Para nadie es un secreto que la navidad, además de su carácter religioso, actúa como el más eficaz de los encantamientos, haciendo que corramos como desaforados por los centros comerciales de la ciudad comprando (cuando se puede) los regalos para raimundo y todo el mundo. Nos atraviesan promociones por doquier, reforzadas por la más tenaz artillería mediática, que nos empuja, así no queramos, a realizar la inevitable transmutación de valor cultural por valor comercial.
Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol. Lo que si es absolutamente inaudito es la forma tan ramplona como el espíritu multinacional de Comcel hace su branding (imagen de marca) al apropiarse de algunos de nuestros elementos culturales y escenificarlos en el parque de la 93. Para recrear lo nacional, tienen el tremendo pepazo de dividir el parque por regiones (cual salón de ministerio) que coinciden, como es apenas obvio, con la forma más simple y estereotipada de cartografiar nuestra complejidad cultural. (“¿Porqué no nos gastamos esa millonada que nos cuesta poner pista de hielo, llenar los árboles de estrellitas, nieve de icopor y figuritas de Papá Noel, en asociar nuestra marca con la cultura local? …hasta nos sale más barato!”) Osos de antejos por doquier mirando logos de Comcel, impecables muñecos de año viejo sentados en relucientes bancas con logo a la vista; un gigantesco arbol de navidad descaradamente rematado con un gran emblema luminoso de Comcel y adornado con elementos típicos que se pelean el espacio, codo a codo, con un enjambre de publicidad de la empresa (¿y a todas estas, quien sería el creativo que diseñó este inolvidable y ramplón espectáculo decembrino?)
Ahora, para lo que sí puede servir el asunto es para todos esos gurús que piensan y analizan el espacio público, se den una vueltita por el parque en compañía de sus colegas del y asimilen in situ qué sucede cuando se entrega el espacio público a las lógicas del mercado, a ver si se les ocurre alguna figura jurídica que expulse para siempre de este lugar el bendito logo de Comcel (quedé francamente sorprendida de ver que en el pesebre, ni la Virgen, ni San José tuviesen estampado en sus túnicas la marca de la empresa que los patrocina)
Estoy completamente segura de que ni el gringo más chabacano nos ve así, ni muchísimo menos, se come el cuento que Comcel nos quiere embutir con su desafortunado montaje.
Les faltó traer a Capax, nuestro Tarzán criollo, y ponerlo a que se tome fotitos con las hordas de gente que peregrinan a esta suerte de trampa navideña (a estas alturas, hasta se les ocurre traerlo)
Típico de Comcel
Catalina Vaughan