Es razonable y encomiable redescribir trabajos artísticos del pasado para ampliar su comprensión y establecer sus aportes a la articulación de una tradición artística. No lo es, solicitarle a un artista un proyecto de creación, con solidez formal y conceptual, para evaluar cuáles van a ser sus aportes al arte nacional. Aunque esto ni Dios puede saberlo, nuestras instituciones creen que sí es posible.
Los investigadores de Marca Registrada, proyecto curatorial retrospectivo de los 40 salones nacionales de artistas, trataron de evaluar el aporte del Estado a la transformación de las prácticas artísticas en Colombia y establecer en qué medida estas últimas obligaron a transformar las políticas institucionales. La hipótesis que plantea Beatriz González apunta a mostrar que el Salón se adaptó a las transformaciones introducidas por los artistas, no tanto que las políticas institucionales hayan vigorizado o hayan abierto caminos al arte colombiano. Si este juicio se corrobora, debemos preguntarnos si debemos seguir comprometidos con una modalidad de Salón Nacional que se comprende y explica como Marca Registrada, como la institución que determina con sus directivas lo que debemos entender por arte.
Los derechos que otorga una Marca Registrada a sus dueños generan prohibiciones, usos no autorizados. ¿No es excluyente el concepto? ¿Así hemos manejado la comprensión del arte colombiano? ¿Tenía razón Marta Traba cuando afirmaba, hace cuarenta años a propósito de una retrospectiva similar, que del pasado artístico colombiano, el anterior a Obregón y Botero, había poco que respetar y conservar? ¿Ha perdido legitimidad esta pregunta o este es el momento para reformular esta inquietud? ¿La democratización de las prácticas artísticas que introduce el arte contemporáneo, no nos conduce a tener que bajar el telón ante el arte moderno, y rechazar todo intento de registrar una marca con características e intereses modernos? ¿Cómo debe ser el Salón Nacional en esta coyuntura estético-política? La investigación curatorial para Marca Registrada debe ser aprovechada para dialogar sobre las perspectivas que tiene el arte colombiano en la actualidad y sobre las maneras de integrar las prácticas artísticas a los procesos democráticos que regulan la vida de los colombianos y colombianas. ¿Qué mecanismos, que no sean consejos no representativos ni de la comunicad artística en general ni de la sociedad, ha establecido el Ministerio de Cultura para escuchar a sus artistas, a sus teóricos y académicos, a sus ciudadanos y ciudadanas en general?
Las democracias se evalúan por las garantías a la libertad del pensamiento creativo y por el apoyo institucional y social que reciban todos sus artistas, nunca por las estadísticas de los que ejercen su derecho al voto. La investigación Marca Registrada aporta algunos granos de arena a esta discusión, pero no todos, no puede hacerlo, este no era su propósito. Faltan los granos de arena de la sociedad en general. Pocos dudan en Colombia de la relación consustancial entre artes plásticas y Salón Nacional, entre prácticas artísticas y estímulos institucionales, pero no sucede lo mismo cuando tratamos de establecer una relación entre arte y democracia. Muchos dudan que la metáfora Marca Registrada ayude a mostrar un vínculo entre ellos, más bien confunde: ¿es eso lo que se busca? ¿En verdad todas las colombianas y colombianos somos los dueños de esa marca registrada, como sugiere la retrospectiva en el Museo Nacional?
¿Puede una selección cuidadosa –cerrada por la orientación que dieron las preguntas de investigación– de trabajos artísticos mostrarnos en qué consistieron estas transformaciones en Colombia, así sólo sea plásticamente? ¿Los años sesentas se pueden comprender sin los trabajos de Manuel Hernández y Carlos Granada? ¿Su controversia con Marta Traba no enriquece la comprensión de esta época, como lo hacen los trabajos de Débora Arango, Carlos Correa y Pedro Nel Gómez cuando reconstruimos los años cuarentas? ¿Estéticamente, en los sesentas hubo más conflicto que transformación, en sentido de mejoramiento no de deterioro? ¿Los conflictos en Colombia no conducen a ninguna transformación? ¿En esto consiste la irrealidad de ese tiempo mítico del que hablaba Traba y que estructura nuestra manera de pensar?
