Los desastres de la guerra es una serie de 82 grabados del artista español Francisco Goya dividida en tres partes, las dos primeras muestran hombres caídos en combate, ajusticiados, linchados, descuartizados, torturados, desplazados, empalados junto a mujeres violadas y víctimas que mueren de inanición. La tercera parte, formada por 23 grabados, es diferente, Goya cambia de encuadre. Se trata de un retrato satírico de las clases dirigentes, de todos aquellos arribistas que para autoperpetuarse en las cumbres del poder perpetúan la corrupción política y con ello la guerra.
La inclusión de la tercera parte es un gesto decisivo: ningún reportaje sobre los desastres de la guerra está completo si no incluye a todos los personajes y todas las etapas de la degradación, sobre todo el lugar donde se incuba la codicia. Esta parte de la serie recibe el nombre de Caprichos enfáticos.
Colombia es un escenario tan siniestro como el que reportó Goya, se repite trazo a trazo: caídos, ajusticiados, linchados, descuartizados, torturados, desplazados, empalados, enajenados. Pero lo que más sorprende a la luz de los desastres de la guerra es la maravillosa minucia y maña con que el poder político local se ajusta a los Caprichos enfáticos de Goya.
No es casual que en el periodo de una semana el congreso aprobara dos iniciativas, la primera en aras de la paz, supuestamente para acabar con “los desastres de la guerra”, y la segunda, todo un “capricho enfático”, que nutre la guerra. El jueves 14 de junio aprobó el Marco Jurídico para la Paz y a partir del lunes 20 de junio aprobó una vergonzosa Reforma a la justicia.
La primera iniciativa no tiene mucho efecto pero es efectista, le da a entender, sobre todo a la guerrilla, el manejo que tiene Gobierno Santos de los juguetes del estado y la posibilidad de crearle salidas legales y políticas a un potencial acuerdo para la paz. La segunda iniciativa no era nada efectista y sí resultaba efectiva, le daba al congreso y a las altas cortes toda una serie de gabelas que garantizaba a sus pasados, actuales y futuros integrantes más poder, impunidad y autoperpetuación.
Mientras por un lado se intentaba crear un escenario para la paz, por otro lado, vía caprichos enfáticos, se justificaba la guerra: nada pudo hacer la oposición política ante la aplanadora de la Unidad Nacional en el congreso, es más, el Gobierno se hizo durante meses el de la vista gorda y el Presidente de la Cámara durante el debate final le cerró los micrófonos a los opositores.
¿Por qué la guerrilla va a dejar el poder que le dan las armas y las vías del crimen si a la luz de los hechos es claro que la representación y la acción política que le ofrecen es totalmente inane?
El Gobierno que una semana pretendió abogar por la paz, a la siguiente, al desprestigiar lo político y dejar que la politiquería actuara, le echó gasolina a la hoguera de la guerra. Nada nuevo: una semana el Gobierno Santos habló de una ley de víctimas y de restitución de tierras, y a la siguiente desaprobó un fallo judicial que pide investigar a militares y políticos involucrados en actos de violencia: «Santos un día marcha con las víctimas y al día siguiente critica un fallo que las reivindica».
Así las cosas, la guerra continúa y continuará; a los caprichos enfáticos del poder criollo le seguirán a perpetuidad los desastres de la guerra, el ciclo es infinito.
Pero por andar social y citadinamente indignados ante los comportamientos predichos y predecibles de los honorables representantes del poder político de la patria, dejamos pasar episodios sintomáticos, tragedias irrevocables.
Hay dos “retratos” recientes de la guerra que suceden en Caqueta, “el Vietnam de Colombia” como llaman a esta zona los militares. Uno, es el documental Colombia caught in the crossfire de Romeo Langlois, y el otro, el caso de Ramón Reyes Papamija.
La primera muestra el sino trágico de una unidad élite de soldados que fue enviada a destruir unos minúsculos laboratorios de coca en el campo y terminó destruida en una misión suicida por un ejercito que sí conocía el terreno —suicidados por la incompetencia de los altos mandos militares—. Langlois, el reportero, fue presa del ejército victorioso no sin antes ver morir al soldado que lo protegió de la guerrilla. Todo está en esta “película” que, como el anterior documental de Langlois, no será transmitida de forma estelar en Colombia.
La segunda trata de un padre que al parecer tuvo que huir del campo y terminó enfermo y arrimado con su familia en una pieza de pueblo. Una noche mató con un machete a su mujer y a sus cinco hijos mientras dormían para luego suicidarse con la misma arma que había conseguido y afilado ese día.
Si Goya viviera hoy no sería el tipo de artista que se limita al reducido mundo del arte para hacer su reportería, su arte comprometido, y tampoco se limitaría al periodismo de denuncia. Goya haría lo que hizo: documentar.
Los Caprichos enfáticos son parte de Los desastres de la guerra de Goya; son la tercera y última parte de la serie, es su reflexión concluyente: porque en los caprichos de los políticos están los desastres, en los caprichos de los corruptos está la guerra.