malas y buenas noticias

Las buenas noticias: logre sacar la camioneta de la aduana en Cartagena. Las malas noticias: costo cerca de tres mil dolares entre envios, sobornos, transporte, estancia y otras cosas. Las buenas noticias: logre salir de Cartagena a Bogota. Las malas noticias: finalmente tuve que encarar las carreteras colombianas. Las buenas noticias: alguien pudo venir conmigo, Manuel Zuñiga, un artista y gran entusiasta de los viajes. Las malas noticias: Manuel no maneja. Las cuenas noticias: tomamos la ruta «sin guerrillas» por Bucaramanga. Las malas noticias: es la carretera mas topograficamente escabrosa que he transitado en mi vida. El viaje a Bogota duro 24 horas, la mayoria de ellas a 30kms. por hora detras de multiples trailers en curvas abundantes. Las malas noticias: la carretera esta completamente militarizada, y hay retenes casi cada 20 kms. Las buenas noticias: los soldados son altamente respetuosos y civilizados, y parecen simpatizar con los mexicanos por las rancheras y por Cantinflas. Las malas noticias: llevo placas americanas en territorio de guerrilla. Las buenas noticias: todo el mundo aqui cree que Alaska es parte de Canada. Las buenas noticias: despues de una estancia en Tunja, que es casi identico a Toluca, llegamos a Bogota, y montamos la escuela en la quinta de Bolivar, el lugar mas adecuado historicamente para este proyecto. Mis anfitrionas y amigas, Carolina Franco-Garcia y Maria Clara Bernal, han sido entusiastas y un gran apoyo. Daniel Castro, el director de la Quinta, realiza una gran programacion en su museo.

Y ahora, las muy, muy, muy malas noticias: despues de haber sobrevivido la aduana, el camino, la guerrilla y todo, una vez que estaba registrandome en el lobby del hotel, un hombre con aspecto del gerente del hotel, con apariencia impecable, me tomo la mochila de mi laptop diciendome «deje, yo le ayudo a ponerlo con las otras maletas», y dos minutos despues desaparecio. La persona de la recepcion penso que venia con nosotros. Acabo de perder miles de fotos documentando este proyecto, asi como todos mis numeros telefonicos, datos, escritos, asi como una laptop G4 de $2500 que no podre reemplazar, aparte que ahora se me ha limitado la posibilidad de seguir reportando sobre este proyecto en esta pagina. El truco del gerente del lobby farsante aparentemente es una vieja estrategia de los «profesionales» en Bogota. Lastima que me tuve que enterar de esta costumbre de esta manera.

Pablo Helguera
Escuela Panamericana del Desasosiego

1 comentario

Mi estimado Pablo,

Siento mucho la perdida de tu laptop y de la documentacion que llevabas.
Hace cinco años sucedió algo parecido y perdi gran parte del trabajo junto a
una novela que ya tenía casi terminada. No puedo escribir palabras
alentadoras, pero tu experiencia me hace ver que la realidad social de
«Nuestra América» continua deteriorándose cada vez más y con técnicas bien
sofisticadas.

Ahora, cuando estoy en la fase inicial de preparar la nueva edición de Arte
Nuevo InteractivA, tu experiencia y proyecto me obligan a revalidar las
experiencias, por menores y contradicciones que la producción creativa
confronta en esta década cargada de crisis históricas…. Y me pregunto
¿Como es posible que la «estética de la violencia» se ha apoderado de los
mercados del arte cuando embellecer las realidades sociales, nos hace
participes de la misma maquinaria opresora?

Saludos hermano y recuerda que usted es un luchador, que su viaje ha de
superar los obstáculos para reconectar la vías que atraviesan nuestras
convulsiva historia.

raúl

Raul Moarquech Ferrera-Balanquet, MFA
Interdisciplinary Artist/Writer/Curator/Scholar
http://www.cartodigital.org/krosrods
http://www.cartodigital.org/interactiva
ferrera98@hotmail.com moarquech@cartodigital.org

Construye tu Cartografía/Construct Your Own Carthography!!!!

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De Lucas Ospina >>

Introducción
http://www.panamericanismo.org/itinerary.php

I.
“Hay un pájaro que vuela en busca de su jaula”.

Un hombre, que se podría llamar Pablo Helguera, y que era mexicano (aunque nadie es solamente mexicano), trabajó durante muchos años en el área de educación de un museo que quedaba en una ciudad muy grande (la ciudad era tan grande que se enorgullecía de contener todas las ciudades, se decía con prepotencia que si uno “lo lograba en esa ciudad, lo lograría en cualquier lugar”). El hombre, como buen artista que era, decidió un día renunciar a su trabajo y convenció a un grupo de instituciones (que se podrían llamar Creative Capital Foundation, The September 11th fund, Lower Manhattan Cultural Council, la Colección Jumex, El Museo del Barrio, Americas Society y Art Nexus) para que le financiaran su próximo proyecto artístico independiente: un viaje por América para hablar con mucha gente de arte y de América.