Obregón nos presenta una imagen con la que comienza la década de los años sesentas, pero es Beatriz González y Santiago Cárdenas quienes la caracterizan. González muestra en 1965, con Los suicidas del Sisga, la estructura mental de los colombianos y colombianas. Cárdenas participa en el 19 Salón Nacional con Algo de Comer. Las dos propuestas hacen parte de los ochenta trabajos paradigmáticos de la historia del arte colombiano, recopilados por Marca Registrada, y nos permiten ver qué pasaba en el arte, cómo se transformaba el Salón y qué ocurría con la crítica. El trabajo de Cárdenas muestra no sólo unas cualidades estéticas, señala el destino de Colombia: consumir, comer, devorarse a sí misma. Como toda señal, la indicación es ambigua, pero, por ello mismo representa el anticipo de una época, quizá mucho más que Violencia, de Obregón, la cual constata y piensa un estado de cosas. González identifica una estructura mental que no es un caso aislado; Cárdenas profiere una premonición. Más que mostrar lo que pasaba en el arte, finalizando la década, Algo de Comer nos pone en camino hacia otra época. En este momento, el arte todavía no muestra o reflexiona sobre su pasado de manera consciente, esa labor la realizaban los críticos o historiadores de arte; la creencia era que un trabajo artístico se vuelve relevante para una comunidad cuando muestra la actualidad, lo que es el presente de una sociedad; esta intuición es complementada con la idea siguiente: cuando el artista anticipa lo que va a venir, su trabajo cobra visos de genialidad. Como afirmó Cárdenas en su visita guiada en Marca Registrada, Botero es el artista más famoso de Colombia, no el más importante. Violentando la distinción de Cárdenas, podríamos afirmar que Marca Registrada muestra artistas famosos y artistas importantes. Famosos son casi todos, pocos son los importantes. El manejo hábil de los medios masivos de comunicación determina la fama, el que un proyecto artístico abra puertas y ventanas para airear el pensamiento artístico de una época lo hace importante; el artista importante genera alternativas nuevas de ser. En opinión de Cárdenas, Alfonso Quijano es un artista colombiano importante. Muchos de los seguidores de Marta Traba vieron con claridad su presente y se volvieron famosos, pero no alcanzaron a visualizar lo que ella sí alcanzó a presagiar; Colombia tiene pocos artistas importantes.
Diotima de Mantinea realizó una perfomance fugaz en esta ágora, hace algunas semanas. Nos dejó la imagen de la Alacena, la de abarrotes, no la de zapatos viejos del grupo El Sindicato. El montaje de Marca Registrada evoca la imagen de Alacena de abarrotes, también en el sentido de abarrotado. Inclusive, no se olvidó la práctica popular de empapelar con papel periódico la superficie de los entrepaños, cada vez que se le hace aseo a este tipo de recipientes. Se trató como producto lo que es una comprensión poética de mundo. Parafraseando la poética de Maria Teresa Hincapié, las cosas de los Salones seguirán estando solas. Faltó una escalera para completar la imagen de Alacena que suscita el montaje de Marca Registrada.
No es cierto que las prácticas artísticas hayan modificado el Salón Nacional. Aún se persiste en abarrotar espacios sin mayor reflexión. La galería Al Cuadrado ha mostrado que se pueden hacer otro tipo de miradas reflexivas a este respecto. El muestrario historicista de Marca Registrada, poco imaginativo y nada atractivo para las generaciones recientes, contrasta con algunos montajes que se han realizado este año, Juan Fernando Herrán y Miguel Huertas son buenos ejemplos. Huertas pensó el ámbito de la galería Santa fe en relación con su trabajo y nos propuso relacionarnos temporalmente con los trabajos artísticos, no se limitó a colgar sus «cuadros» en unas paredes, sin tiempo para respirar. Contamos con demasiado tiempo en Ámbitos, ello le puede resultar perturbador a muchos espectadores. Otro tanto acontece en Campo Santo de Herrán.
Pocas preguntas puede alguien plantearse en el ambiente apabullante en que se parapetó Marca Registrada: ¿está a la defensiva? No debe estarlo, no debería. La sala alterna del Museo Nacional parece que hace parte de la marca que los investigadores se proponen registrar. ¿No podíamos explorar otros ámbitos y ejecutar una puesta en historia menos academicista? Este tipo de pedagogía resulta pesada para las modalidades de comprensión e interpretación contemporáneas. La carencia de espacios adecuados, que potencien los trabajos artísticos y enriquezcan la experiencia de los espectadores, es un indicador del poco interés que tiene Colombia por el arte y de que falta mucho por hacer. Con seguridad, el museo de arte de la Universidad Nacional hubiera hecho que el Salón Nacional ganara más adeptos a su causa y hubiera logrado mostrarle a sus detractores que es una estructura vital para el arte colombiano.
Con todo, debemos creer que la Marca Registrada en que se convirtió el Salón Nacional de Artistas es una propiedad de todos los colombianos y colombianas, por tanto, debemos defenderlo, transformarlo, sin desconocer o ignorar su historia; reconocerlo es destacar todos sus esfuerzos por seguir siendo significativo para las colombianas y colombianos, no es ignorar desaciertos como el acabado de mencionar.
Jorge Peñuela