En El Espectador de mayo 15 se menciona nuevamente el “memorando de entendimiento” que resolverá la eventual demolición de Eldorado. Al parecer, los tres “amigables componedores” dirán si el edificio actual, llamado terminal T1, “se mantiene o se demuele”. Según el artículo, el mayor obstáculo para tomar la decisión está en que “el plazo contemplado para considerar el tema ya pasó”. Esto debería ser buena noticia para los interesados en la conservación, pues si el término legal para tumbar el edificio ya venció, el problema estaría resuelto. Sin embargo, la noticia de hace apenas tres semanas (abril 22) parecía confirmar que la decisión de tumbarlo estaba tomada: “el 14 de marzo del año pasado…quedó condenado a muerte. La sentencia tuvo forma de acuerdo, un trato entre el Gobierno Nacional, la Aeronáutica Civil y el concesionario Opaín”. Dependiendo de cuál noticia sea cierta, los amigables componedores estarían entonces decidiendo desde puntos de partida opuestos.
Mientras se resuelve la confusión, consideremos la otra información que aparece en la noticia más reciente. En mi opinión también requiere aclaración pero al menos se puede discutir. Se afirma al parecer por parte del redactor hacia el final del artículo que “Eldorado puede quedarse con un edificio viejo y reforzado sísmicamente si se mantiene la posición de la Procuraduría, o tener en 2012 un aeropuerto nuevo, de primer nivel, si la entidad flexibiliza su posición”. En el párrafo siguiente se aclara para el lector que la idea pertenece Luis Fernando Jaramillo, el presidente de Odinsa. Según Jaramillo, lo que quieren Odinsa y Opaín es “construir un aeropuerto de primer nivel”, pero si el gobierno decide otra cosa “ellos acatarán la decisión y construirán lo que les digan.” Y ahí concluye la nota, dejando en el aire la engañosa idea de que el edificio actual constituye un obstáculo para la calidad del nuevo.
En argumentación, esta forma de lógica constituye una falacia denominada Exclusión del medio o falsa dicotomía. Para ilustrar: no se podría emprender un programa para alimentar niños desnutridos sin antes resolver el problema del crimen en las calles. ¿Qué tiene que ver una premisa con la otra? La respuesta es nada; por eso es una falacia.
Así, ante la alternativa de “un edificio viejo reforzado” vs. “un aeropuerto nuevo de primer nivel”, gana la segunda; pero no porque haya demostrado que es mejor como argumento sino por la introducción de una falsa dicotomía. Aunque se trata de otro tipo de falacia, el truco se asemejaría al del abogado que pregunta a un acusado ¿Cuándo fue la última vez que usted nos mintió?
Visto de otro modo: ¿En qué radica la imposibilidad de mantener un edificio para que otro sea de primer nivel? Tal vez si no hubiera espacio para la nueva construcción, pero lo hay. O tal vez si mantener el edificio obligara a mantener su uso, pero esto no es así. O si mantenerlo implicara conservarlo en su totalidad, pero esto tampoco es así. El valor patrimonial del edificio radica en su valor cultural, y aun si careciera de valores arquitectónicos importantes, el valor cultural reside en su condición de símbolo de la ciudad. Para un proyectista esto no es un impedimento sino una determinante y un aliciente para potenciar la calidad del nuevo. Sin embargo, para un propietario urgido, hay que reconocer que cualquier partícula en el ambiente puede generarle miopía. Afortunadamente corregible.
El valor cultural no debe confundirse con el económico ni se debe confundir conservar un edificio con mantener su uso. Sería como si el número de legisladores en Colombia se duplicara y obligara, por ejemplo, a construir un nuevo capitolio. ¿Se tumba el edificio viejo para construir otro, o se reutiliza el viejo para algo más, y el nuevo se hace en otra parte? En este hipotético caso, el actual capitolio podría transformarse, por ejemplo, en Museo de las Falsas Denuncias, o en una ampliación de la alcaldía. Podría también incorporarse a la Casa de Nariño, como de hecho hoy ya casi lo está. Pero el anciano Capitolio no se tumbaría, al menos en estos tiempos en que para cualquier edificio representativo hay por lo menos un museo posible y una legión de ciudadanos dispuesta a llorarlo. Con Eldorado se pensará lo mismo dentro de pocos años, pero hoy hay que discutirlo; así es la vida de los símbolos. Para ver así no hay que ponerse gafas sino cambiar de lógica.
Juan Luis Rodríguez