A la mitad de su viaje, cuando iba por Colombia, el hombre estaba exhausto; el cansancio, en parte, se debía a los múltiples permisos que él, como todo viajero, tenía que conseguir para lograr pasar la frontera entre países (los trámites se complicaban porque el hombre no viajaba solo, lo acompañaban una camioneta que él manejaba y una aparatosa carpa que él instalaba en cada parada). Pero otro motivo se sumaba a su desasosiego: en cada lugar, hablar una y otra vez de arte y de América, le recordaba la rutina del trabajo que había hecho durante años en el área de educación del museo de la ciudad grande. A pesar de que los escenarios cambiaban y que él mismo, de manera entusiasta, había programado diferentes actividades para diferentes públicos, lo desgastaba saber que gran parte del éxito de las actividades dependía casi siempre de su disposición anímica para hablar. En algún lugar de América le habían dicho que el alma se demoraba varios días en llegar adonde el cuerpo ya había llegado, y si bien esto era sólo una metáfora, el efecto que producían las actividades programadas era prueba de la encarnación del designio: hablaba pero lo que decía sonaba repetido, escogía frases ya hechas para evitar pensar —decía que su “trabajo era la crítica institucional” o que buscaba “romper con los formatos predecibles de discusión propios del ámbito académico y del mundo del arte”—, pero estos discursos eran sólo un ruido para llenar el espacio asignado a una conversación: sus frases eran sustentaciones que cumplían con las obligaciones de un contrato de arte social que justificaba su proyecto ante las instituciones que patrocinaban su viaje; el hombre hablaba, estaba presente, pero no se sentía que estuviera ahí.

Un día, en una ciudad, que podría ser Bogotá, el hombre estaba registrándose en la recepción de un hotel y otro hombre, con aspecto de gerente del hotel, de apariencia impecable, le recibió la mochila del computador portátil diciéndole «deje, yo le ayudo a ponerlo con las otras maletas», y un minuto después desapareció (el computador desaparecido podría ser un Apple Powerbook G4 de US$2500). El personal del hotel le indicó que el robo a los turistas es una práctica habitual y a manera de consuelo le dijeron “las cosas no se las roban, solamente cambian de dueño”. El refrán no surtió mucho efecto y el robo de su computador portátil se sumó a aumentar su desasosiego: la pérdida de miles de fotos que sustentaban su viaje por América, de todos los números telefónicos, datos y textos (incluida la única copia de su ensayo sobre la inmaterialidad de la memoria), y sobretodo, la pérdida del aparato que usaba para hablar con el mundo (así como su proyecto de arte social no incorporaba el transporte público, tampoco contemplaba el uso de terminales públicas de computador). Al día siguiente, el hombre, como buen profesional, a pesar de su congoja, asumió sus compromisos: por la mañana habló de arte y de América en un museo, al otro día, un domingo, descansó, y el lunes, con el juicio de un oficinista, habló en una universidad de arte y de América. En la sala de exposiciones de la universidad pegó con afán copias de muchos de los papeles de los trámites de la aduana y al medio día, ante el público que había ido a ver una exposición, justificó varias veces su exposición improvisada diciendo: “esto no es una exposición”. En la tarde asistió a una clase sobre curaduría y dijo que su “trabajo era la crítica institucional” y que buscaba “romper con los formatos predecibles de discusión propios del ámbito académico y del mundo del arte”. Por la noche se fue al hotel y durmió.

II.
“Hay una jaula que anda buscando un pájaro”

El hombre desapareció. Partes de la camioneta fueron encontradas al sur de Bogotá en un taller y el dueño del negocio justificó la propiedad con un recibo de venta firmado por el hombre. Un día, años después, vi al hombre al sur de la ciudad: entraba a un salón comunitario y llevaba de la mano a una niña. No lo seguí, no me quise sumar a todos los que lo estaban buscando, sobre todo a esas instituciones, curadores, críticos, periodistas, docentes, artistas y público que se sintieron traicionados por este hombre que, según el rumor, aprovechó el dinero destinado a un proyecto de arte social y de crítica institucional para hacer un viaje solitario por el sur y desaparecer.

Lucas Ospina

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