Manifiesto

Que aunque soy persona de pocas convicciones creo en lo siguiente:

1. Que los curadores, instituciones o encargados de un evento NO tienen derecho de alterar, modificar, rotar, manipular física o ideológicamente la obra de un artista o colectivo, en ningún evento privado o del estado, con excusas como la no coherencia de la obra con el relato colectivo, la inexperiencia de los artistas en un evento de tal o cual magnitud, la inoperancia de los mismos frente al espacio que se les ha otorgado, la insipiencia de sus proyectos frente a los de personas de mayor reconocimiento, etc.; sin el previo aviso de que esas van a ser las reglas.

2. Que al ser invitado un artista a participar a una exposición, muestra u otros, su persona se vea sometida a las disposiciones (o mejor negligencias) de infraestructura y difusión en un espacio con una excusa económica o logística, por la que se vea perjudicada su obra, sea física o contextualmente.

3. Con respecto a los dos puntos anteriores, se declara INACEPTABLE el argumento sobre el que las personas vinculadas a dichas instituciones se apoyan, que es la incuestionable declaración de favor que se le está concediendo a la persona que expone en sus recintos.

4. Que las exposiciones-muestras sean vistas como un contrato y no una caridad, en las que los dos suscritos se ven favorecidos a en lo menos uno de estos niveles: personal, institucional, económico, intelectual, publicitario, etc.

5. Que los trabajos relacionados con el área de la cultura NO son
mendicidades, se exige respeto y reconocimiento, entendiendo que la remuneración es una utopía en un área en la que todo se hace con las uñas: ese estribillo no puede ser un comodín para el menoscabo. (Existen muchas formas de remuneración)

Recopilación:

Se declara ortodoxa la premisa por la cual se establece que la instituciones culturales son entes de caridad, se invita a pensar en el hecho de que NADIE le regala NADA a NADIE, y se plantea que es lo justo, que habiendo llegado a un acuerdo ambas partes, ocurra como debería ocurrir en cualquier contrato, que ambas partes se vean de alguna manera beneficiados.

Se instituye que el artista no es un mendigo, a excepción de que así lo decida por su propia voluntad.

María Angélica Quiroga