Colectivo Re-Producciones (Lina Rodríguez-David Escobar), Bandera N-70, 2013. Exposición colectiva Alojamiento central, Punto Theca, 25 de octubre de 2013, Curaduría El Parche Artist Residency, Bogotá. Fotografía: Dufay Bustamante.
Es verdad. Hubo cosas entre tanto evento periférico a esa feria que trajo tantos y tan temerarios coleccionistas ávidos de homogeneidad. En medio de rumores asociados a bonitas oscilaciones de compra y venta hubo situaciones peculiares. Por ejemplo: una exposición que El Parche Artists Residency montó en un edificio mítico del santoral arquitectónico de esos bogotanos que extrañan aquella ciudad de antaño, una Bogotá que sus alcaldes se robaban igual, pero que destacaba por ser mucho más cochina y agresiva con sus habitantes.
Como parte de una extensa investigación que analiza dos fenómenos, el Colectivo Re-Producciones descolgó allí una bandera en su fachada exterior para ponerse en ese lugar que desean la publicidad y las alcaldías ansiosas de reconocimiento. El primer fenómeno tiene que ver con el vínculo entre el activismo de una vanguardia literaria colombiana en particular (el Nadaísmo) y la administración política de un período en particular (la rapiña administrativa del Frente Nacional). El segundo, la manera en que la gente cambia para mal. Esto último, a la luz de la mudanza ideológica de airados militantes pequeño-burgueses de izquierda que figuraron como los más adelantados defensores de la dictadura reciente (esta joya, por ejemplo).
El proyecto de este Colectivo comienza en 1966: a un año de su aparición, la revista Letras Nacionales abrigó uno de los muchos debates que en la época se daban alrededor de la definición del nacionalismo -o de contenidos definidos como nacionalistas- en la producción cultural del país. En realidad, se trataba de otro de los muchos procesos de delimitación de identidad local protagonizados por gente de letras más dispuesta a reglamentar que conocer la cultura colombiana de fuera de las ciudades donde ellos vivían, trabajaban y se repartían lo poco que aportaba el Estado. Algo muy parecido a lo que sucede ahora (aunque antes la repartija era algo triste. Hoy es mejor: hay más).
Entonces, alrededor de la definición de lo que se dio en llamar “novela nacionalista”, hubo una lucha entre paladines. En la mentada revista, uno entrevistó a otro que tuvo que ver con el afianzamiento de una crítica de arte argentina, por la defensa de cuya honra se enfrascó en lucha desigual con un grupo de vigorosos literatos jóvenes. El primer intelectual decía estar empeñado en varias cosas: “clarificar la situación real de nuestra novelística y ponderar su verdadero valor”, “establecer la auténtica índole vanguardista de corrientes que, como el nadaísmo, sólo son […] epígonos tardíos y mistificados de añejas escuelas europeas y americanas” y demostrar que era un lambón excelente: alegaba afanarse por “escudriñar, en el espíritu de un gran escritor, sus conceptos acerca de lo que debe ser… etc.” Por su parte, el interrogado no se ahorraba las explicaciones científicas para interpretar la existencia de una casta de parásitos ilustrados que había aparecido en el campo cultural colombiano, llegando a incidir en su orientación. Afirmaba:
“Dicen ustedes, con razón, que ‘las recientes polémicas sobre los premios de novela han dejado desconcertado al publico lector’. Acaso el desconcierto provenga de que ese público no ha sido informado nunca sobre los objetivos de lo que los sociólogos norteamericanos llaman ‘la filantropía moderna’. Según ella, es preciso que la empresa privada procure absorber, siquiera en parte, la producción de intelectuales que, al no hallar empleo, podrían constituir el más peligroso fermento de anarquía o de revolución contra el sistema capitalista que favorece el aumento de intelectuales y artistas con sus universidades y centros culturales, pero que luego no les ofrece condiciones ni oportunidades para realizar su obra.
La cuestión tenía que ver con la redistribución de un dinero que necesariamente no llegaba de la misma fuente pero que debía destinarse a tranquilizar brotes anarquistas. Inteligente. Pero como esto no tiene que ver con metafísica historiográfica, hay que dar nombres: Jorge Zalamea se dedicó a denigrar la existencia y acciones de Gonzalo Arango y los Nadaístas, porque el poeta de Andes (Antioquia), había cuestionado la actividad sexual de la importantísima Marta Traba, crítica de arte argentina fun-da-men-tal, para obtener un premio literario en Cuba. Esta belleza la narra mejor el Colectivo Re-Producciones en modo Documental con tinto.
Y, como las aspiraciones redentoristas de los artistas de vanguardia no se detienen en un solo acto, esta investigación se extiende a las utopías que abrigaron esos alebrestados y oscilantes poetas que siguieron a la generación de la Revista Mito, asumieron el mando y poco a poco se fueron ahogando en la melaza de las identificaciones ideológicas. Re-producciones hace un inventario de la cantidad de veces que estos personajes cruzan cuentas con su pasado para señalar responsables. Hay uno que aparece mucho, quizá porque está muerto. Y en él se incorpora cierta forma de desilusión, gracias a su afición por los presidentes liberales y los candidatos conservadores.
He ahí al traidor. Parecieran decir. Y más que eso, pareciera que el problema de sus supervivientes tiene más que ver con la forma en que cada uno de ellos asumió su proyecto de perpetuarse en el Star System colombiano. De hecho, más que rescatar chismes pintorescos parte del valor del proyecto de Re-producciones reside en evitar el juicio intergeneracional (no decidir si la mejor salida para los poetas activistas colombianos de los sesenta era la ambigüedad política o el suicidio en la lucha armada rural o la militancia en Compañías de publicidad o en el arte contemporáneo), sino jugar con las posibles consecuencias de cada acto. Y entonces unen sus procedimientos: ambigüedad política + ingenuidad guerrillera + darle razones al satán del consumismo + coquetear con las damas de la cultura. Los cuales desarrollan por medio de arcos argumentales extensos, donde una sola pieza visual no es la conclusión de su trabajo. Hacen documentales, imprimen panfletos, mandan confeccionar banderas, etc. Estas últimas las montan durante semanas de arte contemporáneo. Y son varias cosas, para algunos el recordatorio de un movimiento carismático que se diluyó en la actual constitución nacional colombiana, para otros la bandera de Valledupar con las iniciales de una revista dedicada a difundir lo mejor o lo más prolijo o lo que había de una generación atrayente y asimilada. Hay para escoger.
–Guillermo Vanegas