su último libro Las tres eras de la imagen pero todos sus libros son lúcidos y hermosos. Fue un defensor de la Universidad, de la formación, del debate, de la escritura, del compromiso, pero por encima de todas esas cosas tan importantes, su campo de batalla fue por la afirmación de una vida feliz y afirmada. Hoy nuestra tristeza es infinita, pero el amor generoso de sus ideas y el deseo de que su pensamiento resuene y su escritura sea eterna nos da fuerza.
Este texto que les presentamos, lo dejó preparado para el envío de la columna de sK, domingo festín caníbal y completa la serie de reflexiones acerca del «Pensamiento libre». Esperamos que disfruten de su lectura.)
El cristal ríe –decía Smithson.
Hay toda una lógica de la producción de estructuras dinámicas que tiene en contradecir su destino aparente –en la entropía, en el devenir carente de la capacidad de obrar- su gracia. Es cierto que podemos considerar ese comportamiento avieso, contradestinal, una jugada humorística.
Acaso sobre todo en el sentido humoral: como un tender a lo líquido –también para la física del estado sólido, del –incluso diríamos- el más sólido de los estados posibles. Pongamos que se trata sobre todo de un aflojamiento de las estructuras, que hacen que todo lo que parece tender máximamente a la estabilidad, la homeostasis, la auto-contención de todo juego de fugas y derivas –conoce a la postre dinámicas de erosión o transformación interna, estructural, que lo liberan de una forma de ser que no tendría gran diferencia en su modo del no estar siendo –no devenir, no ser su propio juego del diferiri de sí, ya en cuanto al tiempo, ya en su molecularidad más propia e insistente- con la más perfecta e implacable nada.
Lo que me gusta de ese experimento interior al que incluso lo más crudo y rancio de lo que es, lo mineralógico si se quiere de una materialidad absoluta, … piensa al hacerlo -derivar, estar, fluir también. En efecto, en ese movimiento en que todo crece -¿quién puede observarlo?, decía Nietzsche- todo piensa, todo conoce, todo es conocimiento y productividad de sentido …
O pensar, quiero decir, es también esa movilidad imprevista de lo que tendería a depotenciarse hasta el absoluto, hasta el cero de la nada de pensamiento, estupidez profunda y misteriosa de lo imponderable, negra noche de un agujero oscuro en el centro de la materia.
Pero no: incluso en ese núcleo se aborta luz, chispas sinápticas que incurren en direcciones evolutivas imprevisibles –y cada una de ellas diferencia un sentido. Incluso allí –vive la negentropía, canto daliniano de la catástrofe matemática de lo material como territorio de afloramiento de un logiciel –de una presintaxis- en la propia arquitectura formal del hard, de la materialidad rala y mera –de cristal o figura relacional cualfuera, red de puntos interconectados.
Me interesa decir que ésa es la sede más extraña de un inconsciente –que también nos interpela, que también es nuestro: que también porta en sus arquitecturas –pongamos el sistema de los objetos- el testimonio y el arañazo del sentido: del querer decir que –como la trackleana cuchillada de fuego- también atraviesa y desgarra a todo aquello que en apariencia es mudo e insensible …
No sólo –entonces- un ics que nos retrotajera hacia animalidad perdida –qué innecesario salvarnos de la bestia dentro: qué escolástico y venial-, sino éste que nos trae mineralidad olvidada. Hay un ics funcionando en nuestro cuerpo sin órganos, sí, que juega la potencia de discurso de lo puro mineral, de lo material absoluto. Y él no sólo dice un saber del ser telúrico y contracenital –ese saber, el más mistérico, que responde a la pregunta primera por excelencia: por qué el ser y no más bien la nada- sino que porta al mismo tiempo la sabiduría de toda época, tal y como ella se transfiere, por la vía de la producción técnica, desde el funambulismo capcioso del juego del pensamiento –a las arquitecturas consteladas concretas en su frugalidad perecedera, asiento fugacísimo de los gestos que trasponen el pensamiento desde la territorialidad de lo psíquico desgajado de mundo … a lo puramente mundo, colonia de la tierra.
Y es un inconsciente que, en efecto, y a diferencia del animal (fundamentalmente reproductivo), es productivo. Fundamentalmente ríe, asentado en los objetos, en las materias producidas: juega siempre con el porvenir y nunca con la nostalgia rememorativa de ser lo que ya hubo sido, retenido en la pasión de su permanencia (instinto de conservación, lo llamarían) … Pero este ics enuncia sólo enuncia el sentido hacia delante: es inventivo, es acaso un inconsciente político, porque sólo siente la nostalgia de lo que no hay. Es pensamiento técnico, es la forma en que lo técnico … es fundamentalmente pensamiento, obraduría de concepto.
Ningún pensamiento que no escuche ese sonar de las cosas, ese decir el sentido que cobra cada articulación del sistema de los objetos como escenario de pregnancia del sentido, de aterrizamiento en materia de la fuerza de los conceptos, sería para siempre ciego a su propia elucidación –por perder el escenario de plasmación efectiva por excelencia de lo que se piensa, se quiere, se desea o se simboliza … en el registro en el que todo ello, cobra cuerpo. Materia. Mineralidad absoluta.
Jose Luís Brea